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Festival de Valdivia 2016:

Mirar un nuevo país

domingo, 16 de octubre de 2016

Christian Ramírez
Artes y Letras
El Mercurio




En general, existen dos maneras de abordar un festival de cine: concentrarse en la programación internacional o evaluarlo a partir de su selección de filmes nacionales. En lo primero, el Festival de Cine de Valdivia (FICV) cumple a la perfección desde hace mucho y esta edición -que finaliza hoy- no fue la excepción: aparecieron estrenos de esta temporada como "Sieranevada", de Cristi Puiu; "La muerte de Luis XIV", de Albert Serra; "Three", de Johnnie To; una cabal retrospectiva de Bill Morrison, que contó con la presencia del propio realizador, e incluso una exhibición en 35mm de la magistral "Margaritas" (1966), de Vera Chitylová, con ocasión de su 50 {+o} aniversario. Mejor, imposible.

Pero la verdadera prueba de influencia y vitalidad de esta clase de muestras se rinde puertas adentro. Ahí se mide -sobre todo en el mediano y largo plazo- su legado: en la capacidad de estimular y fortalecer a las nuevas generaciones de realizadores y, sobre todo, proponer nuevos caminos para nuestro audiovisual. El actual equipo del festival lleva cerca de una década dedicado a esta compleja tarea y, por lo mismo, tiene derecho a sentirse parte gestora del buen momento que nuestro cine vive a nivel internacional.

Si tomamos este FICV como presunta referencia de lo que vendrá, es de rigor mencionar a "Rara" y su cotidiano retrato de una familia integrada por dos hijas y dos madres, cuyo orden se quiebra cuando el ex marido de una de estas pone una demanda por custodia de las menores. El punto de partida del relato dirigido por Pepa San Martín es similar al caso de la jueza Karen Atala (quien, junto a su pareja, vivió una situación similar), pero el filme acierta al tomar distancia del drama usando la perspectiva de Sara, la hija mayor, para quien la crisis no pasa por la identidad sexual de su madre, sino por las tensiones emocionales provocadas en ella misma por una pubertad que se inicia. Estrenada en el Festival de Berlín, la cinta refleja sin esfuerzo mecánicas familiares y filiales muy asentadas en la sociedad chilena y, sin embargo, parece asomar la cabeza hacia un país -audiovisual y social- totalmente nuevo.

Un camino inverso al recorrido por "El Cristo ciego", que Christopher Murray exhibió en la competencia oficial del Festival de Venecia: al narrar el viaje de un chico, desde La Tirana hasta Pisagua, en busca de un amigo accidentado al que pretende curar con imposición de manos, la cinta se enfrenta con una religiosidad persistente y atávica; las huellas de algo que no se mide en tiempos históricos, sino en fábulas, tradición oral y eterno peregrinar.

No es el único filme que pretende atrapar un misterio. También lo intentan dos de las películas más bellas de este festival, que dialogan entre sí, casi en clave simbiótica: "Como me da la gana 2", de Ignacio Agüero, y "El viento sabe que vuelvo a casa", de José Luis Torres Leiva. El primero funciona como notable secuela de un cortometraje filmado en los 80, donde el realizador entrevistaba a diversos directores chilenos acerca del motivo que los llevaba a tomar la cámara; en esta ocasión, sin embargo, la pregunta que contestan los cineastas de la nueva generación es harto más arcana e inasible, "¿qué es lo cinematográfico?". Torres Leiva, uno de los consultados, ensaya una respuesta usando a Agüero como protagonista de su película, que registra el deshilvanado viaje de un realizador que recorre el corazón de Chiloé en busca de imágenes, fragmentos y gestos que sirvan para recomponer la suya, para sentir que es capaz de comenzar a "mirar" otra vez. Porque ahí está el secreto. Ver lo que nos rodea es un impulso natural, pero el FICV y su enjambre de realizadores entienden que mirar es otra cosa. Un proceso que no acaba. Que se renueva sin descanso.

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