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Eugenio Téllez

Bien chileno, pese a todo

sábado, 03 de diciembre de 2016

Texto, Paula Donoso Barros. Retrato, Carla Pinilla Grandé. Fotografías, gentileza Eugenio Téllez.
Entrevista
El Mercurio

De sus 77 años, solo 12 los ha pasado en Chile. Pintor reconocido, de precios caros y discurso armado, Eugenio Téllez llegó a ser Profesor emérito en Canadá, y dio a conocecer una obra que estrechó relación con la literatura y sus malditos. acaba de cerrar su departamento en el barrio Forestal y de partir definitivamente, hasta su próxima visita.



Eugenio Téllez se pasea entre rumas de cajas de cartón. La principal razón de este último viaje a Chile, del artista chileno que nunca ha querido vivir acá, es embalar por completo el departamento que tiene más como bodega que como casa en el barrio Forestal, y venderlo. En cierta forma, cortar la raíz más visible con este país al que pertenece a pesar de sí mismo.

A los nueve meses salió del país, cuando a su padre socialista lo nombraron cónsul en Arequipa, y luego en Guayaquil, donde estuvo hasta los seis años. "Cuando llegué a Chile no estaba volviendo, sino llegando a un país nuevo", explica. El trópico se había instalado en la memoria de su primera infancia. "Fui muy feliz allá. Mis padres eran felices, pero cuando llegaron de vuelta se encontraron con sus respectivas familias y la vida cambió. Mi memoria de Chile, y lo digo con tristeza, es la de un país triste, muy gris; como recuerdos de domingos en la tarde... Y me marcó mucho, al punto de solo querer irme. Pero sin odio. Matta se fue así, Juan Downey, también. En esos años, lo natural era irse y muchos artistas de mi gene-ración se fueron".

Enrique Lihn lo alentó a partir en los 50, "en la noche de Santiago, cuando yo tenía 18 años, estaba en segundo año de pintura y era muy amigo de los escritores".

-Sentado en El Club Republicano me dijo: "Nosotros estamos aquí y el mundo está allá" -recuerda y hace el gesto con el dedo.

Se demoró tres días en avión a Lisboa, con cien dólares; "un viaje para nunca más volver", dice.

Y no lo hizo hasta veinte años después. Cuando ya había trabajado con Stanley William Hayter, uno de los grabadores británicos más importantes del siglo XX; cuando ya era profesor en la Universidad de Illinois y en la Escuela de Pintura y Escultura Skowhegan, en Estados Unidos, y también en la Escuela de Bellas Artes en la Universidad de York en Canadá... Una vuelta larga que empezó con años duros, "pero no sufridos", en París. Era feliz. "Tenía pesadillas de que por alguna razón tenía que volver a Chile, que acá me encontraba con amigos, con la familia y no me dejaban irme".

¿Por qué volvió y sigue volviendo?

-Mira a Jodorowsky, ha vivido siempre afuera y se lleva metido acá. Chile es una marca imborrable por mucho que te la quieras sacar. Es como la marca que tenían los soldados alemanes de las SS en el brazo y que trataban de borrar para que los soviéticos no los liquidaran. ¡Y es imborrable!

¿Y cómo es?

-Puede ser una marca alegre del corazón florido o una marca de ansiedad y tristeza. Esa es la mía: la tristeza, la melancolía.

¿No será carácter?

-Si yo fuera tan melancólico y deprimido no podría haber hecho lo que hice. O lo que estoy haciendo ahora: a los 77 años venir por seis semanas a empaquetar todo y cerrar. A mi edad, hago karate, soy cinturón negro tercer Dan. Creo que tengo una fuerza mental para luchar contra la adversidad, para rechazar la tristeza. Pero la melancolía, al mismo tiempo, es el motor.

Reflexiona sobre la identidad cultural de diversas partes del mundo y de personajes míticos, con una obra que junta pintura y dibujo y algo de grabado. También ha hecho videos e instalaciones. Siempre abordando temas contingentes, políticos. Con exposiciones y polémicas en Chile y el mundo. Su nombre tal vez suena más fuerte afuera que aquí: según cuenta, los libros de arte en Canadá lo incluyen como "Eugene Tellez, artista canadiense nacido en Chile", porque Toronto es la ciudad donde más ha vivido sus años de extranjero.

Recorre su vida, saltando de un cuento a otro: "Son mejores las anécdotas, para conversar; la pintura es una aventura no más". Y en su caso, una aventura a la que llegó por su mamá, cuando le regaló pinceles para aquietarlo un poco. "Pero fue la primera mujer que me traicionó", cuando supo que estudiaría Artes: "¡Le vino un llanto de pánico! Un tío que estaba ahí, me dijo: '¡La cagaste!' Y en la noche, cuando supo mi padre, gritaba: '¡Vas a vivir en la miseria y en la infelicidad, no vas a tener hijos!' -y no tuve-, mientras simulaba un ataque al corazón, y mi madre chillaba: 'Monstruo, ¡quieres matar a tu padre!'... Así entré a Artes y a la bohemia. Me metí entre los poetas y la noche: en mi familia, casi nadie me quería hablar".

Le gustan las frases rotundas y las mezcla con buen humor, su recurso "para defenderse un poco del aburrimiento, de la estupidez".

Las palabras pasan la cuenta, como cuando dijo que los mapuches no tienen herencia cultural...

-Esa fue una culebra de malentendidos. Ahora me río, pero tuvo una repercusión tremenda. En una entrevista dije -que quede claro- que los mapuches fueron grandes guerreros invencibles, como las tribus germanas contra el Imperio Romano, pero que culturalmente no dejaron nada. No lo tomé como ofensa, solo que no son como los incas o los mayas.

También que el hombre "es un ser miserable".

-La historia me ha alimentado mucho en mi trabajo, y la humanidad ha estado jalonada de miserias; de situaciones donde el hombre se ha portado maravillosamente bien y miserablemente mal. También lo digo cuando hablo del golpe militar, donde perdí compañeros del Manuel de Salas, que quería mucho, donde hubo delación, cobardía, coraje. Pero la idea la copié de Oscar Wilde: "Más conozco al hombre y más quiero a mi perro".

¿Sigue pensando que Chile flota en la Balsa de la Medusa...?

-Sí, como en la de Géricault, esa balsa que flota en el mar de la incertidumbre donde se comen unos a otros. Lo veo entre mis amigos... Mira la escena cultural, ¡las cosas que se dicen sobre Justo Pastor Mellado! Los chilenos siempre están peleando entre ellos, pero cuando les suben el pasaje del metro, no pasa nada, mientras los argentinos por diez centavos rompen todo.

¿Avanzamos en algo los chilenos?

-Hay algo de lo que se quejan mucho, y para mí es progreso. Este barrio donde vivo era de élite. En el Forestal solo estaba la gente linda... me gusta que hoy el pueblo está aquí, en el pasto: comen, atracan, gritan. Es terrible, pero significa que quizás este país ha entrado en una forma de democracia. Lo malo es que lo ha hecho también por el consumo; Chile entró a la modernidad, pero por la puerta de servicio, copia lo peor del norte.

¿Y en el arte se replica esta situación?

-Las comunicaciones hacen que hoy los jóvenes artistas, pintores, estén expuestos con una rapidez que no va a la par con el conocimiento profundo. Hay falta de contenidos reales; muchos gestos superficiales en la creación. Estoy hablando de la pintura, porque en la literatura hay grandes escritores... Creo que pintar es muy fácil y escribir, muy difícil. Bolaño dijo cosas terribles sobre eso, por eso no lo quieren nada...

¿A usted lo quieren?

-A mi última exposición, Homo Viator, en el Mavi el año pasado, fue mucha gente, pero la única crítica interesante fue la de Waldemar Sommer, que dijo lo típico, normal. Yo creo que soy un gran visual chileno, pero ya estoy fuera de juego por la cosa generacional, y porque la memoria acá es muy corta. Además, como no estoy gagá y digo cosas terribles... pero si uno se mantiene alerta, crítico y rebelde, funciona mejor.

¿Es uno de los grandes nombres?

-Considero que soy un buen artista y que he hecho cosas importantes. A pulso, solo. Nunca he buscado una beca, ni ayuda estatal. Soy profesor emérito de la Universidad de Toronto, formé generaciones de graduados y sin haber estado nunca en una universidad. He expuesto en muchos lugares, pero sin prestarle atención al éxito.

¿Vende mucho?

-Poco. Pero vendo caro. Vivo de una jubilación académica muy buena. Y eso que tuve un divorcio feroz con una americana... Habla de su segundo matrimonio, antes fue una alemana, y la tercera es Edith, una artista francesa veinte años menor, que conoció en Chile, "que me hizo ser hombre", porque por primera vez en la vida tuvo que luchar para seducirla.

Con ella vuelve a instalarse en París.

-Es un buen momento para irse de Chile. Esto es un descalabro. Mira las posibilidades: Lagos o Piñera; ¡es como Clinton o Trump! Imposible. Mis planes son exponer en Normandía, donde tengo una casa preciosa, en un pueblo maravilloso, en la playa frente a Inglaterra. ¡Mantener el departamento en el Forestal salía una fortuna!

"En los 50, me despidieron mis amigos poetas, y Lihn me dijo: 'TeTe vas, no vuelvas, pero defiéndete siempre del éxito'. Y me quedó grabado".

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