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Vidas | En la ruta de los cafés parisinos

La historia privada de los existencialistas

domingo, 26 de febrero de 2017

Roberto Careaga C.
Publicaciones
El Mercurio

Llega a Chile "En el café de los existencialistas", un libro de la británica Sarah Bakewell que narra el estallido del pensamiento francés que tras la Segunda Guerra Mundial se convirtió en una moda. Siguiendo las vidas de Sartre y Beauvoir, la pareja emblema del movimiento, entrega un relato que supera el ámbito filosófico.



Nadie logró calcular la cantidad de gente que llegaría esa tarde al Club Maintenant, en París. Fueron multitudes. No todos pagaron su entrada. Adentro, las sillas no dieron abasto y tampoco el aire: se reportaron desmayos por el calor. Era el 28 de octubre de 1945, aún ardían las últimas llamas de la Segunda Guerra Mundial, y nacía una estrella: en el escenario, un hombre de poco más de un metro cincuenta de estatura, y usualmente considerado feo, seducía a las masas. Era un filósofo. Era Jean-Paul Sartre. Tenía 49 años, y en esos días en que Europa había rozado la autodestrucción, era el portavoz de una nueva forma de ver la vida en que libertad y responsabilidad se entrelazaban: el existencialismo.

"No hay camino marcado que conduzca al hombre a su salvación; este debe inventar constantemente su propio camino. Pero para inventarlo es libre, responsable, no tiene excusas y en él reside toda esperanza", dijo poco después de su charla en el Club Maintenant en una entrevista. A esas alturas, Sartre ya había publicado sus dos grandes obras, la novela "La náusea" (1938) y el tratado filosófico "El ser y la nada" (1943). Venía de ser un activo agente de la Resistencia contra la ocupación nazi de París y empezaba a convertirse en una suerte de gurú del mundo de posguerra. No solo en círculos académicos y políticos, también en el underground parisino, donde reinaba el jazz y la voz de Juliette Greco. Según la revista Time, "las mujeres se desmayaban ante él".

No estaba solo. Con él estaba su eterna compañera, Simone de Beauvoir, quien publicaría en 1948 el revolucionario ensayo feminista "El segundo sexo", y filósofos y escritores como Raymond Aron, Maurice Merleau-Ponty y Albert Camus, entre varios otros. Eran intelectuales de acción que a través del existencialismo sacaron a la filosofía de las aulas y la llevaron a la calle. Fueron decisivos en el destino del pensamiento en el siglo XX y su historia es la que cuenta Sara Bakewell en el libro "En el café de los existencialistas" (Ariel). Es un largo relato que se inicia con una chispa en un bar parisino.

"Quiero explorar la historia del existencialismo y la fenomenología de una manera que combine lo filosófico y lo biográfico", escribe Bakewell , confesando que siendo una joven de 16 años en Reading, Inglaterra, quedó fascinada al leer "La náusea" y se sumergió en la filosofía como una forma de vida.

Las cosas mismas

Bebían cócteles de albaricoque en el Bec-de-Gaz, en la calle Montparnasse. Según Bakewell, era un momento de 1932 o 1933. Beauvoir y Sartre, que ya habían decidido ser compañeros, escuchaban atentos a un viejo amigo, Raymond Aron, que estudiaba en Berlín. Tenía algo nuevo que contarles: si la filosofía tradicional estaba atascada en las teorías abstractas, en Alemania venía desarrollándose un pensamiento nuevo al alero de Edmund Husserl, que en vez de enredarse en si las cosas eran reales o no, iba a las cosas mismas: la fenomenología. Entonces Aron remató: "Ya ves, mon petit camarade , si eres fenomenólogo, puedes hablar de este cóctel y hacer filosofía con él".

Algunos años antes Sartre y Beauvoir habían oído de la fenomenología al leer la conferencia "¿Qué es la metafísica?" (1931), de Heidegger. Pero la abandonaron al no entender casi nada. Sin embargo, el entusiasmo de Aron tuvo efectos en la pareja: según Beauvoir, Sartre corrió a la librería más cercana y pidió todo lo que tuvieran sobre fenomenología. El mismo Sartre contó 40 años después que aquella conversación en Bec-de-Gaz fue importante: "Me dejó anonadado".

La dirección que toma "El café de los existencialistas" es ir a los antecedentes. Repasa con brevedad a autores como Kierkegaard y Nietzsche, luego se sumerge en el pensamiento de Husserl y a continuación avanza hasta su gran discípulo: Martin Heidegger, quien desde la fenomenología asaltó al mundo al preguntar por el ser. Heidegger preguntó por qué hay algo en vez de nada y su célebre tratado "Ser y tiempo" (1927) operó con un big bang para la filosofía . Para Sartre también fue decisivo.

Política e historia

"La historia del existencialismo es política histórica: es la historia de todo un siglo europeo", asegura Bakewell, y es así que va entrelazando los oleajes del pensamiento con los hechos que remecen a Europa: mientras Heidegger pasa a integrar oficialmente las filas del nazismo, los franceses Raymond Aron, Maurice Merleau-Ponty y el mismo Sartre fueron al frente de batalla en 1939. Todos fueron finalmente capturados por los alemanes. Sartre logró lo imposible: apresado en la frontera con Luxemburgo, donde se hundió en "Ser y tiempo", consiguió escapar: pidió un pase para ver a un doctor por sus ojos y funcionó, salió tranquilamente por la puerta y regresó a París.

Volvió a un París ocupado por los alemanes. Según Bakewell, llegó decidido a la acción: "Se mostró categórico en el sentido de que había vuelto para hacer algo". Juntó a amigos y armó un grupo dentro de la Resistencia que llamó Socialisme et Liberté, pero no duró mucho. Con Beauvoir, en todo caso, seguían activos: se veían todos los días y escribían codo a codo. Muchas veces en un café, como en el famoso Flore, donde no solo la calefacción era mejor que en sus departamentos, sino que también podían verse con artistas y escritores como Pablo Picasso, Raymond Queneau, Michel Leiris o Jean Genet.

Una tarde de 1943 se apareció Albert Camus. Se hicieron amigos de inmediato. Camus, un argelino que pasó casi toda su vida en Francia, había publicado "El extranjero" (1942), una novela tradicionalmente asociada al existencialismo. Aunque el concepto fue definitivamente explorado por Sartre en "El ser y la nada", un largo volumen en que la reflexión filosófica se alterna con relatos que refieren a la vida en París durante la Resistencia. Según Bakewell, en el libro el autor postula: "No soy nada, luego soy libre". Y añade: "No resulta sorprendente que esta libertad radical ponga nerviosa a la gente. Ya es difícil pensar en uno mismo como en un ser libre, pero Sartre va más allá y nos dice que no soy literalmente nada más allá de lo que yo decida ser".

Sartre se transformó en el portavoz de una inquietud general. Porque incluía, ante todo, la libertad. "Es un pensamiento muy tonificante, y resultaba muy atractivo en 1945, cuando las instituciones sociales y políticas establecidas se habían visto minadas por la guerra. En Francia, y en cualquier otro lugar, muchos tenían motivos para olvidar el pasado reciente y sus compromisos y horrores morales, para concentrarse en nuevos principios", explica Bakewell. "El público de Sartre oyó su mensaje en un momento en que gran parte de Europa yacía en ruinas", añade.

En el París de posguerra el existencialismo se transformó en una moda. Un estilo de vida que encontraba su hogar en las cavas de Saint-Germain-des-Prés, se vestía con jersey negros de cuellos altos o camisas leñadoras americanas, se bailaba al ritmo de la trompeta de Boris Vian, y tenía como reyes indiscutidos a Beauvoir y Sartre. El ruido conseguiría atravesar las fronteras y, aunque simplificado o marcado por la tragedia, golpearía las puertas de Nueva York y de todo el mundo. Antes que los beat perdidos en las rutas americanas, los existencialistas señalaban la ruta de la liberación. Aunque, claro, con responsabilidad: Sartre y Beauvoir, junto a Merleau-Ponty, fundaron el diario Les Temps Modernes y empezaron a escribir frenéticamente ante la contingencia. O, lo que es lo mismo, sobre política.

En esa ruta, Bakewell registra el quiebre del grupo: mientras Sartre y Beauvoir se volvieron cada vez más intransigentes en su postura política, el comunismo, quebraron relaciones con Camus, Merleau-Ponty e incluso con Raymond Aron, a quien conocían desde el colegio. No quedaron solos. Nuevas cortes de jóvenes los rodearon. En adelante, "El café de los existencialistas" va relatando el desenlace de las vidas de los grandes protagonistas del libro, incluido Heidegger, pero sobre de Sartre y Beauvoir. E insinúa que sus preguntas son nuevamente válidas: "Los existencialistas se preguntaban cómo se puede vivir significativamente en ausencia de Dios. Todos escribían sobre la ansiedad y la experiencia de vértigo por tener que elegir... una sensación que se ha vuelto aún más intensa en el mundo en el siglo XXI", dice Bakewell.

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