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Puerto de Ideas Participará en dos conversaciones

Christopher Domínguez: "En pocos lugares la guerrilla literaria es tan pesada como en Chile"

domingo, 23 de octubre de 2016

María Teresa Cárdenas M.
Entrevista
El Mercurio

Después de ser jurado del Premio Iberoamericano Manuel Rojas -que distinguió la obra de César Aira-, el crítico, columnista e historiador literario mexicano vuelve a Chile invitado al Festival Puerto de Ideas de Valparaíso, que se desarrollará desde el 11 al 13 de noviembre. Antes participará en la Feria Internacional del Libro de Santiago, Filsa.



"Una vez el azar se llamó Gonzalo Rojas" se titula la primera actividad que Christopher Domínguez Michael (1962) realizará en el Festival Puerto de Ideas (sábado 12 de noviembre, 16.30 horas). En ella, el crítico e historiador literario mexicano conversará con Fabienne Bradu, ensayista, narradora y traductora francesa radicada en México, especialista en la obra de Gonzalo Rojas y autora de su biografía "El volcán y el sosiego", recién publicada por la editorial Fondo de Cultura Económica.

No es el azar, sin embargo, el que los reunirá en Valparaíso. Su primer encuentro, en los años ochenta, se lo deben a Octavio Paz, quien los invitó a colaborar en su revista "Vuelta" junto a un selecto grupo de jóvenes intelectuales. "Veo confluencia entre la biografía que Fabienne Bradu le dedicó a Gonzalo Rojas y la mía de Octavio Paz", señala Domínguez, autor de "Octavio Paz en su siglo" (Aguilar, 2014). Pero la confluencia no fue premeditada, aclara: "No intercambiamos mayor información sobre el trabajo de uno y otro, salvo un par de correos electrónicos pidiéndonos mutua ayuda. Son muchos años de amistad y de complicidad. Espero que en Valparaíso podamos transmitir al público algo de esa empatía".

También autor de la polémica "Antología de narrativa mexicana del siglo XX" y de los libros de ensayo "La sabiduría sin promesa. Vida y letras del siglo XX", "Servidumbre y grandeza de la vida literaria" y "Tiros en el concierto. Literatura mexicana del siglo V", entre otras obras, Domínguez tiene una larga relación con Chile y fue así como descubrió a Gonzalo Rojas.

"Lo conocí muy joven, pues yo crecí en la Ciudad de México con los hijos de los exiliados tras el golpe de Pinochet. A fines de los años ochenta, Gonzalo ya era una presencia ineludible entre los lectores mexicanos de poesía. Primero conocí a la persona, luego a la obra. Sus amigos políticos lo consideraban de poco fiar. Un poeta medio anarquista, veleidoso. No lo leí en serio sino hasta después, cuando vinieron las primeras recopilaciones. Empecé por "Del relámpago". Pero yo, que soy indiferente a los recitales de poesía, no comprendí del todo a Gonzalo hasta que lo escuché. Entendí qué era el ritmo. Fue como escuchar a Heráclito de Efeso. Estaría feliz Gonzalo Rojas con el Nobel a Bob Dylan".

-¿Cuánto conocía hasta ese momento de la poesía chilena?

"Tenía un buen conocimiento de Neruda. Tras Gonzalo, vinieron Mistral, Parra y Zurita. Luego los demás. Es una tradición riquísima, como bien lo saben".

-También hay una tradición de guerrillas literarias, que Bolaño reavivó en sus viajes a Chile. Por ejemplo, fue mucho más entusiasta con la poesía de Nicanor Parra que con la de Gonzalo Rojas.

"A Gonzalo le dolió mucho esa marcada preferencia por Parra, pues él admiraba mucho a Bolaño. Bolaño -a quien yo no conocí ni traté- era un tanto maniqueo o bipolar. Su dialéctica era la del amigo/enemigo. No podía ser amigo de dos personas que estuviesen en bandos distintos. Había que optar, siempre. Muy militante. Guerrilla literaria las hay en todos lados. Pero en pocos lugares es tan pesada como en Chile. 'México fue un virreinato, Chile una gendarmería', decía Gonzalo. Aquí pecamos de cortesanos e hipócritas, allá de cínicos y maleducados".

-¿Cómo interpreta lo prolífico que fue Gonzalo Rojas en la madurez e incluso en la ancianidad?

"Sin duda es un caso asombroso de late style como diría, en este caso con fortuna, Said".

-¿Qué es lo más característico de su estilo tardío?

"Ya lo dijo Castañón. En Rojas no hay progreso, sino movimiento. Creía en la eternidad y en el eterno retorno. Más que un moderno, fue un presocrático. O se puede decir lo contrario: nunca fue tan joven como cuando viejo".

-En "La sabiduría sin promesa", usted dice que no hay literatura en América Latina donde la vanguardia sea tan bien vista como en Chile, ¿han sido los poetas los más beneficiados?

"Quizá. La novela no era del gusto de aquella vanguardia. Acaso Bolaño sintetiza poesía y novela en la nostalgia de esa vanguardia".

-¿Bolaño también sintetiza las dos tradiciones con las que, según usted, se encuentra: la de la vanguardia chilena y el mundo crepuscula r de la mexicana? ¿Eso lo hace único?

"Creo que Menéndez Pelayo y Pedro Henríquez Ureña siguen teniendo razón: la poesía mexicana tiende a lo crepuscular en efecto y nuestros vanguardismos, desde el estridentismo hasta el infrarrealismo, suelen ser ridículos. Les falta naturalidad. Les sobra un academicismo extralógico. El Chile de los Parra, de los Lihn, de los Jodorowsky, del primer Zurita, es único. La poesía surrealista argentina, tan buena, nunca parece de 'vanguardia', por ejemplo. Es demasiado europea. El aislamiento de Chile fue benéfico y por ello es hoy día el país más cosmopolita en literatura de América del Sur. En Buenos Aires siguen mirándose el ombligo. Y seguirán, desesperados por no ser París y desesperados por tener que ser América Latina. Paz les decía a las Ocampo y a la gente de 'Sur' que el peronismo era la demostración más grande de lo latinoamericana que era la Argentina. En la vanguardia siempre hay un componente propio del niño rico y grosero. Gide decía que los surrealistas se atrevían a molestar a un cura en el metro, pero no a un militar. Por ello el Enrique Lihn bajo la dictadura es tan admirable".

-¿Hacia qué género se inclina hoy la balanza de la literatura chilena?

"Todas las literaturas importantes cultivan todos los géneros. Por eso lo son".

"Soy anticuado y desprecio a los subgéneros"

En Puerto de Ideas, Christopher Domínguez también conversará con el escritor y periodista cubano Leonardo Padura (domingo 13, 12.30 horas), célebre por sus novelas policiales protagonizadas por el detective Mario Conde. No obstante, el crítico mexicano prefiere aquellos libros en los que Padura combina ficción y crónica histórica: "La novela de mi vida", sobre el poeta cubano José María Heredia, y "El hombre que amaba a los perros", basada en la historia de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky.

"El periodismo y la novela policíaca seguramente lo ayudaron, junto con la obligación de no ser demasiado molesto con la decadente dictadura cubana, a historiar como novelista, como si a Heredia y al asesino de Trotsky nadie los conociera. Y Padura habla adánicamente de ellos. La historia de Mercader me la sabía de memoria y disfruté que Padura me la contara de nuevo. Y a Heredia, el gran poeta que tanto le dio a la ingrata literatura mexicana, sólo lo han entendido Martí y Padura y unos pocos profesores cubano-mexicanos".

-¿Cree que la novela policial ha sido un buen vehículo para explorar y retratar la realidad cubana?

"No me gusta la novela policíaca. El detective es una forma callejera y degradada del intelectual. A algunos les parece que eso es gran cosa. A mí, no. Pero es un capricho mío y cualquier discusión al respecto la perdería. Con Borges, con Gide, con Reyes. Debo estar equivocado. Nunca he leído una novela policíaca por el hecho de serlo. Soy anticuado y desprecio a los subgéneros. Obviamente hay novelas maravillosas donde suceden crímenes, como 'Los hermanos Karamazov' hasta llegar a algunas de Padura y muchas otras. Pero no creo que las novelas tengan por objetivo explorar ninguna realidad, sino revelar la imaginación ajena. El realismo es una etiqueta inevitable pero culpable de muchas confusiones. El París de Balzac es fantástico en todos los sentidos de la palabra. La llamó 'comedia humana' para dejar clara su afinidad con Dante. Pero el XIX no entendió y el XX un poco más. Dice más sobre el castrismo la novela de Padura sobre Heredia, en su contrapunto con la Cuba de hoy".

-¿Es anticuado también para nombrar los géneros?

"Los géneros mutan y hasta desaparecen. La épica y la alegoría se esfumaron, lo mismo que lo pastoril, que se trasladó a otros géneros. Hay dramaturgos que dicen que, siguiendo a la dramatología, el teatro no es literatura desde hace rato. Yo no niego la existencia del género policíaco, simplemente considero que la decisión de un autor en encasillarse en un recetario, por más virtuoso que sea al hacerlo, delata una combinación perniciosa de pobreza de imaginación y avidez por ser leído. Sin duda hay tramas soberbias en ese subgénero, no lo ignoro, pero me fastidia la fórmula y sus pretensiones de denuncia social. El crimen como expresión de la desigualdad y de la injusticia. Espero leer a un novelista policíaco del orden metafísico. Me interesa el mal, no el crimen".

-¿Y qué opina de la autoficción, que se ha puesto de moda?

"Lo de la autoficción es una payasada académica. Están ávidos de inventar algo nuevo cada dos años para justificar las pesas y medidas de los estímulos académicos. Venden la autoficción como novedad... Descarados. ¿Qué otra cosa hicieron Stendhal en "Recuerdos de egotismo"; Dostoievski en "Recuerdos de la casa de los muertos"; Proust, nada menos, en "En busca del tiempo perdido". Es curioso que en una época como la nuestra tan obsesionada con la memoria histórica se atente sin contemplaciones contra la memoria literaria".

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