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Las mil vidas del Doctor Cea

viernes, 02 de septiembre de 2016

Paula López Wood.
Especial YA
El Mercurio

Fue médico, pionero de la exploración submarina -buceó más de 200 veces la "Esmeralda"- y eximio dibujante e investigador del mar. Fallecido en mayo pasado, Alfredo Cea dejó en sus bitácoras un legado invaluable para el patrimonio marítimo de Chile, al realizar el primer registro de los peces de Isla de Pascua. Esta es su historia.



El primer encuentro con el mar fue en Las Cruces, a finales de los años 40. Siendo un adolescente buenmozo y deportista, alumno destacado del Liceo Alemán, Alfredo Cea Egaña se sumergió en las frías y misteriosas aguas de ese balneario tradicional, de arenas gruesas y blancas.

Alfredo, nacido el 9 de septiembre de 1934, era el segundo de ocho hermanos. José Luis Cea, el destacado jurista y profesor de derecho, siete años menor que él, lo admiraba y recuerda que intentaba seguirle la pista en sus correrías por la playa.

Ya hiciera calor o frío, a las diez de la mañana Alfredo Cea ya estaba en el agua. A veces sonaba el "torito", la boya grande que orientaba a los barcos cuando había neblina. Alfredo nadaba sin importarle las corrientes, mientras las señoras se acomodaban delante de las carpas para ver a los jóvenes jugar vóleibol, o bien, se levantaban en un clima de tensión cuando veían que los cinco hermanos Cea capeaban las olas de varios metros. "Pero reconozco que Alfredo era el rey de la playa. Porque era admirable en su capacidad de arrojarse al mar, superar la barra de los tumbos, esas olas de dos o tres metros de altura, y llegar nadando hasta Cartagena o la Punta del Lacho", cuenta su hermano menor.

Allí conoció la fuerza y serenidad del mar, descubrió una de sus grandes fuentes de conocimiento -los pescadores de las caletas chilenas- y salvó la primera de muchas vidas de hombres trastornados por las aguas. "Cuando había alguien ahogándose y los salvavidas se acobardaban por las olas tan grandes que reventaban, era Alfredo el que se tiraba y salvaba a los bañistas, o traía de regreso a un compañero que se había arrojado sin tener la capacidad para nadar tanto", cuenta su hermano, quien lo recuerda como "un hombre de alta estatura y buena facha, no muy preocupado de su vestimenta, gran intérprete del acordeón y la guitarra, lector de novelas rusas y de la novela Moby Dick".



Su lugar sagrado

Formado en una familia de estricta tradición religiosa, si bien participaba en los oficios ceremoniales de rigor, Alfredo Cea parecía adquirir como segunda religión la naturaleza acuática. Así, salía en el "Piquero", un pequeño bote que él mismo se fabricó, para internarse en el mar y pescar en los roqueríos. O simplemente se sumergía cuando aún no existía la fotografía submarina. En ese espacio sagrado contemplaba algas y peces que luego representaba en dibujos, primeros bocetos de los miles que guardó en sus bitácoras de viajes por los mares del mundo.

Su pasión por la ciencia lo llevó, a comienzos de los 50, a estudiar medicina en la Universidad de Chile. Se hizo campeón de caza submarina y conoció a la que sería su compañera de vida: Patricia Echenique, la "Pata". "Yo tenía 18 años, venía de una familia de 14 hermanos y quería aprender a trabajar como arsenalera. Una tía que lo conocía me lo presentó para que me llevara donde su jefe, porque estaba haciendo su beca de cirugía en el Hospital San Juan de Dios. Alfredo tenía 27 años y se le acababa de morir un hermano en sus brazos, entonces estaba con un duelo más o menos fuerte", recuerda Patricia Echenique, en una entrevista telefónica desde su casa en La Herradura, Coquimbo.

La trágica muerte de José Antonio Cea, en un accidente en moto cuando volvía a Santiago desde Las Cruces, generó tal nostalgia por la casa que los padres decidieron venderla. Alfredo Cea siguió buceando en Zapallar, le hizo un traje de goma a su novia, la "Pata", y apenas se casaron se trasladaron a La Herradura, donde comenzaron a construir su propia cueva de mar. "Nos vinimos porque a los dos nos gustaba estar cerca del mar, solo que a mí por arriba, y a él por abajo, en las profundidades", recuerda ella entre risas.

Con las exploraciones, buceos y las constantes amistades de la pareja forjadas a la orilla de playa, la casa reconstruida de adobe blanco acumulaba todo tipo de objetos y regalos marinos. Culebrinas y cañones de antiguas carabelas, escafandras y mascarones de proa. Era, por cierto, más parecido a un buque de un cuento clásico de mar. En el patio, Alfredo Cea intentaba hacer crecer un árbol de toromiro, especie en peligro de extinción de la Isla de Pascua.

La primera vez que visitó la isla fue en 1967, para instalarse como médico del Hospital Naval de Isla de Pascua. De ese primer viaje, escribe en su diario de vida: "El inesperado ofrecimiento tenía para mí un irresistible atractivo no solo profesional, sino también porque me daba la posibilidad de cumplir un antiguo sueño: conocer la fascinante cultura local, junto con la posibilidad de practicar el buceo deportivo y la caza submarina, mis aficiones favoritas, en los fondos coralinos de Isla de Pascua. Acepté entusiasmado la invitación, pero con cierto remordimiento, ya que lejos quedarían la pequeña familia y mi trabajo en el hospital y la universidad".

Patricia Echenique, su esposa, llegó a verlo dos meses más tarde. "Vivíamos en una casa que era muy simpática y primitiva, hasta cuevitas para los ratones tenía. A los dos nos cautivaba conocer una cultura completamente distinta. Para mí, la vida allá fue una maravilla, lo único difícil fue estar sin mis hijos, dejar a mi guagua de tres meses con mi mamá. Porque a veces iba por 20 días y como no salía el vuelo, tenía que quedarme dos meses, y ver que tenía a los niños allá era terrible", recuerda de esos primeros viajes.

En ese entonces, el vuelo a la isla demoraba más de diez horas sobre un avión a hélice; la electricidad se daba por hora, apenas se usaban autos. Patricia Echenique ayudó a su esposo a ordenar la farmacia de la isla. Mientras, Alfredo Cea ganaba reputación como el "taote" (médico en rapanuí) sanador de los isleños, y en sus tiempos libres se sumergía en la historia, los tesoros ocultos y en las aguas transparentes de la isla.

"Aquí a los doctores les tienen mucha consideración y respeto; es como un dios, te salva la vida. Y el 'taote' Cea era un doctor que buceaba y clasificaba a los peces, entonces todos corrían a ayudarlo", recuerda Michel García, pionero del buceo en Isla de Pascua junto a su hermano Henry García, en una entrevista telefónica desde el centro de buceo ORCA en Isla de Pascua.

Los hermanos García guiaron a Alfredo, al académico de la Universidad de Hawaii John Randall y al científico Louis Di Salvo, a través de cavernas y paredes de coral. Y en esas investigaciones inéditas de la diversidad biológica de la isla, el "taote" le daba la misma importancia tanto a la ciencia como a la sabiduría de los habitantes locales. Así, después de cada inmersión, se reunía en la caleta con los pescadores y arqueólogos como Gonzalo Figueroa, mostraba los peces, compartían nombres en rapanui y en español, leyendas y canciones asociadas.

Alfredo anotaba en su libreta y corregía sus dibujos hasta lograr la versión más auténtica. Los mismos pescadores le traían peces de mucha profundidad en una Coleman con hielo para que los pudiera dibujar. "Era el primero en tirarse al agua y el último en salir, y ahí tenía los ojos maravillados de un niño. A veces, cuando volvía de bucear, le pedían ayuda con un viejito enfermo y partía altiro, casi en traje de baño", recuerda Michel García.

El registro culminó en el primer y único libro que describe a los peces de ese territorio: "Shore Fishes of Easter Island", publicado en 2012 junto a John Randall. "Él era una persona tremendamente sensible a todos los nuevos descubrimientos, amaba registrar lo que veía. En general, los científicos tomamos muestras, pero él volvía y hacía dibujos", cuenta Carlos Gaymer, director del Núcleo Milenio de Ecología y Manejo Sustentable de Islas Oceánicas, desde la Universidad Católica del Norte, en Coquimbo.

Los viajes a Isla de Pascua continuaron de forma frecuente, pero Alfredo Cea regresó a instalarse en La Herradura, primero como médico cirujano del Hospital de Coquimbo, y desde 1974, como vicerrector de la Universidad Católica del Norte, donde formó el primer Centro de Investigaciones Submarinas.

Cea tenía en mente registrar el buque "Esmeralda", hundido en Iquique a más de 40 metros de profundidad. Para ello logró que la Armada le prestara un barco y consiguió las cámaras con carcasas y los focos para hacer la difícil filmación. La oscuridad era tal en esos fondos que Alfredo completaba lo que fotografiaba con sus dibujos y notas que aclaraban sus dudas sobre el Combate Naval. "Estuvo seis años tratando de convencerme de que bajara con él a la 'Esmeralda'. A mí no me daba miedo el mar, pero sí el buceo profundo", cuenta Patricia Echenique, quien finalmente se armó de valor e hizo un curso de buceo en la NAUI para perderle el miedo. Como una sirena, Patricia buceó con un traje azul con rojo, entró por una ventanilla cubierta de algas de lo que quedaba de la 'Esmeralda', agarró una reliquia y la mostró a cámara, con la orden de no aletear demasiado para no levantar arenilla y nublar la filmación que luego de un centenar de inmersiones lograban conseguir.

"Su sueño era sacarla y hacerla reflotar, como ese barco sueco famoso, el 'Vasa', que ahora está en un museo. Creo que con el documental logramos crear conciencia sobre la importancia de cuidar la 'Esmeralda'", recuerda su esposa, a propósito de la película estrenada en 1979 "Reencuentro con la Esmeralda" . "Le angustiaba el saqueo del buque hundido, porque se le retiraban cosas sin ninguna consideración arqueológica. Y también, según él, en la historia del combate naval había mucho de mito, y con estas exploraciones quería hacerse una convicción sobre cómo había sido realmente. En eso era muy polémico, peleaba con mucha gente que transmitía la versión típica de ceremonia", agrega su amigo cercano y compañero de trabajo de la Universidad Católica del Norte, Juan Carlos Valle.

El naufragio más profundo

En las tertulias de La Herradura se revivían anécdotas de buzos que libraban batallas con rayas, reacciones alérgicas a fragatas portuguesa, ataques de tiburones a los diversos trabajadores del mar. Todo eso el doctor Cea lo iba registrando, lo que lo hizo convertirse en un experto de la medicina barométrica. "En su clínica de Coquimbo vi a gente pagándole con huevos, verduras o pedazos de carne, porque él no les cobraba, pero la gente se sentía tan comprometida por las operaciones que llegaban con obsequios. Era un hombre generoso y caritativo, herencia de la formación de mi madre", cuenta el abogado José Luis Cea.

Fue desde La Herradura que Alfredo Cea forjó vínculos con personajes épicos de la historia de la navegación. Entre ellos, el explorador noruego Thor Heyerdhal, con quien mantuvo un intercambio epistolar sobre la Kon-tiki, y con Jacques Cousteau, con quien compartió en la mítica nave "Calypso", explorando los mares más fascinantes del mundo para bucear. Fue uno de esos mismos mares el que en 1989 arrojó la noticia más dolorosa que recibirían el doctor Cea y su esposa: su hijo de 21 años, Alfredo Cea Echenique, en ese entonces estudiante de biología, había fallecido ahogado mientras buceaba en las aguas transparentes de Nueva Caledonia.



26 de junio, 1991, Ahu Te Pito Kura.



Fogatas, noche y viento, el mar en ir y venir de onda y resaca. Los hombres solos cantando himnos ancestrales y sagrados, el viento arremolinándose en el valle y haciendo turbulencias de chispas y humo entrecortado en las fogatas de fuego permanente. La Isla de Pascua desconocida y no imaginada y un mundo de hechizos, de lugares, posiciones, palabras con fuerza y sacralidad solo comprensibles para ellos, los de ese tiempo. Lejos, lejos de todo, todo era posible.



Una vez que jubiló, el doctor Cea volcó su tiempo en sus libretas, dibujos y anotaciones. Allí, sus reflexiones se entremezclaban con bellos dibujos de hombres y mujeres pascuenses, herramientas de caza, escenas de atardeceres nostálgicos en la isla junto a los moáis. Su obra póstuma, editada por Rapanui Press, da cuenta de ese trabajo hecho con la meticulosidad de un botánico de la fauna marina. "Ika, Rapa Nui", es la recopilación de todos los peces y descripciones que hizo durante los 40 años de incontables buceos. "Fue un libro que lo llenó de felicidad, porque conjugaba el rescate de las tradiciones con el contenido artístico y antropológico", afirma Eduardo Ruiz-Tagle, editor de Rapanui Press (el libro se puede conseguir a través de tienda@museumstore.cl y en Feria Chilena del Libro).

Los recuerdos de sus colegas y amigos son infinitos y enaltecen cómo puso en valor las riquezas del mar de Chile. "Fue el primero en hablar de la importancia de la conservación de la Isla de Pascua, en una época en que a nadie le importaba el deterioro de los ecosistemas marinos", afirma el biólogo marino Carlos Gaymer.

De sus últimos encuentros, se le recuerda con bastón, pero con el mismo brillo en los ojos y entusiasmo de siempre. "Compartimos un ratito en la caleta, mirando el libro de los peces que hizo con Randall y conversamos del mar hasta muy tarde en la noche. A pesar de su dificultad para caminar, en su parte interior seguía entusiasta, y listo para bucear de nuevo", recuerda Michel García sobre el último viaje que hizo a la isla, antes que le detectaran un cáncer generalizado producto de una hepatitis crónica, que lo hizo fallecer el pasado 13 de mayo a los 81 años.

"Yo siento que él quería ser el mejor. Y ser el mejor es muy bueno, pero resulta que te puede matar también. Las enfermedades autoinmunes se las produce uno. El hígado es el receptor de las rabias y las penas, y si no sabes llorar, tu hígado lo recibe. Yo lo tuve que aprender, porque tuve el mismo duelo que él. Él decía que estaba solucionado, pero yo sentí que nunca pudo hablar. Yo creo que no exteriorizó mucho, o lo hacía de otras formas, como a través de sus dibujos", cuenta Patricia Echenique desde su casa en La Herradura, a cuatro meses de la muerte de su esposo.



La despedida

El cirujano, explorador y dibujante Alfredo Cea fue despedido como siempre lo recordaron sus seres queridos. Como un hombre que no dejó de bucear, primero en los mares, después en sus fantasías. "Yo lo recuerdo con algo que es único. No he visto nunca más en mi vida una persona con la belleza de trazo, la motricidad fina extraordinariamente brillante, el dibujo magistral que tenía Alfredo. Nunca más he visto persona que dibuje a tinta china un rostro, un cuerpo, una escena campestre, o fantasías. Porque era un hombre de una fantasía gigantesca. No he visto nunca más los dibujos de los enanos o gnomos con parches en los pantalones, los dientes que se les caían, con una casita de callampa de la que salía humito de una chimenea de lata", dice su hermano, José Luis Cea.

Con la ayuda de un maestro carpintero construyó su ataúd de madera terciada, sin visor. "Él quería irse así, modesto, con dos candelabros a los lados que él mismo compró, con una sola vela sencilla encendida en cada uno; dos velitas. Y estaba en esa preciosa iglesia inmensa, la parroquia de La Herradura, pero no en el catafalco, sino que en el piso", agrega José Luis Cea. Después, y seguido por una romería de miles de personas, sus cenizas fueron lanzadas a la brisa oceánica de Coquimbo. Así, el doctor Cea quiso seguir practicando, para siempre, el fascinante arte de vivir en el mar..

"SU GRAN SUEÑO ERA SACAR 'LA ESMERALDA' Y HACERLA REFLOTAR, COMO ESE BARCO SUECO FAMOSO, EL 'VASA', QUE AHORA ESTÁ EN UN MUSEO", DICE SU MUJER, PATRICIA ECHENIQUE.

"ERA UNA PERSONA TREMENDAMENTE SENSIBLE A LOS NUEVOS DESCUBRIMIENTOS. AMABA REGISTRAR LO QUE VEÍA", DICE CARLOS GAYMER.

UNA VEZ QUE JUBILÓ, EL DOCTOR CEA VOLCÓ SU TIEMPO EN SUS LIBRETAS, DIBUJOS Y ANOTACIONES. ALLÍ, SUS REFLEXIONES SE ENTREMEZCLABAN CON BELLOS DIBUJOS DE ISLA DE PASCUA. SU OBRA PÓSTUMA, "IKA, RAPA NUI", EDITADA POR RAPANUI PRESS, DA CUENTA DE ESE TRABAJO.

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