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Presentación en la Filsa "La dimensión desconocida":

Nona Fernández: "La dimensión desconocida nos pena"

domingo, 23 de octubre de 2016

Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio

La escritora regresa con una novela en la que se cruzan casos verídicos de derechos humanos con el imaginario pop de su generación, modelado por series televisivas de horror y fantasía.



El 27 de agosto de 1984, Andrés Antonio Valenzuela Morales, alias Papudo, soldado 1°, carnet de identidad 39.432 de la comuna de La Ligua, entra a un edificio en la calle Huérfanos donde están las oficinas de una revista de oposición. Pide hablar con la periodista Mónica González, investigadora especializada en reportajes de derechos humanos. La escena es verídica. Todas las circunstancias lo son. Nona Fernández solo omite el nombre de la reportera y se desplaza desde la voz en primera persona de la narradora a la del agente de inteligencia: "Quiero hablarle de cosas que yo he hecho (...). Quiero hablarle de desaparecimiento de personas".

-Sí, todo es tal cual como lo cuento -dice Nona Fernández-. Mi primera visión del Papudo fue en la portada de la revista Cauce, luego resucitó cuando escribimos "Los Archivos del Cardenal" y finalmente terminó de penarme en el trabajo de "Habeas Corpus".

Se refiere al reciente documental de Claudia Barril y Sebastián Moreno acerca de la contrainteligencia que desarrollaron los abogados y asistentes sociales de la Vicaría de la Solidaridad. Una cinta en la que, según admite en la novela, trabajó obsesivamente como coguionista durante los últimos años. Todos los materiales eran intensos, recuerda, pero capturó su atención la figura de Valenzuela, un ex conscripto de la Fuerza Aérea, quien luego de entregar su abrumador testimonio fue convencido por Mónica González de salvar la vida, desertando de los organismos represivos para abandonar Chile y ser reubicado en un pueblito de Francia, país donde reside hasta hoy con otra identidad.

-¿Qué sintió al escribir una novela en que debe meterse en la cabeza de un torturador?

-Enfrenté esta escritura como enfrento el ejercicio actoral, poniéndome completamente al servicio de un otro, en este caso de la voz de Valenzuela, para investigar lugares desconocidos que me seducen, me convocan y me incomodan al mismo tiempo. Supongo que es una deformación profesional, teatralmente he sido formada para eso, y si bien no salgo invicta del ejercicio de travestismo, ponerse el bigote, jugar a ser otro, cambiar de piel, es lo que me apasiona. ¿De qué se trata la literatura si no es de eso?

Nunca trató de comunicarse con el ex agente. "Este no es un libro periodístico, ni documental, nunca tuvo esa intención", explica. "Trabajé con la sombra, con el fantasma de Valenzuela. Eso me seducía, esa invisibilidad en la que ha elegido vivir. Sentí que ir a su cacería era transgredir el límite que él mismo puso entre la realidad y su vida, y que es lo que más me atrae de su figura. El ejercicio fue ir armándolo a retazos, con las huellas que él ha dejado, y completando con la imaginación".

La novela recoge su título de la serie de televisión "La dimensión desconocida", como era conocida en español "The Twilight Zone", emitida por primera vez entre 1959 y 1964 y de la que se hizo una segunda versión en 1985. Aunque Valenzuela es el personaje central del libro, aparecen con su verdadero nombre otros agentes y muchas de sus víctimas. Entre ellos, detenidos desaparecidos como José Weibel, dirigente comunista secuestrado desde una micro en 1976, frente a su esposa y a sus hijos, uno de los cuales, Mauricio, será junto al escritor Matías Celedón, uno de los presentadores de La dimensión desconocida en la Feria Internacional del Libro de Santiago, el próximo sábado 5 de noviembre, a las 20:00 horas.

"En los 70 vivíamos dos realidades"

-¿Con "La dimensión desconocida" se propuso escribir una novela de no ficción?

-Nunca hay plan de escritura, me enfrento a los materiales y los dejo hablar para ver dónde me llevan. En algún momento pensé que sería justamente lo contrario, una novela de ficción a lo John Le Carré, algo que siempre he querido hacer, con espías y traidores y perseguidores, pero el material con el que me encontré era tan delicado y sensible, que no podía ser transgredido por la ficción. Me pareció un insulto. Reconstruir esos espacios de realidad, meterme en la piel del joven Mario, por ejemplo, que perdió a su familia en la calle Janequeo, fueron mucho más complejos que meterme en la piel del Papudo. De ahí salí trasquilada. Debo decirlo. Su historia se me reveló como un resumen o un reflejo de una generación completa, que es la mía, que jugó un juego que no era propio, y que se quedó guacha, sin pasado, sin casa, sin padres, sin nombre.

-Terminó de escribir la novela en junio. ¿Vio la serie "Stranger Things"? ¿Le sirvió de matriz de escritura, tal como "La dimensión desconocida"?

-Sí, la vi y me gustó mucho, es preciosa. Pero la vi después de haber escrito la novela. Supongo que corresponde al imaginario de nuestra generación, ir reciclando la cultura pop de nuestra infancia y adolescencia, y volverla viva haciéndola dialogar con nuestros propios materiales.

-La idea de una dimensión paralela, con portales y monstruos, ¿le hace perder materialidad a lo real? ¿No transforma estos casos solamente en anomalías?

-Si pensara eso, por supuesto que no jugaría a hacer dialogar el material con la serie. El cruce con ella, que apareció de manera orgánica en la escritura, tiene que ver con lo que expreso en el libro. Lo que la serie planteaba y lo que yo misma percibía en los años 70, cuando era niña y la veía en mi vieja tele en blanco y negro, era que vivíamos dos realidades. Una clara y concreta que salía en la televisión, en los medios, donde la gente hacía su vida con normalidad. Y la otra, desconocida y oculta, pero no por eso menos real. Una realidad que intuíamos, pero que era negada.

Nona Fernández replica que no intenta quitarle espesor histórico a lo que pasó en esos años. "Ese juego esquizofrénico de realidades que muestro busca evidenciar la ceguera de una población que prefirió negar, que prefirió pensar que el otro plano de realidad, ese lugar donde habitaba la monstruosidad y el horror estaba lejos, en una dimensión desconocida. Se corrió un tupido velo. Hasta el día de hoy hay gente que tiene la patudez de decir que nunca se dio cuenta. Yo no era ninguna iluminada y a los 12 años ya tenía claro que existía esa otra dimensión y que era parte de nuestra triste y vergonzosa realidad", asegura.

También, agrega, el diálogo con la serie es parte de una búsqueda por replantear estas temáticas y volverlas actuales. "Sacarlas de la solemnidad, de la victimización, de la oficialidad. Ofrecer una mirada nueva, fresca, por eso el juego con lo pop, con la cultura basura, a veces hasta con el humor. Creo de verdad que tenemos que ser capaces de contar nuestra historia y para eso hay que apropiarse de ella", afirma.

-La narradora habla del embotamiento que le produce el contacto permanente con estos materiales. ¿Usted sintió eso en algún momento de la escritura?

-"Es de suma importancia saber por qué lloran los muertos", decía el maestro Radrigán, y en esa línea, hace años, tomé una hebra de investigación que no ha logrado tener fin. Esa sensación de barril sin fondo a veces abruma, porque mientras más averiguas, más historias desconocidas se revelan pidiendo un espacio de enfoque, una voz.

-¿Le parece que los ritos y memoriales se han transformado, como dice en la novela, en un "cumpleaños eterno y aburrido", donde el tiempo no avanza?

-Vengo de una generación que está medio condenada a esta herencia de velatones y ceremonias. No lo elegimos, pero es así. Tenemos derecho a pataletear contra eso también. A veces me gustaría que nuestra infancia hubiera estado trazada de otra manera y que el festejo hoy fuera otro. Pero la dimensión desconocida nos pena y está más cerca de lo que queremos creer.

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