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La leyenda de Marlene Ahrens

sábado, 20 de agosto de 2016

por Estela Cabezas fotos Sergio lopez isla
Reportaje
El Mercurio

A sus 83 años, la única mujer chilena que ha ganado medalla en unos Juegos Olímpicos, sigue haciendo deporte todos los días. Nada en las playas de Concón y Zapallar, y practica lo que, según su propia familia, ha sido su mayor pasión: la equitación. Aquí repasa su vida de atleta y cuenta cómo alcanzó la cima entrenando muy poco y sin cuidar su alimentación.



-Me siento vieja.

-¿En qué nota su vejez?

-En que le duele todo a uno, menos el pelo.

Pero dicho eso, Marlene Ahrens, 83 años, 1,75 de estatura, la única mujer chilena en ganar una medalla en unos Juegos Olímpicos, se para, camina hacia las caballerizas del Club de Polo San Cristóbal y, tal como lo ha hecho casi de modo ininterrumpido desde que era una niña, sube a su caballo inglés y comienza a galopar.

Los únicos meses en que no lo hace, son de diciembre a marzo, cuando va a Concón o a Zapallar. Allí, todas las mañanas de todos los veranos, camina hacia la playa, tranquila, firme, y nada mar adentro.  

"Es que Marlene ha sido una dotada físicamente", dice Isabel Lyon, su amiga desde que tenían 14 años y una testigo privilegiada de la historia de Ahrens, que en 1956 asombró a todo Chile con un lanzamiento de jabalina que llegó a los 50,38 metros y que la hizo volver con una medalla de plata que, en su propia confesión, no fue fruto "ni del trabajo, ni del sacrificio".

-Parece que tenía un cuerpo como para eso -cuenta la ex atleta-. No es que fuera una pasión. Fue mi marido el que me llevó a entrenar. Sin él, seguramente no habría hecho nada.

Marlene Ahrens nació en Concepción, en 1933. Su padre, un alemán que había llegado de Hamburgo, trabajaba en un banco. Su madre era dueña de casa. No pensaban mudarse, pero el terremoto de 1939, con caída de casa incluida, los trajo a Santiago.

Los Ahrens Ostertag hicieron su vida entre el campo y la ciudad, porque la familia materna tenía un terreno en el valle del Aconcagua, al lado de San Felipe. Luego tuvieron otro en Talca.

-Mi mamá nunca hizo deporte sistemático. Lo suyo era ponerse unos pantalones y salir a andar a caballo, subirse a los árboles, nadar en el río. Corría todo el día -recuerda la periodista Karin Ebensperguer, hija mayor de Marlene Ahrens. 

Su hermano Erwin Ahrens recuerda que ella tenía un brazo prodigioso desde pequeña:

-En el campo de mi padre había una quinta grande, que tenía muchos manzanos. En ese tiempo no había desinfectantes, las manzanas se agusanaban todas y se caían al suelo. Un día, cuando ella tendría unos 10 u 11 años y yo 15, salimos a pasear y nos pusimos a tirarnos las manzanas uno al otro. Cada vez nos alejábamos más, pero a mí me seguían llegando muy fuerte. Y al final me tuve que esconder detrás de un árbol -dice y se larga a reír. Marlene Ahrens no era una niña común de la época, ni de la clase social en la que vivía.

-Éramos vecinas en el campo y no nos queríamos mucho al principio. Ella me encontraba una pituca insoportable y yo a ella una alemanota ídem. Nos hicimos amigas una vez que tuve que ir a su fundo y ella se escondió cuando vio que venía, pero su mamá la mandó a llamar y tuvo que estar conmigo. Desde ahí fuimos inseparables -dice Isabel Lyon.

Hermann Ahrens era un padre cariñoso, que según recuerda su hija Marlene, le daba todo en el gusto.

-Mi mamá, Gertrudis, era la jodida, la que ponía el orden en la casa -recuerda ella.

A mediados de los 40, cuando Gertrudis se cansó de Santiago, de-sarmaron la casa y se fueron a vivir al campo definitivamente. Los dos hijos mayores se habían ido ya a la Escuela Naval y Marlene entró al internado en las Monjas Inglesas en Viña del Mar. Después vivió con unos familiares.

-La Marlene era libre; entonces, no se llevaba tanto con las monjas -dice su hermano.

Marlene Ahrens aún no desarrollaba su veta deportista, pero tampoco era buena para salir ni para las fiestas. Ella recuerda que le gustaba ir a caminar al Sporting con una amiga. Vivía una vida tranquila.

Cuando salió del colegio, la familia continuó viviendo en el campo, pero ella pasaba largas temporadas en la casa de su amiga Isabel Lyon. Ahí estaba cuando le presentaron a Jorge Ebensperger, quien se convertiría en su marido.

-Lo conocí en el Colegio Alemán. Yo practicaba gimnasia en ese lugar, y él también. Jorge era 16 años mayor que yo - recuerda Ahrens.

Fue su primer pololo y el noviazgo duró un año y medio.

-La Marlene se casó muy niñita, de 20 años. Ella no tenía tantas ganas, me decía: "Yo no me debería casar". Pero él, que la adoraba, la convenció -recuerda Isabel Lyon. 

Su hermano Erwin apunta:

-Como ella era tan inquieta, yo decía que al marido le iba a salir difícil el matrimonio. Cuando empezaron a pololear con Jorge, yo dije, esta cuestión puede no funcionar. Pero Jorge era un pan de Dios. Era un hombre muy bueno. Ella es una mujer de carácter y él siempre supo cómo llevarla.

Jorge Ebensperger era muy deportista: jugaba hockey sobre césped y hacía gimnasia en el Club Manquehue. Marlene practicaba las mismas disciplinas, además de vóleibol, pero fue él, estando de novios, que la incentivó con la jabalina.

La historia es así: una vez, luego de terminar la temporada de hockey, ambos se fueron, junto a sus respectivos equipos, a la playa. Ahí, su marido la vio tirar piedras hacia el mar y quedó sorprendido de que lanzara tan lejos.

Cuando regresaron a Santiago, Jorge le dijo al entrenador de atletismo del Club Manquehue, que Marlene era una lanzadora innata y que la entrenara.

Dos semanas más tarde fue a su primer campeonato de novicios. Ahí ella hizo una marca que sorprendió a todos. Para esa época, a nivel sudamericano, habría estado entre las mejores.

Marlene Ahrens y Jorge Ebensperger se casaron en noviembre de 1953. Al volver de su luna de miel, la Federación de Atletismo había preseleccionado a Marlene para competir en un torneo sudamericano, en Sao Paulo. Salió segunda. Tenía 20 años. Poco después, en marzo de 1955, nació su hija, Karin Ebensperger, periodista y ex comentarista internacional de Canal 13.

En la Navidad de ese mismo año, su marido y su padre le regalaron la primera jabalina,  que habían encargado a Estados Unidos.

En 1956, Marlene fue a los Juegos Olímpicos de Melbourne. Fue la abanderada y la única mujer de la delegación. Allí consiguió la medalla de plata.

-Jamás pensé en ir a una olimpiada ni nada. Ni siquiera sabía lo que era una olimpiada.

Nadie en Chile se esperaba su medalla. De hecho, en Australia, cuando le preguntaron cómo entrenaba y se alimentaba, ella respondió que comía lo mismo que su familia y que entrenaba poco, una hora al día, en períodos anteriores a los campeonatos.

Eliana Gaete, saltadora de valla y compañera de equipo de Ahrens, la conoció a los 19 años, cuando la ex atleta comenzó a competir. Ella era de una familia modesta, vivía en la Panamericana, estaba casada, tenía dos hijos y entrenar se le hacía difícil.  

-En esa época casi todos los atletas eran de apellido alemán. La Norma Díaz y yo éramos las únicas con apellido chileno. En ese equipo conocí a la Marlene y nos hicimos amigas.

Cada vez que Marlene quería entrenar en el estadio de la U. Católica, que antes quedaba en Independencia, la pasaba a buscar e iban juntas.

-Yo tenía que ir con mis hijos, porque no tenía con quién dejarlos. Ella tenía varias nanas. Tenía una vida privilegiada. Igual así, ella solo entrenaba algunos días a la semana, con suerte practicaba más en serio semanas antes de las competencias. Ella era buena atleta, porque tenía condiciones naturales, un físico privilegiado. Si hubiera entrenado, podría haber sido campeona mundial. Lo mío, yo lo hacía con mucho sacrificio; ella no. Marlene llegaba al estadio y saludaba a algunos dirigentes y no se metía con nadie. Tampoco formaba grupo con las atletas. Entrenaba un poquito, algo trotaba, luego lanzaba. Eso provocaba muchas envidias. 

Erwin Ahrens:

-Es tan sorprendente lo de la Marlene. Hoy si alguien quiere triunfar tiene que preocuparse de tener un entrenador, de comer especial, las calorías... en ese tiempo las cosas eran al lote.

Gertudris, la madre de Marlene Ahrens, no celebraba tanto su opción.

-Nunca la fue a ver lanzar la jabalina. Encontraba rarísimo esto de que mi mamá se pusiera shorts para hacer los lanzamientos. Era tremendo para ella. Mi abuela nunca uso pantalones. Imagínate cómo era -dice Karin Ebensperger.

Ella cuenta una historia al respecto: un día, Marlene Ahrens batió su propio récord en jabalina en el fundo de su papá, y mientras gritaba de alegría, su madre decía: "Ay, esta niñita qué gritona que es".

Hermann, su padre, era distinto.

Erwin Ahrens recuerda.

-En esos tiempos, antes de irse a un campeonato se usaba que los atletas se presentaran con sus pruebas en el entretiempo de los partidos de fútbol. Nos avisaron que Marlene estaría y fui con mi papá, que ya tenía un poco de demencia senil. Estaba bien desenchufado de todo, pero justo Marlene rompió otra vez su récord y el estadio estalló, y por los parlantes gritaron su nombre. Entonces mi papá lloró. 

Karin Ebensperger dice que su madre era una mujer muy conservadora, a la que le ha costado mucho aceptar los cambios de época.

-Para ella, las cosas son de una manera. Ahora ha aprendido a quedarse más callada.

Ese carácter lo demostró cuando, estando en unos Panamericanos, en Calí, en 1963, murió su padre. A pesar de que su marido le pidió que se devolviera, ella decidió competir igual. Llorando, le dijo que es lo que su padre hubiera querido. Volvió a Chile con la medalla de oro en la mano.

El único auspiciador que tenía Marlene Ahrens era su marido. Él le compraba las jabalinas y las zapatillas en Europa o Estados Unidos. Le pagaba el entrenador y el Club Manquehue.

-Yo nunca fui profesional del deporte, siempre aficionada , era un hobby y por eso hacía diversos deportes a la vez. Nunca acepté un peso y jamás representé alguna marca. Mi única insignia fue el escudo de Chile. Comprendo que el apoyo económico es importante para que los deportistas salgan adelante, pero hoy el deporte se ha convertido en un tema demasiado asociado a lo económico.

Sus sobrinos nietos Benjamín y Cristóbal Grez Ahrens han seguido su huella olímpica. Participaron en vela en Río 2016.

Estando en su mejor momento deportivo, Marlene Ahrens tuvo un conflicto con la Federación de Atletismo de entonces, que le costó caro. Fue suspendida un año y no pudo ir a las Olimpiadas de Tokio de 1964.

El problema comenzó, en 1959, en los Panamericanos de Chicago. Según ha contado, uno de los dirigentes chilenos "se puso frescolín conmigo y lo paré en seco. De ahí quedó con sangre en el ojo, y se vengó".

Como perdió la apelación a su castigo, tomó una decisión radical: abandonó el lanzamiento de jabalina.

Isabel Lyon:

-Fue muy feo como terminó su carrera. Ella me dijo, "yo no vuelvo a tomar la jabalina en el resto de mi vida, esta gente se portó tan mal conmigo, que me importa nada". Su marido trató que siguiera, pero ella le dijo que no. Le rogaron que volviera y no quiso. Nunca más tomó una jabalina, ni siquiera en el campo.

Tras su retiro, se dedicó al tenis. Empezó tarde, a los 32 años, y en poco tiempo ya había rankeado entre los mejores a nivel local. Finalmente también lo dejó, pero por un problema físico: tenía la rodilla lástimada. En un torneo una compañera de equipo lanzó una jabalina y esta fue a dar a su pierna.

Entonces comenzó con la equitación. Fue al Panamericano de Mar del Plata, en 1995, 41 años después de la primera vez que representó a Chile en una competencia internacional. Hasta hace dos años seguía compitiendo.

-La gran pasión de mi mamá fueron los caballos. Ella va a pasar a la historia por su medalla olímpica en atletismo, pero si yo tuviera que decir quién es mi mamá, te digo que ella es equitadora -dice Karin Ebensperger.

En el Club de Polo son varios los equitadores que están practicando a esta hora de la mañana. Todos la saludan. Cuando Marlene Ahrens se baja de su caballo, nadie la ayuda. Tampoco dejaría que lo hicieran.

-Marlene, ¿le habría gustado seguir compitiendo con su caballo?

-No sé, los 83 a veces molestan.

Entonces se sube a su auto rojo y se va a toda velocidad.

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