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"Conejo blanco, conejo rojo" entretiene con grandes pretensiones

lunes, 17 de abril de 2017

Pedro Labra Herrera
Espectáculos
El Mercurio




Desde su estreno, en 2011, "Conejo blanco, conejo rojo", ideada por el iraní Nassim Soleimanpour, se tradujo a unos 20 idiomas y no ha dejado de darse alrededor del mundo. Atractiva por su buscada originalidad, este experimento con mucho de juguete teatral y dramatúrgico está ahora aquí en cartelera.

Cada función de esta performance sin director, ensayos ni escenografía, es única e irrepetible. Cada noche la acomete un distinto actor o actriz, que solo cuando pisa el escenario recibe el 'texto' que abordará en un sobre cerrado. Planteo que provee la idea de un laboratorio experimental, abriendo interrogantes metateatrales de mucho interés potencial -qué valor adquiere el texto en la puesta, si esta requiere necesariamente la mediación de un director, a partir de qué instancia el actor elabora su desempeño-, en tanto la variable improvisación aporta el incentivo de lo imprevisible: se nos advierte que, en la hasta hora y cuarto que eventualmente dura, cualquier cosa puede ocurrir. Sin contar con el bichito sádico: uno supone que el actor de turno está aterrado de enfrentar públicamente algo que desconoce por completo.

Pronto nos enteramos de que tampoco habrá una actuación propiamente tal. No hay un personaje por encarnar. El ejecutante se limita a leer el texto, una especie de carta abierta, la cual, además, permite a ratos confundir la voz e identidad del actor con la de Soleimanpour. Otro elemento que puede llamar a reflexión, pues el discurso que expone tiene en parte rasgos autobiográficos y un sentido de denuncia política. El veinteañero autor lo escribió cuando se le prohibía salir de su país por negarse a hacer el servicio militar. De modo que su presencia está y a la vez no está en escena para protestar por ello.

Porque aquí el factor sorpresa es clave, está claro que se debe adelantar solo lo indispensable. Sí podemos decir que todo gira en torno a la seducción del suicidio, y a veces se enuncian otros temas de peso, como los nexos entre pasado y presente. Largos tramos ocupa la fábula de los conejos, un relato ilustrado escénicamente con ayuda de los mismos espectadores, que tiene que ver con las restricciones de la libertad y la forma en que nuestras conductas y opciones son coartadas.

Así las cosas, nos resultó un juego teatral algo oscuro y errático, cuyo texto le brinda una estructura bastante fija, y que pretende ofrecer muchas más ideas y estímulos de lo que es dable desarrollar con ese material. Y que puede dar una impresión harto trivial, si no se entra en el juego planteado. Al fin y al cabo, nos pareció menos sustancioso y de menor interés dramatúrgico y teatral que "Un roble", otra propuesta con abundantes puntos de contacto con esta, que apreciamos aquí en 2008.

Vimos la versión de Néstor Cantillana, buen actor que manejó su desafío de modo fluido y solo correcto. La función duró apenas 55 minutos. Es obvio que debe funcionar a tope con un actor de gran capacidad lúdica e histrionismo, que se adueñe del espacio y se atreva a intervenir el texto. La complicidad de la platea es también determinante en el balance final, y en este caso, la bien dispuesta participación del público fue algo tímida y sin gracia. Quizás la chilenidad no ayuda a que la "experiencia" se convierta acá en algo tan impredecible.

Teatro de la Fundación CorpArtes CA 660. Solo los miércoles a las 20:00 horas, hasta el 21 de junio.

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