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Pedro-Pablo Prudencio y la Orquesta Filarmónica:

La audacia y la sorpresa

jueves, 20 de octubre de 2016

Gonzalo Saavedra
Cultura
El Mercurio




Los primeros cuatro compases de la Sinfonía Nº 40 (1788) de Mozart se aprenden enseguida, se los reconoce inmediatamente y hasta se escucha silbado en las calles por su formato que cumple las expectativas, en parte naturales, en parte aprendidas. Pero a partir de ahí, casi todo es audacia y sorpresa: entre muchos ejemplos, la transición al desarrollo del primer movimiento, que retoma el tema inicial de la manera más inopinada, los contrastes dinámicos, disonancias insistidas, el uso frecuente del cromatismo que tiene su clímax en la frase en la mitad del Allegro assai final, que pasa por todas las alturas, salvo, ingeniosamente, el sol de la tonalidad fundamental. Exquisita.

En el concierto de la Orquesta Filarmónica, el martes, en el Municipal, el director Pedro-Pablo Prudencio supo resaltar esos rasgos de originalidad en una versión ajustada, con buen pulso, y que tuvo su mejor momento en el Andante , con el tan bonito diálogo entre cuerdas y maderas (la flauta de Carlos Enguix, excelente). La 40 es un hit , pero el aplauso de un público tal vez todavía frío fue algo mezquino.

Mucho más cálida fue la recepción de la "Danza sacra y danza profana" (1903) de Debussy, arrulladora en su exotismo. La solista Alida Fabris le sacó brillo a la flamante arpa "Salzedo", de la fábrica Lyon and Healy, que llegó este año al Municipal. En manos de la muy musical Fabris, sonó prístina, realmente preciosa. Las cuerdas de la Filarmónica, más numerosas aquí que en la sinfonía de Mozart, impecables.

Para el final, un plato fuerte: la Suite de la ópera "El ocaso de los dioses" (1874), de Wagner. La audiencia de conciertos -a menudo distinta de la operática- tiende a rehuir las gigantescas proporciones de la obra wagneriana y es una buena idea poner estos extractos en que se puede apreciar el genio de la invención melódica, la recurrencia de motivos, hallazgos orquestales novísimos y seminales, el uso dramático de los silencios -que Prudencio manejó con toda la expresividad que necesitan- y los estallidos de una orquesta enorme. Aun así, es tanta la densidad de acontecimientos musicales que encierra cada minuto de la partitura, también repleta de audacia y sorpresas, que es necesaria una concentración mayor para seguirla, pero con una recompensa del mejor goce. La soprano Maureen Marambio, experta en este repertorio, hizo una entrega magnífica de "La inmolación de Brunilda": su registro es amplísimo y seguro, sin tropiezos de ningún tipo en los extremos, y su timbre y su fraseo se escuchan cada vez más personales.

La Filarmónica estuvo aquí muy reactiva a las precisas indicaciones de Prudencio, que logró un difícil equilibrio y a la vez un muy estimulante resultado, y que el público ovacionó varias veces.

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