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Controversia Autor de "Pedro Páramo"

La difícil celebración de los cien años de Juan Rulfo

domingo, 09 de abril de 2017

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

Criticado por su exigua obra, el escritor mexicano -nacido el 16 de mayo de 1917 y muerto el 7 de enero de 1986- es defendido por autores chilenos que lo conocieron. Mientras, en México, un nuevo libro cuestiona sus contradicciones.



Aunque los primeros cuentos de El llano en llamas (1953) circularon en los años 40, Juan Rulfo es, desde 1955, sinónimo de Pedro Páramo , novela de la que únicamente en México se han impreso más de un millón 143 mil ejemplares, y que lo hizo famoso internacionalmente por vía de incontables traducciones. Solo en español supera las 50 ediciones, incluida la de 1985 en la Biblioteca Personal Jorge Luis Borges, conformada de cien títulos elegidos por el autor argentino, quien escribió en su prólogo: " Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura".

Los duros juicios de Aira

Si la segunda mitad del siglo XX fue testigo de la consagración mundial de Juan Rulfo, el XXI vio aparecer voces disonantes que cuestionaron su reputación asentada en dos libros. El artículo dedicado al novelista mexicano por César Aira, en su Diccionario de autores latinoamericanos (2001), es considerablemente más breve que los de Octavio Paz, Carlos Fuentes e, incluso, Mariano Azuela. Todos los juicios, aun los que se inician con un elogio, contienen un pero . De El llano en llamas dice: "Quince cuentos de rara perfección, en los que llega a su más alto nivel la ya por entonces declinante narrativa rural mexicana. Son relatos de exquisita sencillez, a los que solo se les podría objetar cierto paternalismo". Pedro Páramo es despachada en nueve líneas: "Es una comedia de fantasmas muy hábilmente construida, que enmarca la historia, mucho más convencional que el formato, de un gamonal inescrupuloso, con alguna referencia a la Revolución. En poco más de cien páginas, cumple la triple exigencia de lo literario, lo social y lo histórico, con perfecta economía".

En posteriores entrevistas, Aira ha extremado sus críticas. "Abomino de los escritores Bartleby como Juan Rulfo", declaró en 2008. "¿Es cierto que odia usted a Juan Rulfo porque escribió poco?", le preguntó El País, dos años más tarde. "No, pero no me gustan los escritores que no escriben. Hay gente que necesita tener carné de escritor, porque eso les sirve para moverse socialmente, pero lamentablemente para eso necesitan escribir y eso no les gusta. Pero no tengo nada contra Rulfo, salvo considerarlo un escritor bastante mediocre, pero eso son opiniones y gustos personales que no le impongo a nadie", declaró Aira (a quien se intentó contactar para esta nota).

Juicios como estos previnieron a Christopher Domínguez cuando publicó su Diccionario crítico de la literatura mexicana (2007). El artículo que le dedica a Rulfo confronta las aprensiones de Aira. "¿Fue el burro que tocó la flauta, una suerte de idiota en estado de gracia a quien la inspiración poética tomó con virulencia para arrojarlo exhausto, una vez escritas dos breves obras maestras, hacia la esterilidad?", comienza preguntándose el crítico. Uno por uno, descarta los mitos en torno a la autoría de su novela: la terminó realmente él, no sus amigos ni su editor. Su obra no es una coda o broche de la agonizante narrativa campesina. Ni siquiera de la Revolución. De hecho, sus "saldos bélicos", como los llama Domínguez, corresponden más bien a la Guerra Cristera (1926-1929). Rulfo no es el máximo estandarte del realismo mexicano, pero tampoco Pedro Páramo es un "texto fantástico", como decía Borges. Sobre el enigmático silencio de sus últimos años, el crítico escucha todas las explicaciones, pero finalmente dice: "Rulfo, pese a sus fantasías y a sus vacilaciones, supo ser esencialmente fiel a su convicción de que en El llano en llamas y en Pedro Páramo había dicho lo esencial. Esa atormentada reticencia es, más allá de las contingencias existenciales que la motivaron, una lección de higiene moral".

Lector de María Luisa Bombal

En su recién publicado libro Había mucha neblina o humo o no sé qué (Penguin Random House), la influyente escritora mexicana Cristina Rivera Garza, de la Universidad de Houston, llama la atención sobre el hecho de que un escritor incluya la obra de una mujer entre sus influencias principales. Fue el caso de Juan Rulfo cuando declaró que se había "enamorado" para siempre de la prosa de María Luisa Bombal. "Debió reconocer una hermandad secreta en los muertos de La amortajada , esa novela que no se fiaba de la anécdota como centro ineludible de la narración, sino que procedía con suma libertad en otros registros del lenguaje y de lo real", comenta Rivera Garza.

El vínculo de Rulfo con Chile fue más allá. Vino en 1969, invitado por la Sociedad de Escritores de Chile a un Encuentro Latinoamericano que se realizó en Santiago, Concepción y Viña del Mar. En esa oportunidad visitó a Neruda en Isla Negra y participó, con renuencia, en las sesiones organizadas en el Hotel O'Higgins. Poli Délano notó que solía ausentarse de los debates, hasta que una mañana lo descubrió bebiendo en el bar del hotel. Se le acercó, empezaron a conversar y se hicieron amigos. Años más tarde se encontraron en Barcelona, en la agencia de Carmen Balcells y, después de 1973, en Ciudad de México, donde comían con frecuencia junto a otros latinoamericanos exiliados.

"Era muy tímido, sobre todo en público", confirma Poli Délano. "Una vez fue Fernando Alegría a México a presentar su libro Una especie de memoria . Entre los presentadores estaban Arturo Azuela, Juan Rulfo y yo. Cuando le tocó hablar a Rulfo, dijo algo así como: 'Yo estoy muy contento de estar aquí presentando esta nueva obra de mi buen amigo Fernando Alegría, muchas gracias'. Fue todo su discurso".

Délano recuerda que en 1969 le preguntó sobre la influencia en su narrativa de William Faulkner, pero Rulfo negó que lo hubiera leído antes de escribir El llano en llamas , algo que más tarde desmintió. El brasileño Eric Nepomuceno, gran amigo y traductor de Rulfo, le contó a Poli Délano que el mexicano seguía escribiendo, pero que lo destruía todo. Délano recusa, por esto, los dichos de Aira: "Considero que cualquier persona tiene derecho a que algún escritor no le guste. Pero él, además, se atreve a emitir con toda libertad juicios que contradicen lo que piensa la mayor parte de los escritores. Yo discrepo de esos juicios. En primer lugar, Rulfo no escribió poco sino mucho, y tal vez con un sentido muy autocrítico desarrolló algún complejo que le impidió publicar lo que consideraba que no alcanzaba la altura a la que ya había llegado con solo 'dos libritos'. Creo que Aira no tiene razón al afirmar que se trata de un 'escritor mediocre'. Sus 'dos libritos' dan cuenta de una intuición salvaje para decir solo lo justo, y la perfección de sus cuentos es reconocida mundialmente con mucha justicia".

En 1975, Germán Marín conoció a Juan Rulfo en Guadalajara. El novelista chileno colaboraba con el Departamento de Cultura del gobierno de Jalisco y el autor de Pedro Páramo recibía continuas invitaciones a su estado natal. "Era muy regaloneado por el PRI", explica Marín. Tanto, que surgió el proyecto de organizar un recorrido por Jalisco de acuerdo con un itinerario trazado por Juan Rulfo con relación a sus dos libros. En la excursión participaron el escritor jalisciense, un equipo de fotógrafos, varios periodistas y Marín. El libro nunca se hizo, porque cambió la administración del estado. "De todas maneras fue un viaje hermosísimo, que duró cuatro o cinco días. Hasta alojamos en la hacienda de uno de sus hermanos. A partir de entonces tuve una excelente relación con Juan", recuerda Marín.

Tiempo después le ofrecieron acompañar a Rulfo durante unos días de descanso en una casa frente al lago Chapala. "Juan se pasaba el día tomando café y Coca Cola. Había dejado el alcohol totalmente", recuerda Marín. "Se había convertido en un agente cultural. Le gustaba escuchar música clásica. Nos veíamos poco, pero en la noche teníamos largas charlas. Hablábamos de todo, era peladorazo. Le tenía inquina a Octavio Paz y a Carlos Fuentes". Quería mucho, en cambio, a García Márquez, señala Marín. Y se indignó con Vargas Llosa ("ese matón") por el puñetazo que le dio al escritor colombiano en 1976. "Su gran amigo era José María Arguedas. Sentía admiración por él. Eran hombres de confidencias", dice Marín.

En una ocasión, Rulfo lo llevó a caminar por el centro de Guadalajara y le mostró la calle donde antes se exhibían las prostitutas detrás de ventanas enrejadas. "Conocía muy bien la sociedad de Guadalajara", asegura Marín. Pero el episodio que mejor recuerda ocurrió durante el viaje por Jalisco, al llegar hasta el pueblo donde mataron, en 1923, al padre de Rulfo, cuando este tenía seis años. "A Juan le vinieron a decir que unas personas querían saludarlo y conversar con él, pero él dijo: 'No, esos son los descendientes del asesino de mi padre'. Eso provocó mucha resonancia entre los que íbamos en ese viaje, porque fue un hallazgo inesperado", cuenta Marín.

Rulfo, ¿doble agente?

Cuando Nicanor Parra recibió, en 1991, el primer Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, incluyó en su "Discurso de Guadalajara" una divertida revelación acerca de su encuentro con el escritor mexicano en 1969: "Se me acercó una vez en Viña del Mar/ A felicitarme x un poema que no era mío/ No supe qué decirle/ Me confundí/Y el pobre Juan también se confundió/ Primera y última vez/No volvimos a vernos nunca +/ Hasta este momento/ En que él me sonríe desde Comala". En la alocución, el antipoeta se rinde a la grandeza de Pedro Páramo ("Perfección enigmática/ No conozco otro libro + terrible") y glosa los elogios a Rulfo expresados por Borges y Octavio Paz, quien afirmó que Rulfo es "el único novelista mexicano que nos ha dado una imagen -no una descripción- de nuestro paisaje".

En su centenario de nacimiento, la calidad literaria de Juan Rulfo parece fuera de toda discusión. Las nuevas objeciones van por otro lado. En el documentadísimo y provocador libro Había mucha neblina... -considerado "difamatorio" por la Fundación Juan Rulfo-, Cristina Rivera Garza saca a relucir las contradicciones del autor. Rulfo, como otros de sus contemporáneos, escribió sus libros gracias a becas financiadas indirectamente por la CIA. Una vez publicados, fue convertido en funcionario por los gobiernos desarrollistas del PRI. En la Comisión de Papaloapan estuvo a cargo de fotografiar a los indígenas que serían erradicados para construir la represa que inundó sus tierras montañosas en el estado de Oaxaca.

Rivera Garza se pregunta hasta qué punto el escritor se dio cuenta de esta instrumentalización. Dice que su actitud fue al menos ambigua e incluso lo llama "doble agente". Echando mano de la conocida alegoría del ángel de la historia que mira hacia atrás -empleada por Walter Benjamin-, la escritora afirma: "Rulfo no solo fue el testigo melancólico del atrás que la modernidad arrasaba a su paso, sino también, en tanto empleado de empresas y proyectos que terminaron cambiando la faz del país, fue parte de la punta de lanza de la modernidad corrupta y voraz que, en nombre del bien nacional, desalojaba y saqueaba pueblos enteros para dejarlos convertidos en limbos poblados de murmullos".

Tras la paletada, ¿nadie dirá nada? Difícil. Los muertos de Rulfo, empezando por él mismo, nunca se quedan callados.

Vino a Chile en 1969. En Viña del Mar lo conocieron Poli Délano y Nicanor Parra. Germán Marín viajó junto a él por Jalisco. 

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