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Una rama dorada de hojalata

domingo, 23 de octubre de 2016

J. Miguel Ibañez Langlois
Revista de Libros
El Mercurio

Wittgenstein objeta a Frazer el haber caído en las múltiples trampas que tienden el lenguaje, la argumentación y la fantasía mal usados, al abordar formas de vida arcaica sumamente difíciles de evaluar hoy, ya que corresponden a tierras, mundos y contextos muy diferentes.



Hacia mediados del siglo XX alcanzaron gran notoriedad los doce volúmenes de la obra del inglés J. G. Frazer, La rama dorada , dedicados a los mitos y ritos de los pueblos primitivos. Confieso que sin ser yo un historiador, pero tampoco un ignorante de la historia de las religiones, tuve (y tengo) grandes reservas hacia aquella búsqueda desaforada de parentescos entre los orígenes del cristianismo, por una parte, y por otra los remotos cultos orientales, mesopotámicos, egipcios, sumerios, hititas, etc.

Frazer explicaba los fenómenos espirituales más variados y profundos a partir de las nociones primitivas de tótem, tabú, animismo y magia. En particular, nos entregaba una imagen de Jesucristo como mero reflejo de primitivas deidades mitológicas de toda especie, resultando así una figura tan parecida a su original "como un espantapájaros a un hombre vivo", al decir de Daniel-Rops.

He recordado esa voluminosa obra a propósito de otra, sumamente breve, que acaba de publicar Ediciones Tácitas: Observaciones sobre "La rama dorada" de Frazer , del mismísimo Ludwig Wittgenstein, con traducción, introducción y notas de Carla Cordua.

Aclaro de inmediato que la severa crítica del autor del Tractatus lógico-philosophicus a Frazer no pertenece al orden de las reservas mías que dije -cristológicas-, sino a la perspectiva propia suya: la lógica y la filosofía del lenguaje, si bien sus juicios denotan de paso el amplio espectro de su sensibilidad, siempre atenta a mostrar la dependencia lingüística del pensar humano.

En substancia, Wittgenstein objeta a Frazer el haber caído en las múltiples trampas que tienden el lenguaje, la argumentación y la fantasía mal usados, al abordar formas de vida arcaica sumamente difíciles de evaluar hoy, ya que corresponden a tierras, mundos y contextos muy diferentes. La dificultad aumenta cuando el intelectual cientifista está pertrechado de los prejuicios de la vida inglesa de los siglos XIX y XX, y con ellos a cuestas juzga aquellos cultos como un juez superior y objetivo, sin haberlos siquiera comprendido en su verdadera naturaleza.

Un ejemplo: "¿Cómo podría la similitud entre el fuego y el sol no hacer una impresión sobre el espíritu humano en vías de despertar? Pero no digamos 'tal vez porque no se la puede explicar' (la estúpida superstición de nuestro tiempo), ya que ¿acaso una explicación la hace menos impresionante?".

La suposición continua de Frazer reside en la idea de que todas las prácticas mágicas y religiosas -sin distinguir unas de otras- descansan en la mera ignorancia antigua de la física y la astronomía modernas. Wittgenstein afirma que esas prácticas no son ni representan opiniones o juicios, los únicos que pueden ser verdaderos o falsos, sino que son fenómenos de otra índole, que nuestro etnólogo nunca comprendió.

Y cuando este añade que esas conductas -desde una sanación mágica, pasando por un rito solar, hasta llegar a un sacramento cristiano- se ejecutaban "por pura estupidez", nuestro filósofo exclama: "¡Qué estrecha la vida espiritual de Frazer! Debido a ello: qué imposibilidad de comprender otra vida que no sea la inglesa de su tiempo".

Y es que todo el rigor lógico y lingüístico del autor del Tractatus no lo hace de ninguna manera ajeno a la religión. Tomo de Carla Cordua esta cita procedente de otra obra de Wittgenstein: "La religión es, por decirlo así, el fondo tranquilo más profundo del mar, que permanece tranquilo por mucho que se levanten las olas arriba".

Tras analizar varios otros ejemplos tomados de La rama dorada , el filósofo llega a decir: "Frazer es mucho más salvaje que la mayoría de sus salvajes". Si este juicio parece tan severo y aun apasionado, se explica bien en un pensador que se interesó por todo lo humano, y que fue tan exigente consigo mismo y con la entera historia de la filosofía. No podía serlo menos con la cháchara de Frazer presentada como "ciencia": una rama dorada de hojalata, diría yo.

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