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Entrevista La vigencia de uno de los padres del liberalismo

Despotismo democrático: Tocqueville como profeta de nuestro tiempo

domingo, 23 de octubre de 2016

Juan Rodríguez M.
Filosofía
El Mercurio

En medio de una crisis de representatividad que también se instaló en Chile, de la libertad reducida a libertad de elección, el pensamiento del autor francés es un yacimiento al que acuden los politólogos para pensar la democracia en tiempos de individualismo. De eso habla en esta conversación el filósofo español Eduardo Nolla.



Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos soldados estadounidenses llevaban entre sus pertrechos un pequeño libro. Era un resumen de las ideas del pensador liberal francés Alexis de Tocqueville (1805-1859). "Hubo una pequeña edición de 'La democracia en América' que servía a los soldados para entender por qué estaban luchando en contra del fascismo. En épocas posteriores, en los años cincuenta, se empleó la teoría de Tocqueville en contra del bloque soviético y de los totalitarismos de izquierda. Siempre ha sido un arma, una herramienta política", cuenta el filósofo español Eduardo Nolla, especialista en la obra del autor galo, y quien el jueves pasado expuso en el seminario "El péndulo de Tocqueville", organizado por el Centro de Estudios Públicos.

El subtítulo de la actividad -"vigencia de su pensamiento a propósito de la crisis de representatividad en las democracias"- da señas del presente de Tocqueville. "En este momento aparece como un crítico de la posmodernidad, de la sociedad contemporánea", explica Nolla. Y con ello se refiriere al tiempo de la disolución de lo público, a "esa época en la que ya no hay diferencia entre la realidad y la ficción, en la que es imposible descubrir la verdad, en la que hay desafección por la política, en la que hay un excesivo consumismo, una obsesión por el bienestar material. Todos estos rasgos que parecen que definen las democracias actuales, que son sistemas mayoritarios, pero que no serían buenas democracias según las ideas de Tocqueville".

Divina igualdad

Alexis de Tocqueville fue un hijo de la revolución, de la francesa de 1789 y, de alguna manera, de la que llevó a la independencia de Estados Unidos en 1776. Parte de una familia monarquista que perdió a algunos de sus miembros en los años del Terror revolucionario, sus experiencias en Europa, pero sobre todo en Norteamérica (vivió allí entre 1831 y 1832), le hicieron ver que el avance de la igualdad era un proceso irrefrenable: "Si largas observaciones y meditaciones sinceras conducen a los hombres de nuestros días a reconocer que el desarrollo gradual y progresivo de la igualdad es, a la vez, el pasado y el porvenir de su historia, el solo descubrimiento dará a su desarrollo el carácter sagrado de la voluntad del supremo Maestro. Querer detener la democracia parecerá entonces luchar contra Dios mismo", escribe en "La democracia en América".

Según expone Eduardo Nolla en la presentación del libro "Alexis de Tocqueville. Libertad, igualdad y despotismo", "La democracia en América" no es solo un libro que describe el sistema político estadounidense y sus bondades, también es una teoría sobre la democracia moderna; y por eso habla de Francia, Inglaterra y de la democracia ideal. Sin embargo, se "ha tardado tiempo en descubrir que Tocqueville había escrito 'La democracia en América' como una advertencia, una alarma" frente al peligro "de que los hombres prefiriesen ser iguales a ser libres y de que, entonces, embotados en sus mezquinas vidas materiales, prefiriesen ser esclavos siempre y cuando pudieran gozar en paz de sus bienes".

-¿Qué síntomas de degradación reconoce en las democracias actuales que puedan leerse a través de Tocqueville?

"Nos hemos creído que somos libres porque las leyes nos dicen que lo somos; Tocqueville decía que era muy peligroso creer que ese era el único requisito o condición, que podían existir sistemas políticos en los cuales las leyes establecieran la igualdad y la libertad, y sin embargo los ciudadanos no se sintiesen ni fuesen libres ni iguales. Y hoy en gran medida nos ocurre eso, no sabemos qué nos pasa, pero no estamos contentos con el mundo en el que vivimos, y no tenemos la sensación de que seamos más libres de lo que fueron las generaciones anteriores".

Elegir al tirano

Si los augurios se cumplen, en las elecciones de hoy votará menos del 40% de quienes pueden hacerlo. Una realidad no solo chilena, que Nolla atribuye a la desafección política propia de las malas democracias; esas que ya vislumbró Tocqueville. En ellas, los ciudadanos dirigen toda su atención al trabajo, a la vida privada, no tienen tiempo para hacer otras cosas, los saberes más generales -"los más humanísticos"- son despreciados y, por lo tanto, se alejan de la política.

"La reacción típica de un ciudadano en un mal sistema democrático, dice Tocqueville, es pensar 'yo podría resolver ese problema si me dedicase a ello, pero no me interesa porque tengo que ganar más dinero'. No se entiende que la política es un proceso de resolver problemas que se generan todos los días, y que necesitan una solución todos los días. Al final, lo que ocurre es que cada cuatro años los ciudadanos eligen a sus tiranos; y eso, dice Tocqueville, parece que es la única ventaja que tenemos respecto a sistemas políticos anteriores", detalla Nolla. "Además, el momento de la elección es un momento de igualdad -una persona, un voto-, y Tocqueville piensa que para hacer política también es necesario incluir en el proceso político todos aquellos elementos que no son de carácter igualitario; o sea, dónde vives, quién eres, cuáles son tus intereses privados, cuál es tu profesión, y todos esos aspectos que se ven tocados por la política y que tienen que tener vida y existencia entre las dos elecciones. Es decir, el ciudadano tiene que participar en la política durante todo ese período, si no, no es un ciudadano, es un súbdito".

Una falsa dicotomía

Dijo Tocqueville: "El gran objetivo de los legisladores en las democracias debe ser, pues, el de crear asuntos comunes... Pues, ¿qué es la sociedad para los seres que piensan sino la comunicación y el contacto de las mentes y los corazones?".

Es una afirmación bella, romántica incluso, que también tiene sentido político. ¿Por qué? Porque para Tocqueville están los hábitos de la mente y los del corazón, y ambos hacen a un sistema democrático. La igualdad -dice- está del lado de la mente, es el principio de no contradicción y el de identidad; que aplicados a la cuestión política nos permiten comprender fácilmente ideas como la igualdad de oportunidades, de derechos y ante la ley.

La libertad en cambio sería un sentimiento, una sensación, algo que pertenece al corazón y que no puede comprenderse si no se la ha sentido. ¿Es la libertad de desplegarme sin que un poder externo me limite? Sí, pero no solamente, dice Nolla. "También es una sensación que se genera cuando uno es capaz de participar con otros, con sus semejantes en la producción de ese sentimiento. Un buen sistema democrático sería aquel en el que todos los ciudadanos, de manera igual, contribuyen a generar sentimientos o sensaciones de libertad. Eso no lo dan las leyes, lo da la participación, la unión, lo da la cultura, la educación; lo da lo que Tocqueville llamaba las mores , las costumbres, los hábitos". Por ello, agrega Nolla, la dicotomía entre libertad e igualdad es falsa: "Un buen sistema político tiene que tener las dos cosas". Aunque la libertad, porque es un sentimiento, "siempre es mucho más compleja de tener, y por eso Tocqueville habla de sistemas democráticos y representativos que siendo igualitarios, no son liberales, porque no existe en ellos la libertad".

En esa descripción no es difícil hacer calzar a regímenes como el venezolano, el chino o el ruso; que no dudan en llamarse democráticos. El calce en esos casos es más evidente. Pero, según lo que hemos visto, también caben las democracias en las que, si bien no hay un líder autoritario, todas o la mayoría de las energías están dirigidas al trabajo y el consumo, donde no se participa. "Tocqueville entendió que podían existir democracias despóticas", dice Nolla. Se trata de un despotismo "muelle, suave, del día a día", la forma "más peligrosa de todas". ¿Por qué? Porque "en un sistema democrático, donde los ciudadanos supuestamente son los artífices del sistema político, para salir de un despotismo de estas características la revolución no se puede hacer yendo a un sitio a deshacerse del tirano y de sus seguidores".

Tal vez el problema sea el exceso de libertad, el individualismo. "Yo diría que más que exceso de libertad es obsesión por el bienestar material. Las grandes cuestiones de la vida no tienen una respuesta, y en una situación en la que los individuos cada vez están más aislados, son más individualistas, resulta cada vez más difícil enfrentarse a ese tipo de problemas. Uno se aleja de los asuntos políticos como se puede alejar de los filosóficos o de las grandes cuestiones sobre la existencia, porque no ha aprendido a enfrentarse a la necesidad de dar solución a problemas que no la tienen, y que sin embargo necesitan una, cada día".

-Aunque algunos entienden por libertad no limitar su iniciativa material.

"Sí, y también podemos definirla como ser capaz de comprar millones de productos a través de internet. Pero la libertad política está muy alejada de eso. Hemos transformado la libertad en un objeto de consumo, que es justamente lo contrario de la libertad. Por eso se puede ser libre aunque no tenga uno la posibilidad de comprar todos esos productos que se nos ofertan y sin tener que ir a todos los lugares de moda. Cuando se transforma la libertad simplemente en un aumento de las posibilidades de elección, lo que estamos haciendo es transformarla en un elemento que guarda relación con la igualdad, pero que no tiene nada que ver con la libertad".

Hay un elemento conservador en Tocqueville. Claro que el suyo es un conservadurismo paradójico, que no habla de volver a Dios o a tal o cual idea que ordene y dé sentido a la existencia. Al contrario, sirve para amoldarse a los vaivenes de la realidad. Es un conservadurismo liberal, detrás del cual está la idea de que en una democracia nunca debe predominar un solo principio; de que la democracia, que es la igualdad, necesita desigualdad. Nolla lo ejemplifica así: "Está bien que el jurado (de ciudadanos, de iguales) decida la culpabilidad, pero el juez (un no igual) se encargará de controlar que la compensación tenga sentido, que no sea desproporcionada. Tocqueville siempre juega a esto, a contrarrestar los principios, pues el absolutismo, el despotismo -dice-, viene cuando un solo principio se impone sobre los demás. Para que la sociedad esté viva, tiene que haber discusión, oposición, desorden. Si uno ve una sociedad organizada y ordenada, en esa sociedad no hay libertad". Y esto, porque la realidad es móvil, contingente, dudosa, contradictoria, porque el mundo cambia, porque no somos infalibles. "Es una dialéctica de opuestos, donde no existe síntesis. Eso genera discusión, y la discusión es buena, porque genera libertad; y eso, a su vez, genera política". En cambio, cuando esta no existe, "los problemas políticos se transforman en problemas individuales, y eso quiere decir problemas psicológicos. De ahí la sensación de abandono y de tristeza". O pueden devenir en disputas legales entre privados: "Sabemos que una de las profesiones que más han aumentado en los últimos años en las democracias occidentales es la de los psiquiatras; y también la de los abogados".

Sin capacidad dialéctica, crítica, y en un mundo que cada vez nos expone a nuevas realidades y encuentros, y en el que -paradójicamente- cada vez estamos más aislados o atomizados, la reacción es el miedo y el retraimiento. Y entonces irrumpe un discurso anticosmopolita e incluso antiglobalización, cada vez más apoyado, que hermana, por ejemplo, a Putin y Trump, y por qué no al terrorismo islamista. Un discurso que habla contra los inmigrantes y contra los tratados de libre comercio. "El nacionalismo, el culturalismo, la antiglobalización, el encerrarse en uno mismo; todas esas son reacciones de miedo, ese miedo al otro, a la alteridad", dice Nolla.

-En una economía global, ¿la amenaza para la libertad todavía es el Estado?

"El Estado, las grandes corporaciones, las grandes modas. Lo que ocurre en la actualidad es que los individuos, a veces cada vez más débiles, se enfrentan a instituciones cada vez más poderosas. Además, los ámbitos de la vida privada que antes eran respetados ahora desaparecen o están en peligro de desaparecer; eso cambia la relación del individuo con su entorno, y también genera miedo. Hoy es difícil enfrentarse, aislado, a un gran poder como un ministerio, un Estado o un gobierno; es difícil enfrentarse a una gran compañía, a una idea o a una actitud generalizada. Los peligros son muchos, y la tecnología también es uno de ellos en la época contemporánea, cuando todos nuestros movimientos, nuestras palabras, nuestros actos, nuestros hábitos, nuestras costumbres, están registrados, controlados y pueden ser empleados".

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