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Ajusticiamiento en línea, la nueva cultura de la vergüenza

domingo, 26 de junio de 2016

Juan Rodríguez M.
Redes sociales
El Mercurio

Puede que se haya equivocado, o no, que diga algo que no gusta. El asunto puede quedar ahí o ser expuesto en la plaza virtual de internet, empezar a replicarse y convertirse en un juicio popular, una humillación que pone las cosas en orden. ¿Con las redes sociales ha vuelto la "pena infamante"? Es lo que se pregunta el periodista británico Jon Ronson en su libro "Humillación en las redes".



Le robaron la identidad. En 2012, el periodista y escritor británico Jon Ronson -autor del superventas "¿Es usted un psicópata?", entre otros libros- descubrió que otro Jon Ronson, que usaba su fotografía como avatar, había empezado a publicar en Twitter. Hablaba una y otra vez de cocina, de conseguirse tal receta, de comerse un gran plato de tal o cual comida.

El Ronson original descubrió que detrás de su doble estaban tres académicos, que se negaron a eliminar la cuenta, pues era un experimento. Ronson I concertó una reunión grabada con los creadores de Ronson II, para que le hablaran de la filosofía detrás del experimento. Durante la misma, estos se dedicaron a embolinar la perdiz para refutar que lo habían suplantado.

Jon Ronson, el periodista, subió el video a YouTube. El primer comentario decía que se trataba de un robo de identidad. Otro proponía crear cuentas falsas "a nombre de esos payasos de mierda y publicar a todas horas tuits sobre su fuerte deseo de pornografía". Un tercero le decía que los demandara, que los hundiera, que los machacara. Y, de repente: "Esos universitarios de mente enferma merecen una muerte dolorosa"; "Hay que gasear a esos hijos de puta (...) Y luego, mearnos en sus cadáveres"... Días después, los investigadores desactivaron la cuenta. "La vergüenza pública los había forzado a ceder", escribe Ronson en su libro "Humillación en las redes", cuya traducción ya está en librerías chilenas.

Zombis

Se trata de una investigación motivada por el ajusticiamiento del que, sin preverlo, fue parte Ronson. Un trabajo "sobre personas que habían sufrido linchamientos virtuales", se lee. O funas, si se prefiere. Una crónica sobre el renacimiento -gracias a internet y las redes sociales- del escarnio público como herramienta de "justicia"... o de control social. "... en el interior de todos nosotros late algo que tememos que dañe nuestra reputación si dejamos que se manifieste (...) Tal vez ese secreto no sea algo terrible (...) Pero no podemos correr el riesgo".

Ronson empezó a entrevistar a personas que habían sido destruidas "por haber tuiteado alguna broma mal redactada a sus cerca de cien seguidores". Y se encontró con "figuras espectrales que vagaban por el mundo como muertos vivientes, con los trajes de oficina de su vida anterior". Por ejemplo: un científico, exitosísimo, al que le descubrieron citas inventadas en un libro. O una relacionadora pública a la que se le ocurrió hacerse la graciosa, tal vez denunciar con sarcasmo una realidad: "Voy a viajar a África. Espero no contraer el sida. Es broma: ¡soy blanca!", tuiteó.

La mujer, que tenía algunas decenas de seguidores en Twitter, publicó el mensaje, apagó el celular y se subió el avión. Cuando llegó a Sudáfrica, le llegó un mensaje de texto de una amiga: "Llámame en cuanto puedas. Ahora mismo eres tendencia mundial en Twitter".

"Denuncien todos a esa hija de puta", "Estamos a punto de ver cómo despiden a la guarra"... Eran cien mil tuits. La mujer pasó de ser buscada treinta veces en Google en un mes a más de un millón al siguiente. Su tía le dijo que había deshonrado a la familia. La prensa comenzó a seguirla. Y perdió su trabajo.

La cuestión, se pregunta Ronson, es si las redes sociales en internet se han convertido en un tribunal paralelo, que castiga humillando, tal como hacía la puritana justicia estadounidense hasta el siglo XIX. De hecho, Ronson investiga por qué ese castigo fue abandonado y, dicho en pocas palabras, muestra que se lo consideró demasiado brutal, terrorífico, inhumano. Peor que el dolor corporal.

Dignidad humana

Digamos que lo del sida y África alguien lo tuitea en serio. Quizá en ese caso el escarnio en línea es efectivo, deseable y justificado. Ético. Quizás avergonzar a alguien -un racista, un homófobo- puede ser, en determinadas circunstancias, una manera de castigar una falta social.

A través de un correo electrónico, la filósofa estadounidense Martha Nussbaum advierte que no conoce lo suficiente sobre la humillación en línea. Sin embargo, respecto del recurso a la vergüenza como medio de condena, dice: "Las penas basadas en el avergonzamiento tienen tres problemas muy serios. Primero, al humillar a una persona a partir de un rasgo más que en un acto, se ofende la dignidad humana. Segundo, es un tipo de justicia popular, y hostil al Estado de Derecho. Tercero, a pesar de que a veces se usa para apuntar comportamientos que son realmente malos, la historia muestra que más a menudo apunta a grupos marginales o subordinados, incrementando sus desventajas sociales".

En el libro, Ronson recuerda que en los primeros tiempos de Twitter (unos remotísimos diez años atrás) no había linchamientos. Luego, dice, comenzaron las lapidaciones contra empresas abusivas y "multimillonarios malignos". Pero, "al poco tiempo", la atención no se dirigía solo a las barbaridades, también a los "deslices". "Y la rabia que se desataba parecía cada vez más desproporcionada respecto a la tontería que hubiera dicho el famoso de turno".

El punto para Ronson es que no se trata de "ellos la turba furiosa, sino nosotros", la turba furiosa y digital.

Corrección política

El filósofo chileno Raúl Madrid, director del Programa de Derecho, Ciencia y Tecnología de la UC, distingue los casos en que la humillación ocurre cuando algo "espontáneamente disgusta a una audiencia concreta" de aquellos en que se sanciona la transgresión de la corrección política. "La corrección política es un método de dominación del lenguaje, que busca instalar ciertos conceptos en la opinión pública y estigmatizar otros, como parte de las llamadas 'guerras culturales'. Creo que la humillación cibernética es un mal en ambos casos, pero resulta más grave en el segundo, porque responde a una estrategia de poder".

"Uno de los problemas del espacio virtual", agrega, "es que no distingue, por su naturaleza, los tipos de audiencia (más o menos educadas) -todas ellas conviven en el mismo espacio, lo que es sociológicamente muy novedoso-, y por lo tanto el debate queda siempre a merced del que golpea más bajo". Además, "la audiencia digital tiene características distintas de las convencionales. Estas últimas están sujetas a ciertos códigos correctivos de comportamiento, basados en el papel de la identidad en las relaciones interpersonales y en la convivencia real de una comunidad. La digital, por el contrario, constituye un espacio prácticamente sin reglas -no hay olvido, por ejemplo-, en la que es muy sencillo tener la impresión de que los actos son impunes, aunque cada vez lo serán menos".

El sociólogo Bernardo Amigo, coordinador del Laboratorio Cultura Mediática de la U. de Chile, agrega que no es una impunidad solo en el sentido de un ejercicio consciente, reflexionado, "sino que me da lo mismo porque no tengo consecuencias emocionales. Hay una suerte de acción meramente discursiva, no es pegarle un combo a alguien". Situaciones como las humillaciones en línea "son muy llamativas y absolutamente deleznables", dice. "El daño puntual, a un sujeto determinado, es tremendamente fuerte, pero lo que uno tiene que preguntarse es cuál es la frecuencia y el alcance real de este tipo de acciones en el universo de internet; si es algo generalizado, cosa que dudo".

Internet todavía es una realidad emergente, "estamos en un período de aprehensión, de conocimiento, de domesticación a nivel social", explica Amigo. Aunque no se arriesga a decir que eso implique que la humillación en línea pudiera desaparecer o disminuir. Pero sí que "cuando tú juntas dos mundos -uno en el que hemos vivido durante los últimos dos siglos, el mundo de la modernidad, con este otro-, sigues haciendo lo mismo que hacías, pero ahora con la magnitud que te dan las nuevas tecnologías y las redes sociales. Lo más probable es que en un futuro no tan lejano ese modo de hacer lo mismo empiece a variar. Por ejemplo, hoy ser clandestino en las redes es tarea de hackers , casi nadie puede serlo, y por lo tanto el sentido de la clandestinidad empieza a perder significación y muchas veces dar la cara es más rupturista".

Es la sociedad

¿Puede tener un lado bueno esta justicia paralela? Raúl Madrid responde: "La dimensión positiva de un mecanismo como la sanción online dependerá de si la comunidad digital está en condiciones de proteger y promocionar valores próximos a la dignidad humana, sin caer en la 'ejecución' de sus integrantes por razones arbitrarias o subjetivas. La tecnología es en sí misma moralmente neutra, y por lo tanto adquiere el valor de los fines para los que se utiliza".

Bernardo Amigo concluye: "El fenómeno no se explica por la tecnología, sino por algo que está sucediendo en nuestras sociedades", dice. "Un país como el nuestro objetivamente ha avanzado mucho en lo económico, pero hemos avanzado muy poco en democracia en términos más globales, que no es solo ir a votar o tener la posibilidad de consumir, sino que también es el ejercicio de la civilidad, el compromiso con lo social". "Internet no es la fuente de los problemas, es el medio que los amplifica".

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