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hacia un Santiago de calidad mundial

Conciudadanos de tantas tierras

sábado, 27 de agosto de 2016

Miguel Laborde
Nacional
El Mercurio




Vendedores extranjeros se han añadido en la ocupación de nuestras veredas, como los árabes y norafricanos en Madrid o Roma. ¿Debiera limitarse el número y organizarse concursos para los espacios acordados, como lo ha hecho la propia Municipalidad de Santiago para algunos quioscos?

Las ciudades globales son metrópolis donde la diversidad cultural y racial es completa. En algún momento se escribirá que a principios del siglo XXI Santiago entró a la lista de las grandes urbes que, por su oferta de trabajo, principalmente, son hitos de una red planetaria.

Para las culturas cerradas no es fácil el tránsito hacia la cosmopolita. Hay hechos que hacen visibles las fisuras, los roces, tal como este verano en playas europeas por los atuendos de las musulmanas. Incluso, hay ciudades donde los profesores están siendo capacitados para adecuarse a este nuevo mundo. Porque se introducen cambios en las costumbres; en lo que respecta a nuestras calles, por el brusco aumento en la venta de productos alimenticios frescos.

Santiago se caracterizó, desde el siglo XVIII, por tener un mínimo de comercio callejero, en defensa del establecido que paga los impuestos que permiten las obras de adelanto municipal. Las plazas, que en varias urbes de la región permanecieron duras por ese rol, aquí se plantaron.

En el caso de los alimentos, desde Vicuña Mackenna y Ramón Allende, en el ciclo higienista a la francesa, se fijaron normas sanitarias claras. Los mercados se estabilizaron y las ferias semanales se reglamentaron. Ahora, ante tanto vendedor ocupando las aceras, el control se vuelve difícil, y al parecer no basta con aumentar los fiscalizadores; hay un debate pendiente.

Luego de un siglo de inmigración escasa en Chile, se nos olvidó planificarla. No se pide contrato de trabajo para radicarse ni estudiar nuestra Constitución para transformarse en residente documentado.

En el siglo XIX, como se trataba de acelerar el desarrollo nacional, antes de enviar agentes para atraer extranjeros, se estudiaron pueblos y costumbres para evitar a los que pudieran venir a enriquecerse sin ánimo de permanecer e incorporarse.

En el Chile de hoy, al menos, es fácil la integración cultural de los que más vienen, dado que son de países sudamericanos, pero la planificación surge como necesidad. Como se ha visto en Londres o San Francisco, en París o Barcelona, el no tenerla favorece a los nacionalistas cerrados, que (como los partidarios del Brexit, los seguidores de Trump o los xenófobos de Austria o Dinamarca) ante el descontrol acusan a los inmigrantes de ocupar los servicios de salud y las escuelas sin integrarse.

¿Es exigible la incorporación a las costumbres locales? ¿Basta con aprender la lengua y aprobar un examen de historia del país de acogida? O, al revés: ¿Para facilitar la incorporación debiéramos conocer mejor la historia de Argentina y Perú, Colombia y Haití, siendo que ya son tantos los conciudadanos de esos orígenes? Ya es tiempo, como anfitriones, de prepararse para recibir a los nuevos santiaguinos.

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