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Viaje al alma máter de los médicos ecuatorianos

sábado, 11 de marzo de 2017

por Arturo Galarce Desde Guayaquil fotos Mito López
Reportaje
El Mercurio

La Universidad de Guayaquil es, después de la U. de Chile, la institución que más provee de médicos a los consultorios del país. ¿Cómo se forman estos profesionales claves en el sistema de salud primaria y cuestionados por el Eunacom? Viajamos a Ecuador y encontramos una Facultad de Medicina golpeada por denuncias e irregularidaes, y a alumnos que sueñan con empezar una vida nueva en Chile.



Andrés Pineda, corbata en cualquier parte, zapatos brillantes, terno bailando sobre su diminuto cuerpo, se acerca a la entrada del nuevo hospital del Guasmo Sur, uno de los distritos más pobres y violentos de Guayaquil. Son casi las tres de la tarde. Es jueves. A pesar del calor húmedo, Pineda parece demasiado tenso como para ponerse a sudar: ayer, mientras esperaba pacientes en su cachuelo, una pequeña sala en un centro médico donde cobra ocho dólares la consulta, recibió el llamado que lo tiene aquí, a pocos minutos de enfrentar su primera entrevista laboral. Viene preparado: dirá que quiere el puesto porque se siente apto, y porque desea forjar su historia junto a la del hospital. Se guardará, dice, una razón más honesta: quiere el trabajo para reunir el dinero y en un plazo de dos años cumplir el sueño que tiene desde que era estudiante en la Universidad de Guayaquil: irse a Chile.

-Si usted va a la Universidad de Guayaquil, la mayoría espera salir de Ecuador. Y la primera opción es Chile -dice él, antes de partir a su entrevista-. Eso es porque los chicos de universidades pagadas pueden acceder a posgrados acá e ingresar a especialidades. Es raro ver a un chico de universidad privada yendo a Chile a trabajar.

El deseo de Andrés (28) no es antojadizo: un estudio de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, a pedido de la Asociación Chilena de Municipalidades, en 2016, reveló que 11 por ciento de los médicos generales en el sistema de atención primario chileno proviene de la Universidad de Guayaquil (equivalente a 586 profesionales), ocupando el segundo lugar detrás del 12 por ciento de médicos formados en la Universidad de Chile. Por eso, nombres de ciudades como Rancagua, Antofagasta, Puerto Montt, San Felipe, Santiago se oyen con acento "guayaco" en salas, plazoletas y pasillos de la U. de Guayaquil. La dura crisis económica de fines de los 90 y la posterior dolarización del país, son apuntadas por los más antiguos de la facultad como responsables de una primera oleada de médicos que migraron a Chile, animados además por el Convenio Andrés Bello: tanto médicos uruguayos, como colombianos y ecuatorianos, pueden ejercer en el sector privado y particular chileno luego de certificar su título en el Ministerio de Relaciones Exteriores. 

Desde entonces, el rumor se extendió cargado de mitos y verdades: que en Chile el paciente es más educado, que en Chile los médicos ecuatorianos son valorados por su calidad, que en Chile nadie te discrimina; que puedes tener más de dos trabajos, o tres, si quieres, y que por fin puedes pensar en especializarte; que compras el auto y la casa; que te sobra dinero para costear las vacaciones que has soñado, y que, en definitiva, allá tú sueldo se duplica: si acá aspiras a ganar entre 1.600 y 1.700 dólares como médico general durante todo el ejercicio de la carrera, allá puedes llegar a los cuatro mil dólares desde un primer contrato, sin contar las bonificaciones por trabajar en el Servicio de Atención Primaria de Urgencia (SAPU), o realizar turnos en días festivos.

-Bueno, papá, ¿me esperas a la salida? -le pregunta Andrés a su padre, que lo vino a dejar.Su padre le da un beso en la cara y le desea suerte. Luego se gira y pregunta:

-¿Cree que haya posibilidades en Chile para él?

Pagar por pasar

-A ver, de aquí, ¿cuántos quieren irse a Chile cuando terminen la carrera?

Ruido de pájaros. Grillos en el suelo y árboles cargados de mangos.

Es miércoles por la mañana y en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Estatal de Guayaquil, al este de la ciudad, una marea de alumnos transita por la plazoleta del campus. Exsel Chiriguaya, 27 años, estudiante de último año de medicina y miembro de la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador, está parado en una de las esquinas. 

-Esto no era como lo ves ahora -dice Exsel, moreno, pelo rapado, sacando su celular para deslizar algunas imágenes. Detrás de él, decenas de vendedores ambulantes se acomodan alrededor de la plazoleta, ofreciendo desde libros fotocopiados, cigarrillos, hasta el arriendo de proyectores para diapositivas por tres dólares por disertación-. La gente no caminaba tranquila como la ves ahorita -continúa Exsel-. Antes podíamos estar aquí y de la nada salían dos manes (hombres) y comenzaban a dispararse. Y mira esta foto: estas eran las condiciones del foso de cadáveres que teníamos para el estudio. No se las daba ni a mi peor enemigo.

Las fotos y pantallazos de periódicos que guarda Exsel en su celular pasan como diapositivas de una época tan compleja como necesaria de explicar: son de años recientes, cuando los grupos políticos se debatían con violencia el control de la organización estudiantil, mientras el desorden administrativo al interior de varias facultades, a esa altura operando casi de forma autónoma, profundizaban el abandono todavía visible en parte de la infraestructura y en la calidad académica de la universidad.

Esta debacle relatada por Exsel, arrastrada desde décadas anteriores, obligó a crear una comisión interventora que, en manos del Consejo de Educación Superior del Ecuador, tomó el control de la Universidad de Guayaquil en octubre del 2013: el mismo año en que otro organismo, el Consejo de Evaluación, Acreditación y Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior, descendió a la universidad de la categoría B a la D, la más baja en el listado de clasificación de calidad universitaria del país.

El sociólogo Enrique Santos, magíster en Antropología del Desarrollo y doctor en Psicología de la U. Católica de Lovaina (Bélgica), fue el responsable del Consejo de Educación Superior para el seguimiento de la comisión interventora.La primera acción, cuenta Santos, desde el living de su casa en Guayaquil, fue ordenar una auditoría, cuyo resultado fue un informe con 71 denuncias que la comisión interventora presentó a la Fiscalía del Guayas el 2014. De ellas, explica, solo dos fueron investigadas.

-El resto aún permanece en espera. A veces se nos acusa a nosotros de que no haya nadie preso todavía, pero a pesar de nuestros esfuerzos la fiscalía no movió mucho -lamenta Santos, antes de detallar el informe de denuncias. En él, dice, se concentraron desde casos de violación al principio de gratuidad (la universidad es gratuita desde 2008), irregularidades en la oferta académica y entrega de títulos falsos, hasta denuncias por hurto, robo, malversación de fondos, abuso y acoso sexual, e incluso terrorismo: esta última incluyó los casos de un estudiante apuñalado durante una manifestación, la detonación de tacos de dinamita, incendios en facultades y el hallazgo de municiones de alto calibre en el entretecho del vicerrectorado general.

La Facultad de Medicina, agrega Enrique Santos, fue una de las que presentaron mayores problemas:

-Se cursaban especializaciones médicas que nunca habían sido conocidas o aprobadas por el Consejo de Educación Superior. Cuando los estudiantes que habían seguido estos programas querían registrar su título, el sistema indicaba que ese programa no existía. La infraestructura también era un problema: los edificios de la facultad no habían sido refaccionados en 40 años. Uno veía las paredes y estaban cubiertas con moho, hongos; la pintura de los baños en pésimo estado. Las aulas, considerando las altas temperaturas de Guayaquil, no contaban con sistema de ventilación, y la calidad de internet era deplorable. Las condiciones de trabajo eran tan malas que cuando se hizo la evaluación de la facultad, se estableció que la carrera no acreditaba.

Varios de esos inconvenientes, asegura Enrique Santos, a tres meses de terminada la intervención, fueron superados. Esas mejoras, cuenta, sumadas al diseño de un nuevo modelo educativo de la universidad, la renovación de la planta docente y el orden administrativo, colaboraron para que el Consejo de Evaluación devolviera a la Universidad de Guayaquil a la categoría B del listado de calidad, en septiembre del 2016.

A pesar de ello, la carrera de medicina sigue desacreditada, a la espera de que se consideren sus mejoras en infraestructura tras la intervención, entre las que se cuentan la construcción de una unidad de investigación, inversión en nuevas camillas, muñecos simuladores de enfermedades para el ramo de semiología, y la adquisición de dos mesas tablet de disección virtual 3D en reemplazo de cadáveres para las clases de anatomía: desde 2015, y luego de que la policía de Guayaquil encontrara el cadáver de la joven Kerly Verdesoto, desaparecida en 2011 en el cantón vecino de Milagro, en el foso de la facultad, este permanece clausurado por la fiscalía.

-Ese es un problema que está a días de ser solucionado -explica el nuevo decano de la Facultad de Ciencias Médicas, el ginecólogo Jorge Daher Nader-. De hecho, también se invirtió en la compra de nuevas cámaras para la conservación de los cadáveres. La facultad ha avanzado mucho y en muy poco tiempo. La revista de la facultad ha vuelto a publicarse, se está haciendo investigación y ya se están cursando posgrados.

La malla, agrega el decano, también fue reestructurada. Uno de los cambios fue ordenar que anatomía, que antes se cursaba a lo largo de un año, se dicte por solo cuatro meses. La decisión, explica Daher, se debió a que en la malla anterior la composición horaria de los ramos incluía las horas autónomas de los estudiantes dentro de las presenciales. Sin embargo, apenas se conoció este cambio, docentes de la universidad y autoridades de la ciudad, como el presidente del Colegio Médico de Guayaquil, Ernesto Carrasco, descargaron sus críticas.

-¡En cuatro meses no puedes aprender la anatomía humana! -dice Ernesto Carrasco, detrás el escritorio de su oficina, enrojeciéndose todavía más-. El profesor, en cuatro meses, va a tener que explicar lo que antes le tomaba un año. Es decir, van a mandar a los estudiantes a leer cosas que tendrías que leer en 24 horas y que ahora van a leer hasta que puedas. Y habrá el vago que nunca abrió un libro, que nunca vio un cadáver y buscará la forma de pasar de año. Porque formas hay: consiguiendo un banco de preguntas, o pagándole al profesor.

Eduardo Herrera, chileno, moreno, pequeño, 29 años, sentado al interior de la biblioteca de la facultad, cuenta que hace seis años se matriculó en medicina en esta universidad, luego de haber fracasado en su intento de estudiar esta carrera en la Andrés Bello, y también por falta de dinero. Apenas llegó, dice, sintió el peso de la corrupción.

-Es verdad lo que ocurre en la universidad -cuenta-. Desgraciadamente la corrupción es una realidad. Acá varios me conocen porque yo me enfrenté al tema de la corrupción. Un tipo me estaba cobrando 300 dólares para pasar una materia y, ¿qué opción quedaba?: poner las denuncias sobre la mesa.

-En efecto, la facultad fue de las que más denuncias tuvieron por este tema -dice el presidente del Consejo de Educación Superior Enrique Santos-. Lamentablemente es un habitus de algunos profesores. Nosotros logramos establecer un sistema no de control de esto, pero sí de persuasión, de denuncias, que hizo que estos casos hayan disminuido drásticamente. Y aunque es algo que sigue ocurriendo, se ha vuelto mucho más sutil.

-Gracias a Dios ya tenemos meses que no escuchamos nada de procesos de corrupción -añade el decano Jorge Daher-. Y cuando supimos de ellos, había muy pocos que se atrevían a dar evidencia. Había comentarios, pero, mientras queden en eso, son cuentos de corrillo. De todas formas, si están temerosos los muchachos, yo llamo a los profesores involucrados y aunque no tenga las evidencias, simplemente les digo: "Yo no puedo decir que usted es un corrupto, pero hay supuestos comentarios que manifiestan esto. Simplemente le estoy diciendo que estamos investigando". Así ha sido. Un método disuasivo. Pero es difícil corroborarlo.

-Este tipo de situaciones en Chile serían un escándalo -agrega Eduardo Herrera-. Nosotros tenemos otro concepto de la realidad. En Chile crecemos y nos inculcan que el médico es algo importante. Acá ser médico general no significa nada. Te tratan mal. Te pagan mal. No hay estabilidad laboral. No hay proyección.

En la plazoleta de la universidad, Lissette Poeva, 22 años, estudiante de tercer año de medicina, sabe de las dificultades de las que habla Eduardo Herrera: sabe, por ejemplo, que en Ecuador los contratos en hospitales son provisionales por un año, y que si aspira a un contrato indefinido deberá ingresar a un concurso de méritos; sabe que eso es difícil, y que el sueldo como médico general en su país tampoco le alcanzaría para mantener una familia, y que pensar en conseguir un segundo trabajo para aumentar sus ingresos es imposible, pues está prohibido por ley. Por lo mismo, dice, su obligación es especializarse, pero sabe también que los posgrados son caros (la gratuidad en Ecuador es solo hasta la educación pública de tercer nivel): la Universidad de Guayaquil concentra la mayor cantidad de estudiantes pobres del país, y tanto como para Lissette y la mayoría de sus compañeros, pensar en costearse estudios de posgrado en su país les resultaría prácticamente imposible.

-Por eso mi plan es trabajar y juntar dinero para irme a Chile -dice Lissette, antes de entrar a rendir un examen de nutrición-. O pedir un préstamo. Una amiga de mi hermana ya se fue, y ella también quiere irse. Allá sé que la economía es estable y que muchos de los que se van ganan dinero suficiente para vivir tranquilos y poder pagarse los estudios. 

-A ver, ¿de aquí cuántos quieren irse a Chile cuando terminen la carrera?

En una de las salas de la facultad, y antes de iniciar su clase de anatomía, el cirujano Jorge Vera, acaba de lanzar la pregunta a sus 32 alumnos.

Del total, 17 levantan la mano.

-¿Ven? -dice el profesor-. No es necesario que se desanimen tan temprano. Si aquí no nos quieren, en otros lados sí.

Viajes y casas

Previo a su llegada a Chile, Luis Obando, lentes, nariz prominente, 32 años, médico general de la Universidad de Guayaquil, recibió un regalo de su esposa: un pequeño libro sobre trastornos de salud mental. 

-"Lee esto", me dijo, "porque es lo que más vas a ver acá". Y no se equivocó -dice el médico Obando.

Luis Obando está al interior de su despacho en el Cesfam Cardenal Silva Henríquez, en la población Bajos de Mena, en Puente Alto. Desde ahí cuenta cómo fue su mujer la que llegó primero a Chile el año pasado, para tantear el terreno. Le fue bien. Consiguió trabajo en Megasalud, y apenas tuvo dinero suficiente abandonó el departamento de una colega ecuatoriana en San Miguel para arrendar el propio en la misma comuna. Entonces vino Luis y el hijo de un año de ambos, despidiéndose de la casa y el auto que habían comprado hacía poco en Guayaquil.

La primera experiencia laboral, en un consultorio en la comuna de Renca, cuenta Luis, no fue lo que esperaba: si bien ganaba más dinero que en Guayaquil, se encontró con que la base de datos de los pacientes no estaba digitalizada: cada consulta y diagnóstico tenía que ser ingresado a mano.

-Uno creía que ese tipo de cosas no pasaban en Chile -dice-. Pero de todas formas estaba mejor que en Ecuador. Allá, por más que hiciera jornadas nocturnas, que me sacara el aire, iba a seguir ganando lo mismo. No tenía la posibilidad de dinero extra. Por eso acá me siento bien, me siento cómodo. Es cansador, sí, pero lo que me gusta es que el esfuerzo es recompensado con dinero.

Hay días en los que Luis no duerme. Pasa de largo, transitando de su jornada diurna, a los turnos SAPU durante las noches. En las fiestas de fin del año pasado se mantuvo 36 horas despierto, a cambio de 20 mil pesos por hora trabajada. Esas bonificaciones, dice Luis, le permiten engrosar su sueldo hasta los tres millones de pesos, que sumados al millón y medio que gana su esposa cumpliendo solo 30 horas semanales en Megasalud, le permiten, además de ahorrar y llevar una buena calidad de vida, pagar el arriendo del departamento en Santiago, y el dividendo de la casa y las cuotas del auto que quedaron en Guayaquil.

-La medicina no es para hacerse rico -dice, detrás de su escritorio en el consultorio-. Por ejemplo, con lo que me pagaron por las horas de SAPU del Año Nuevo yo digo que es bueno, que está bien pagado. Pero los médicos chilenos dicen que no es nada. Ellos no consideran que mi puesto es para hacerse rico. Un chileno no va a hacer este trabajo. Pero yo, feliz. Si a mí me dijeran: "Doctor, usted va ser médico general aquí de por vida", no tengo ningún problema. El sector es complicado, pero, de todos modos, si uno se dedica a los pacientes, ellos te ven con diferente cara. Lo único que me gustaría es tener más tiempo para atenderlos.

Según Enrique Paris, presidente del Colegio Médico de Chile, la Superintendencia de Salud ha investigado la relación entre pacientes chilenos y médicos extranjeros en la atención primaria y el servicio de salud pública, llegando a la conclusión de que los médicos emigrados, y en contraste con la percepción que hay de sus colegas chilenos, destacan por la calidad del tiempo de las consultas y el trato cordial. Esto es motivo de orgullo para el decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Guayaquil, Jorge Daher, pero para uno de los docentes más antiguos, el nefrólogo formado en España y Francia Juan Ramón Mosquera, solo es diagnóstico de un fenómeno negativo para la salud ecuatoriana.

-El médico que se va a Chile no es orgullo de ningún tipo. Solo es un médico que se va -dice Mosquera, en el patio de la Universidad de Guayaquil-. Ahora, si él médico regresa a entregar su conocimiento, es otra cosa. De lo contrario, no nos beneficia. El problema es que acá no existe una orientación exacta, sino una necesidad apremiante de tener un trabajo y tener recursos económicos. Por eso hay gente valiosa que se ha ido y se han quedado en Chile. Gente que quería venirse para acá especializados, pero que se deslumbraron con los sueldos y no crecieron académicamente. Me imagino que allá tienen un buen nivel de vida.

-Facebook es el termómetro para saber cómo están -dice la docente de la U. de Guayaquil, encargada de los laboratorios de semiología, Ana María Viteri. Titulada en esta misma universidad, cuenta que muchos de sus compañeros se fueron a Chile tras la crisis de fines de los 90. Ella también pensó en irse, pero no se atrevió a dejar a su familia. Su amiga Mónica Álvarez, en cambio, sonriente en su foto de perfil de Facebook sosteniendo un perro shar-pei, sí lo hizo.

Algarrobo. Valparaíso. Chile. Pasado el mediodía, la mujer del perfil de Facebook abre la puerta de su consulta. En perfecto acento chileno, cuenta que un día del 2000 tomó sus cosas para viajar desde Guayaquil a Santiago. No fue fácil: llegó a la casa de una amiga que vivía en una población de Estación Central, y mientras esperaba la visa y el título certificado por el Ministerio de Relaciones Exteriores gracias al convenio Andrés Bello, trabajaba en una feria pública tomando la presión y atendiendo pacientes en un centro de salud con bonos prestados.

Cuatro meses más tarde, el escenario era distinto: tenía tres trabajos y el día copado: de 9 a 13, en la clínica de San Antonio; en Valparaíso, de 13 a 17 en un consultorio en esa misma comuna, y de 17 a 21 en un consultorio en Casablanca.Dos meses después llegaron sus hijas y luego su marido. Hoy son dueños del primer centro médico privado de Algarrobo. Mientras en Guayaquil un médico general cobra entre 6 y 10 dólares la consulta (de 4 mil a 6.500 pesos chilenos), la doctora Álvarez cobra en Chile entre 30 mil pesos y 35 mil pesos. Todos los meses, dice, gana 3 millones de pesos, sin contar el pago de dos dividendos y los sueldos de los funcionarios de su centro médico. Durante todos estos años, según cuenta, ha capitalizado en propiedades, viajes por Estados Unidos, vehículos, y ha logrado costear al contado la vida universitaria de sus hijas en Viña del Mar.

-De todas las partes donde he trabajado en Chile, solo aquí en Algarrobo he sentido en algo la discriminación -relata Mónica, imponiendo aún más su acento chileno-. Sobre todo, en verano, cuando llega gente de Santiago. Hay algunos que entran, me ven y preguntan si no hay una doctora chilena que los atienda. Por eso aprendí a andar a la defensiva. De repente me ven y creen que me hice millonaria de un pestañazo. Mi respuesta es: "Primero, estoy haciendo un trabajo que la mayoría de los médicos chilenos no quiere hacer. Segundo: pago mis impuestos y más que muchos chilenos. ¿Con qué moral me vienen a discriminar?". Para tener lo que tengo, pasé muchas noches trabajando en hospitales, clínicas y consultorios, mientras todos los demás dormían.

Luis Obando, en su consulta en el Cesfam Cardenal Silva Henríquez, no ha sufrido discriminación. Su único inconveniente es su situación laboral: Luis es uno de los 366 médicos ecuatorianos que rindieron el último Examen Único Nacional de Conocimientos de Medicina (Eunacom), necesario para ejercer en el sistema de atención primaria y en el sistema de salud público chileno, y uno de los 299 de ellos que lo reprobó. Aún no sabe, dice, si su caso cae dentro de los 277 despidos ordenados por el Ministerio de Salud tras el desastroso resultado del examen. 

-A mí me gustaría que me evaluaran, pero en la práctica, con los pacientes, para que vean cómo trabajo con ellos, y no con una prueba diseñada para egresados chilenos. Sería lamentable si tuviera que irme, porque la gente es muy agradecida conmigo -dice Obando-. Ellos saben que los doctores chilenos no vienen por acá, simplemente porque no quieren trabajar con los pobres. Los pacientes que veo se sienten rechazados. A mí siempre me dicen: "Qué bueno que está aquí, doctor. Espero que no se vaya nunca, porque los doctores buenos siempre se van". 

¿Sin Eunacom?

Al interior de su oficina, el director ejecutivo de Eunacom, Beltrán Mena, saca cálculos sobre una hoja para validar el siguiente resultado: de 366 médicos ecuatorianos (161 de la Universidad de Guayaquil) que rindieron el último examen para acceder a plazas en el servicio de atención primaria y el sistema de salud público, solo 67 lo aprobaron. Es decir, el equivalente a 18,3 por ciento, por debajo incluso del total de aprobación de los extranjeros que lo rindieron: 26,8 por ciento.

Es una cifra que puede considerarse válida, dice Mena, aunque no es concluyente para determinar que los médicos de dicha nacionalidad, y en específico de la Universidad de Guayaquil (que concentra el 44 por ciento de los ecuatorianos que rindieron el examen), sean peores que el resto de los extranjeros que reprobaron.

-Es atribuible al azar, porque los que vinieron ese año sabían menos o sabían más -dice Mena, mirando números frente a la pantalla de su Mac-. No hay nada estable. No hemos logrado una diferencia significativa entre un país y otro como para definir algo así. Eso sí, no había escuchado algo sobre alumnos pagándole a sus profesores. Es raro eso en el mundo académico. Todas estas cosas podrían explicar los resultados, en parte, de los extranjeros que vienen para acá. Pero esa es una universidad y no sé si es extrapolable.

Para Enrique Paris, presidente del Colegio Médico de Chile, la cifra resuelta por Mena sí le parece concluyente.

-Me preocupa muchísimo -dice-. ¿Por qué la gente más vulnerable, la gente más necesitada tiene que ser atendida por médicos que no logran demostrar sus conocimientos? Y no es que sean malos médicos. Ellos vienen de países que no tienen las mismas enfermedades y medicamentos y posibilidades farmacológicas de Chile. No es la culpa de ellos. El Eunacom se hizo para evaluar al egresado chileno. Ahí tienen responsabilidad los municipios que no les dan tiempo a sus médicos extranjeros para que se preparen. Ellos deberían financiar esas capacitaciones.

-Aquí no solo están abiertas las puertas para los médicos extranjeros -agrega Beltrán Mena, desde su oficina-. Se necesitan, faltan más médicos en Chile. Las escuelas de medicina han intentado duplicar la formación de médicos, pero no han logrado tapar la brecha. Esa brecha tiene que venir del extranjero. No es que nos estemos cerrando a que vengan extranjeros, pero abrir las puertas tiene que venir de la mano con un examen de calidad.

Al igual que el doctor Paris, se pregunta descolocado:

-¿Por qué los municipios no se hacen cargo de capacitar a sus empleados, que son sus médicos, para que rindan un buen examen? Incluso escuché alcaldes diciendo que iban a contratar igual a médicos sin Eunacom, proponiendo algo que va contra la ley.

Beltrán Mena apunta a los dichos del alcalde de La Granja, Felipe Delpin, presidente de la Comisión de Salud de la Asociación Chilena de Municipalidades, y uno de los más críticos de la implementación del Eunacom como examen para establecer la calidad de los médicos extranjeros. Es martes. El alcalde Delpin enciende un cigarrillo al interior de su oficina.

-"Hacerse cargo de capacitarlos para rendir el Eunacom" -dice Delpin, y suspira-. Nosotros ya hemos aportado mucho. Aportamos a la salud primaria alrededor de 100 mil millones de pesos al mes. No estamos en condiciones, los municipios, de cancelar más capacitaciones. El que debería financiarlo es el Estado. El problema que tenemos aquí es que los médicos chilenos no quieren trabajar en la atención primaria. Si no se es oncólogo o neurólogo, parece que se fuera menos. Esa mirada es propia de las sociedades individualistas y exitistas. Un buen médico general aporta mucho. Y, en general, diría que dos millones de pesos, para quien comienza a trabajar, no es un mal sueldo.

Se le explica entonces el proceso de intervención que ha vivido la Universidad de Guayaquil y la serie de problemas que afectaron a la Facultad de Medicina, incluidos los casos de corrupción que siguen afectando a los alumnos. Delpin le da una calada a su cigarrillo.

-A ver, si fuera así, sería preocupante -dice-. Espero que sean casos excepcionales.

En Bajos de Mena, el médico Luis Obando cree que no hay nada de qué preocuparse. 

-Un médico que pagó para pasar de ramo no está preparado para trabajar aquí ni en cualquier parte. Se lo distinguiría a leguas. A mí también me tocó saber de profesores que cobraban y alumnos que pagaban. Pero no creo que alguien así tenga el valor de ir a otro país a trabajar como médico sin saber nada. Menos a Chile. 

Contrato y ¡a Chile!

Hospital del Guasmo, Guayaquil. Mientras el médico Andrés Pineda responde la entrevista, su padre, Walter, moreno, flaco, ojos achinados, se pasea fumando por el estacionamiento del hospital, mientras una fila de médicos cesantes transita con currículos bajo el brazo. Está tenso: ya ha visto cómo su hijo ha recorrido el país en bus, viajando a Milagro, a Machala, a Esmeraldas, en busca de trabajo durante los últimos meses.

Se le pregunta qué significa para un padre ecuatoriano que un hijo sueñe con ser médico.

-Orgullo -dice Walter-. Pero también preocupación por lo económico. 

Se le explica lo que significa para un padre chileno promedio que su hijo sueñe con ser médico.

-Claro. Es distinto. Es que aquí no hay trabajo -responde Walter-. Él ha llegado al punto de pensar en pedir un préstamo para irse a Chile. Si yo tuviera el dinero para que se fuera, se lo daría ya, pero no tengo. Por eso mi hijo necesita este trabajo.

Cuando dice eso, Andrés se aproxima desde el hospital, destartalado, con el terno bailando sobre su cuerpo diminuto. Antes de tenerlo enfrente, Walter no se aguanta y lanza un grito.

-¡¿Ya está?! ¡¿Contratado?!

Andrés lo mira y sonríe. En dos años más, y si todo sale bien, dice, será otro médico ecuatoriano más en Chile. 

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