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Philippe Jaroussky en el Municipal:

Simplemente sublime

domingo, 23 de abril de 2017

Juan Antonio Muñoz H.
Cultura
El Mercurio




Hay conciertos que sobrepasan la experiencia musical o que agregan a esa experiencia algo inesperado. Sucede con los grandes artistas, en quienes la eclosión de lo bello viene entramada con un vínculo que parece mágico o divino. Es lo que sucede con Philippe Jaroussky, cuya sola voz implica escuchar de otro modo para, desde esa zona que no es habitual, percibir los afectos contenidos en la música.

Al igual que el famoso Farinelli, quien sufrió la emasculación y que gracias a eso mantuvo su registro de soprano, la de Jaroussky podría definirse como "la voz de un ángel", de una creatura que viene desde más allá de las fronteras para derramar entre nosotros una suerte de pureza de orden metafísico. Por cierto, Jaroussky no es un castrado; su voz, tal como él mismo lo ha dicho, es "una opción", porque "naturalmente soy un barítono y a algunos barítonos nos está permitido elegir esta forma de emisión".

El hecho es que después de sobreponerse el auditor al impacto, la voz -singularísima, aguda y cristalina- conquista apelando no tanto a la mente como al alma, mientras la técnica, unida a la musicalidad y a la alta capacidad expresiva del intérprete, instala al público en un estado de ensoñación, como si no se estuviera ante algo real sino ante algo de origen ignoto. Una suerte de artificio supraterreno.

El recital de arias de Händel con que Jaroussky debutó en Chile el viernes pasado tuvo estas características, acentuadas por el hecho de que el repertorio era, además, toda una novedad en nuestro medio. Por cierto, hubo muchos momentos de alto virtuosismo, pero no es ahí donde radica el gran arte del contratenor sino en su intensa capacidad para exhibir la introspección (vaya paradoja) y comunicarnos el dolor, el miedo por la vida que nos abandona y el amor. Ocurre en "Stille amare", de "Tolomeo"; en "Ombra cara di mia sposa", de "Radamisto"; y en la interioridad oscura de "Se potessero i sospir miei", de "Imeneo", mucho más que en las escenas de bravura de "Giustino" o en el ebullir de coloraturas de "Rompo i lacci", de "Flavio".

En suma, el canto extático, del que Jaroussky es un maestro, triunfó por sobre las acrobacias vocales, lo cual es, finalmente, un gran triunfo para el Barroco, tantas veces malinterpretado producto de enfoques superficiales.

Con un fiato portentoso, Jaroussky es también un modelo en dinámica y modulaciones, y cautiva con su capacidad para proyectar el tempo afectivo que tienen estas obras. Furia, deseo, valentía, dolor y amor se alternan con una naturalidad pasmosa en el discurso musical de sus héroes aguerridos, inflamados y virginales. Todo esto, además, en conexión con ese maravilloso conjunto instrumental que es Le Concert de la Loge, formado por 17 jóvenes instrumentistas que dominan el estilo a la perfección y que se conectan con la esencia de estas partituras, como ocurrió en las síncopas que llevan adelante el dolor de "Stille amare". Estuvieron impecables en el Concerto Grosso en Sol Mayor, y en la Suite 1 en Fa Mayor de la "Música acuática". Para ellos también fue un tour de force , añadido el hecho de que violines y violas tocaron de pie.

Los encores fueron otra gloria: un antológico "Lascia ch'io pianga", de la ópera "Rinaldo"; "Si, la voglio", de "Serse", donde Jaroussky aprovechó para hacer una salida de escena "en personaje", con gran efecto teatral, y el entrañable e imposible de eludir "Ombra mai fu", también de "Serse".

Nada más sino decir, gracias Philippe Jaroussky.

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