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TEATRO Juan Radrigán 1937 - 2016:

Se fue el maestro, comienza una nueva etapa

domingo, 23 de octubre de 2016

AGUSTÍN LETELIER
Críticas
El Mercurio




La muerte de Juan Radrigán el domingo 16 estremeció al mundo teatral. Su obra suscitó desde el comienzo respeto y admiración. Fue una voz moral que se expresaba en teatro, pero lo sobrepasaba. Fue verdadero, valiente, sabio. Miles de personas fueron a rendirle su último homenaje; el lunes, la sala principal de Sidarte estuvo repleta de actores y directores. El martes el gobierno decretó duelo nacional. En la mañana, en el acto de homenaje que le hizo el Teatro Nacional, la sala Antonio Varas se hizo insuficiente. En la ceremonia final en el parque cementerio El Manantial en Maipú, sus alumnos sostuvieron por horas un lienzo con "Adiós al Maestro", y actores y discípulos expresaron su reconocimiento y su dolor. Pero aunque fueron actos multitudinarios, son solo una pequeña parte del pesar de Chile y de otros países.

Radrigán escribió teatro como un modo de llegar directamente a la gente, pero estaba fuera del espectáculo. Fue principalmente poeta y filósofo. Su tarea era comprender y orientar. Leía y recordaba con precisión literatura clásica, filosofía tradicional y moderna, textos bíblicos. Se sentía inmerso en lo incomprensible, pero no cejaba en su esfuerzo. Lo indignaba la injusticia. Creó personajes e historias para hacernos entender los desajustes de la sociedad. Las formas teatrales fueron surgiendo espontáneas, sin reglas, guiadas por su intuición. Sus obras producían una impresión profunda, conmovían, hacían cambiar, nos llevaban hacia situaciones esenciales, las formas no eran lo central. Sin embargo, su trabajo era riguroso, escribía y corregía todos los días durante al menos cuatro horas.

Aunque en Chile la preocupación por los temas sociales es antigua, fue Juan Radrigán quien por primera vez nos hizo ver la marginalidad social. Lo hizo con fuerza arrolladora, mostrándonos el valor humano, la altura moral, la dignidad de esos seres que estaban, y están, fuera de lo que entendemos por sociedad, solos, sin trabajo, sin un lugar para vivir y que, a veces, todo lo que tienen cabe en una bolsa. Pueden estar en un sitio eriazo, como Emilio y Marta de "Hechos consumados"; pueden ser mujeres que han llegado a la prostitución, como en "El toro por las astas"; o son parte de ese enorme conjunto que se moviliza con la esperanza de llegar a una tierra mejor en "Pueblo del Mal Amor"; tienen conciencia de su situación aunque no entienden cómo han llegado a eso; quieren algo mejor, pero no saben cómo lograrlo. En este grupo de obras, en que están "Las brutas" y "Hechos consumados", quizás la más impresionante sea "Isabel desterrada en Isabel", monólogo construido con experiencias reales de mujeres solas, que van viviendo como pueden, sostenidas por sus retazos de recuerdos, con un dolor asumido que ya casi no sienten. Este monólogo ha sido interpretado incontables veces por mujeres que no son necesariamente actrices, que se sienten como Isabel y que al actuar incorporan sus propias experiencias, con lo que deja de ser teatro y pasa a ser introspección, estímulo para pensar en la soledad y mitigar el dolor y la desesperanza.

Con el paso del tiempo, sus obras incorporaron nuevos elementos. Uno de ellos fue la música. Comenzó con una ópera popular, "El encuentramiento", en la que Patricio Solovera hizo la música. Tiempo después escribió en verso popular "Amores de cantina", y su directora Mariana Muñoz guio a cada miembro del conjunto a encontrar el ritmo popular que mejor lo representaba; la obra es, para el público y los actores, una fiesta, pero en realidad expresa la misma desolación y desesperanza de sus obras anteriores, con seres sin culpa en sus desgracias, envueltos en la fatalidad y que viven en una patria desolada. Otro campo musical se abrió en su "Medea mapuche", en la que los cantos en mapudungun y el sonido de los instrumentos nativos marcaron otra fase de su conexión con lo popular, en este caso con lo ancestral. El último acto de su despedida en el cementerio lo marcó el ritmo característico de los instrumentos mapuches, una danza ritual y un canto de despedida en esa lengua por la actriz de muchas de sus obras y su compañera, Silvia Marín.

Se ha completado el ciclo de Juan Radrigán. Se harán ediciones críticas de sus obras, se establecerán mejor sus interrelaciones y etapas, se determinará su poética, se harán nuevas versiones teatrales. Radrigán, sin duda, será un clásico de nuestro teatro. En vida obtuvo todos los reconocimientos que se pueden obtener en nuestro país. Comienza ahora una nueva etapa. Otras voces asumirán su tarea, entre ellas ya están con fuerza la de Luis Barrales y la de su hija Flavia. Fue un agudo observador de nuestra realidad social, dio forma poética a los dolores del pueblo más desamparado, sus obras con el tiempo serán también instrumentos privilegiados para conocer la realidad de nuestro tiempo.

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