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Locura por juntar

sábado, 27 de agosto de 2016

Por Beatriz Montero Ward. Fotografías, Carla Pinilla G.
Anticuario
El Mercurio

Una enorme variedad de objetos le quitan el sueño al coleccionista Patricio Cummins Marín, entre ellos, las clásicas gallinas victorianas echadas en su nido, que se hicieron desde mediados del siglo XIX en loza, opalina y vidrio prensado.



"Siempre, desde que tengo memoria, he sido un coleccionista", comenta Patricio Cummins sentado en el living de su casa, un espacio colorido y repleto de los más diversos objetos decorativos, muebles y obras de arte. Recuerda que cuando niño juntó, entre otras cosas, cajetillas de cigarros de las marcas Liberty, Cabañas y Ganga; revistas de historietas como Rip Kirby y Okey, las que en sus veraneos en Quilpué esperaba con ansias que llegaran en el tren de los viernes; estampillas y bolitas de cristal. Siendo todavía un adolescente empezó a ir a remates y a recorrer los anticuarios. "Tengo aún en la memoria lo primero que subasté en mi vida: un sofá Chesterfield que estaba en la sala de billar en la casa de la familia Rodríguez Onfray, en Providencia".

Más tarde, esta afición la canalizó abriendo dos tiendas de antigüedades: una en el centro comercial Cantagallo y otra en Lo Castillo. "Fue una etapa súper entretenida porque me obligaba a comprar, que es lo que más me gusta. Me fascinaba con las cosas al punto que me costaba vender, tanto así que cuando cerré, en vez de liquidar, me llevé todo a mis bodegas". Confiesa que esta verdadera vehemencia que siente por coleccionar y que lleva en la sangre, lo ha movido a reunir, entre otras cosas, un importante conjunto de mayólicas del siglo XIX, alcancías mecánicas de hierro fundido de origen norteamericano, animales de bronce, cuadros de época victoriana con pájaros hechos con plumas...

Su colección de gallinas echadas sobre nidos, un objeto típico de los cottages victorianos que servía tanto para guardar los huevos como para cocerlos en agua hirviendo fuera del fuego, la inició hace varias décadas, cuando descubrió una de loza en un almacén de barrio. "No pude resistirlo y le pregunté al dependiente si me la vendía", dice. De ahí no ha parado de buscarlas en anticuarios, ferias persas, mercados y subastas; a donde quiera que vaya, su ojo está atento. "Una noche en Nueva York, caminando sin rumbo, encontré tres de opalina en la vitrina de una tienda. Al día siguiente me levanté con la obsesión de comprarlas, pero no logré dar con la calle ni con el negocio".

Son casi cien las que, hasta el momento, lleva reunidas, la mayoría en exhibición sobre una antigua mesa de campo. Entre ellas hay de loza inglesas de Staffordshire, de entre 1860 y 1880, de vidrio prensado de firmas norteamericanas como Atterbury, Challinor, Sandwich, Indiana y Fenton, de opalina y milk glass (un vidrio blanco leche). También dentro del conjunto hay seis ejemplares chilenos, originales de la fábrica de Lota. "Estaban en el catálogo con que los vendedores de la firma ofrecían los productos", comenta.

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