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Carme Pinós:

Los pasos de una sobreviviente

sábado, 22 de abril de 2017

Texto, Mireya Díaz Soto.
Entrevista
El Mercurio

Tras una carrera prometedora durante los años 80 en España, la arquitecta Carme Pinós quedó sin nada y tuvo que partir de cero. Desde entonces, como si nadara contra la corriente, sorteó crisis y falta de trabajo, hasta que tomó un nuevo impulso, con una serie de edificios que hoy la muestran más llena de experiencia y segura de sí misma. En entrevista con VD relata interesantes episodios de su vida.



Vino a Chile hace poco, y ya debe estar por volver. En esa oportunidad dio una conferencia a alumnos de primer año de Arquitectura de la Universidad Diego Portales, pero también vino a conocer detalles del concurso para un proyecto en Santiago, en el que participará asociada con su amigo, el arquitecto Mathias Klotz. Carme Pinós, una mujer alta y delgada, las canas al descubierto, los ojos profundos, la voz suave cuando habla sobre el pasado y enérgica cuando se apasiona al comentar lo que hace y los vaivenes de su profesión, es una arquitecta catalana que brilló durante los años 80 en la dupla que integraba con su entonces socio y marido, Enric Miralles; que partió de cero en la década siguiente, tras la ruptura del matrimonio en 1989, consolidando su propio estudio con obras ganadas principalmente a través de concursos públicos; y que hoy ya tiene a su haber -además de una lista de premios locales e internacionales, entre ellos una nominación al Mies van der Rohe- un portafolio de proyectos levantados tanto en España, como en Francia, Austria y México. Incluso, sorteando la fuertísima crisis económica de su país, donde la arquitectura ha sido una de las disciplinas más golpeadas. Entre sus obras más importantes -algunas en pleno desarrollo- figuran los edificios de oficinas Cube I y II, en Guadalajara; el Edificio de Departamentos del Campus de la WU en Viena (Universidad de Economía y Negocios); el master plan de la ciudad francesa de Saint-Dizier; el Centro Cultural CaixaForum en Zaragoza; el conjunto compuesto por la Plaza de la Gardunya, la Escuela Massana, un edificio de departamentos y la fachada posterior del Mercado de la Boquería en Barcelona; y quizás uno de los más significativos, el crematorio de Igualada -pueblo cercano a la capital catalana-, integrado al conjunto arquitectónico del Cementiri Nou, obra de Miralles y Pinós de los años 80,  donde descansan los restos del arquitecto, quien murió a los 45 años en el 2000, a causa de un tumor cerebral. ¿Dónde te sientes más cómoda desarrollando arquitectura, en el ámbito público o privado?-Me siento cómoda desarrollando arquitectura. Me gusta mucho trabajar en espacios públicos porque el cliente es la ciudad. Pero la verdad es que me apasiona lo que hago, me entusiasmo con cada proyecto nuevo. El crematorio era mayormente calderas y una pequeña sala para ver cómo el muerto se quemaba, y lo he hecho con el entusiasmo y el cariño como si hubiera hecho, yo qué sé, un palacio. Cuando hay un buen cliente, hay un buen proyecto. La historia de Pinós ha tenido como testigo, desde su nacimiento, a la ciudad de Barcelona; allí ha vivido y trabajado siempre: "(Con mi familia) vivíamos en el corazón de la ciudad, mi padre era médico, pero también teníamos una finca. Todos mis grandes recuerdos son de allí. Era el capricho de mi padre". He leído que tu padre influyó en tu decisión de estudiar arquitectura. -La casa en el campo estaba todo el tiempo en obras. Construíamos en piedra, teníamos un picapedrero y para mí, construir era como hacer la comida. Mi padre nos educó también visitando muchos monumentos, solíamos hacer viajes culturales. Él hubiera querido ser ingeniero de puentes y caminos, pero eso se estudiaba en Madrid. Y no le dejaron ir, porque era de Lérida, en Cataluña. Entonces escogió Medicina. Pero en el fondo tenía una pasión por el arte y por la construcción, que me la inculcó. ¿Con qué soñabas cuando partiste en la arquitectura?-No... no imaginé nunca que haría lo que he hecho. No era tan ambiciosa. Pensaba más bien dedicarme a la restauración, a los interiores. Mi padre me regalaba, ya de muy pequeña, revistas de decoración... lo que pasa es que, al conocer a Enric y durante mi matrimonio con él, entré en lo que se llama ser más ambiciosa respecto a mi profesión. El estudio que tuvieron juntos lo fundaron a comienzos de los años 80. Ambos veinteañeros, trabajaban en estudios de arquitectura locales, pero en las noches y los fines de semana se dedicaban a los concursos públicos, que comenzaron a ganar frecuentemente. "Era un periodo de transición, porque después de la era franquista España no tenía nada, lo que fue para los arquitectos una gran oportunidad y nosotros tuvimos la suerte de empezar en esa época brillante. Mi matrimonio con Enric fue trabajo, trabajo, trabajo". ¿Nunca se plantearon tener hijos?-No teníamos tiempo. A los 35 años yo me planto diciendo que era el tope, que quería hijos, pero entonces empezó a ir mal nuestra relación y luego nos separamos. Después sola me tuve que dedicar como una loca a trabajar. Porque ya me había entrado el gusanillo, ya no me conformaba. Con Enric había llegado a un nivel y no quería por nada del mundo perder ese nivel, que no lo conseguí en un día ni en dos. Me costó. ¿Qué aportabas tú a la dupla? -Sé estructurar las cosas, sé bien qué persigo. Soy rigurosa, no hago concesiones en el planteo. No sumo. Voy restando, haciendo que todo sea muy elemental y no vulgar, en el sentido de que no me gusta hacer lo que ya se ha hecho. Lo que ya se conoce. Siempre intento ir un paso más allá. Busco la elementalidad, seguramente porque no tengo la habilidad que tenía Enric. Yo era la que depuraba, y ahora cada esquema que hago es muy simple. Después los voy enriqueciendo, pero sin perder lo esencial.En esa época, ¿cuáles eran los desafíos que tenías que enfrentar?-Íbamos muy a la una, teníamos conversaciones de lo que pretendíamos. Igual, no era como ahora que hay tantas mujeres en el mundo de la arquitectura. Y parejas que trabajaran juntas, prácticamente éramos los únicos. Nos hicimos muy amigos de Peter y Alison Smithson; ellos nos miraban como sus descendientes y nosotros a ellos como la referencia, porque no era normal. Puertas afuera, todo el foco se lo llevaba Enric, y era duro, porque yo entregaba mi vida trabajando y después el reconocimiento no era tal. Pero bueno. Digamos que ya ni me acuerdo -dice sonriendo. Los proyectos de Carme Pinós tienen muy poco de virtuosismo, según reconoce. Ella intenta ser fresca, nueva y no conformarse con lo que sabe. Esa falta de habilidad de la que habla, y que atribuye a una dislexia detectada hace no tanto, la condujo a descubrir otra capacidad: "Cuando hago un croquis, sé espacialmente lo que va a decir. Sé lo que es", dice. Esos primeros esquemas, tan elementales, después tienen una visualización más compleja, que le permiten desarrollar ricos juegos formales, con diversidad de materiales. "No me caso con ningún lenguaje. Yo estoy casada y bien casada con una filosofía".Que es... -Respeto al lugar, la ciudad antes que nada. También, y esto es más personal, me agobian los espacios cerrados; verás cómo en mi arquitectura nunca la vista va contra la pared, siempre hay escapes. Son opciones: la luz, la transparencia. Y no olvidar nunca la escala humana. Has dicho que para desarrollar la arquitectura tienes que alinearte con el sentido común. ¿Cómo puedes lograrlo en el mundo contemporáneo?-Yo reivindico el sentido común; cuando me hablan de sostenibilidad, digo: es sentido común. Reivindico la circulación cruzada del aire, abriendo o cerrando de vez en cuando una ventana. El diálogo con la casa que tenían los antiguos era muy lindo. No apretabas un botón y tenías aire acondicionado. Se entendía por dónde venía el sol. Eso se está perdiendo. Además, todo está pensado para la individualidad, no para la cooperación. ¿Te ha tocado sufrir la falta de ayuda? -Uno se forja su red de relaciones y los amigos se tienen que regar, como a las plantas las hemos de cuidar. Si salí es porque en los años difíciles -cuando me separé y me quedé sin nada- la gente próxima siempre creyó en mí y me apoyó. ¿Hubo algún momento en que sentiste que ya lo habías superado?-No, porque vivía trabajando. Y nunca he estado sufriendo mientras trabajo. Bueno, durante un periodo no tenía encargos, era difícil entrar en concursos. Pero nunca dejé de trabajar con ilusión, jamás. Tenía menos dinero, pero ¿sufrir? No. Mejor asumir culpas y arreglarlas. Desde entonces me lo he pasado bien. Y con mis años, tengo ya 62, siento una paz... Esto lo hablamos con mis amigas que tienen todas 60; decimos: "La pena es que queda poco, pero ¡qué bien estamos! ¡Nunca hemos estado tan bien!".  


Pinós también ha diseñado objetos que ya alcanzan notoriedad. Uno de ellos acaba de presentarse en el salón del mueble de milán. 

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