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Discurso y género:

Por qué las mujeres son el "Sexo silencioso"

martes, 28 de junio de 2016

Por María Cristina Jurado
Reportaje
El Mercurio

Hillary Clinton avanza hacia la Presidencia de Estados Unidos, pero recibe críticas por su estilo de discurso. No es suficiente que una mujer rompa el techo de cristal: aún debe hacerse escuchar, dicen los investigadores. ¿Por qué en salas de clases o reuniones de trabajo los hombres hablan más que las mujeres?



-El triunfo de hoy no es de una persona. Pertenece a generaciones de mujeres y hombres que lucharon y se sacrificaron. En nuestro país comenzó aquí en Nueva York, en Seneca Falls, en 1848, cuando un pequeño pero determinado grupo de mujeres y hombres pensó que merecíamos igualdad de derechos.

La voz de Hillary Clinton retumbó en Brooklyn y segundos después hizo eco en el mundo. La posible candidata demócrata a la Presidencia de Estados Unidos agradeció a sus votantes, en un gesto que fue seguido por billones de personas en los cinco continentes. Pero la suerte de Clinton -una política aguda, con 30 años de experiencia y cuya voz el mundo escucha- no es compartida, dicen los expertos, por el resto de las mujeres. Ni siquiera Madeleine Albright, la primera secretaria de Estado estadounidense y pionera en la ruptura del techo de cristal de la diplomacia y seguridad nacional de su país en los 90, se salvó de reconocer que en su carrera enfrentó muchas reuniones como única mujer y calló por temor a ser enjuiciada por sus colegas. "Todavía siento ansiedad cuando en una sala participo en un debate solo con hombres", dijo este febrero, dos decenios después.

La anécdota la recordó para Boston Review el catedrático y cientista político Christopher Karpowitz, quien junto a Tali Mendelberg, de la Universidad de Princeton, publicó "El sexo silencioso", que en 2015 ganó tres premios como mejor libro de psicología y ciencias políticas. Auscultando las formas de participación en el debate político y en el discurso público en su país, llegó a la conclusión de que, a gran escala, las mujeres hablan menos tiempo y con expresiones menos asertivas que sus pares hombres -por temor a ser criticadas y, sobre todo, interrumpidas-, y que el número sí cuenta al momento de hacer escuchar sus voces. No es suficiente que se rompa el techo de cristal, dicen investigadores de distintos países: aún hay que tener una voz que se escuche. Y ellos -por múltiples razones- no están escuchando, dicen las estadísticas. No solo en política, también en colegios, universidades, reuniones de trabajo, negocios y en la vida pública. Acostumbrados a tomar la palabra y a hablar largo, seguro y sin interrupciones -sin miedo a la crítica-, producen el efecto indirecto de intimidar el discurso de sus compañeras, al tomarse la mayoría del espacio y el tiempo.

Una norma social nítida que se ha convertido en materia de estudio de cientistas políticos y sociólogos. Con agudeza, la periodista australiana Julia Baird bautizó esta condición masculina como "manologue", juego de palabras entre hombre (man) y monólogo. Dice: "La prevalencia del "manologue" está enraizada en el hecho de que los hombres se toman o les dan más tiempo para hablar casi en todos los ambientes profesionales. Las mujeres se autocensuran, editan y se disculpan por hablar. Ellos exponen. Una tendencia masculina ya establecida en ciencias sociales: en un grupo, a más hombres, más voces masculinas se escuchan".

Desde la Universidad de Brigham en Utah, el profesor Christopher Karpowitz, graduado de Princeton, estudió para su libro el discurso participativo de los dos sexos en política, aplicable a otras esferas. Con Tali Mendelberg realizaron experiencias de laboratorio para probar sus observaciones. En algunos casos concluyeron que, cuando ellos las sobrepasan en número, estas llegan a hablar entre un tercio a un cuarto menos de tiempo:

-En la sociedad contemporánea, mucha gente aún cree que la política es un juego masculino. Por eso, hombres y mujeres participan con distintas expectativas de influencia. Pero no es cierto que estas no tengan nada que decir o ningún interés en política. Este desbalance es producto de su diferente socialización.

Karpowitz y Mendelberg se preguntaron si ellas se veían a sí mismas como individuos que pueden marcar una diferencia y tener autoridad. "Los hombres siempre esperan, quieren y buscan tener influencia y autoridad. Las mujeres vacilan".

Es un tema crucial a resolver, dice este cientista político: la actual desigualdad de género en el discurso social y público -en todas las áreas de la vida- hace que la sociedad se pierda la visión e ideas de un contingente fundamental, nada menos que un 50% de la población pensante y creativa. "Cuando las mujeres no se hacen escuchar, perdemos como sociedad, porque literalmente las perspectivas de la mitad de la población no son tomadas en cuenta".

-Una de las cosas importantes que descubrimos es que lograr que otras personas te vean como influyente y con autoridad está relacionado con cuánto hablas. Por eso es importante que ellas hablen más y construyan espacios para ello. Así lograrán ser miradas como personajes influyentes y con autoridad.

Críticas y silencio

Y es que no solo el discurso femenino se escucha menos, por tiempos más cortos y con menos asertividad cuando ellas constituyen minoría en una reunión, lugar de trabajo, programa televisivo, seminario o conferencia, sala de clases, mitin político o debate público. Es un fenómeno científicamente estudiado que existe en las participantes un temor a ser observadas, criticadas, juzgadas e interrumpidas en sus palabras por sus pares hombres y que esto las frena. El miedo al backlashing -reacción negativa y a veces violenta- está presente en las ciencias políticas y sociología al estudiar la subrepresentación del discurso femenino en el mundo.

Christopher Karpowitz constata que "hasta una política extraordinariamente completa y experta como Hillary Clinton ha sido criticada por tener un estilo de discurso 'gritón y estridente'. Pero Bernie Sanders y Donald Trump también gritan mucho cuando hablan. Nadie los critica. No recuerdo jamás a un político recibiendo críticas solo por su estilo de discurso".

El tema de las interrupciones ha sido estudiado especialmente. Los investigadores concluyeron que en ambientes de discusión con escasa participación femenina -desde la política hasta el trabajo- casi siempre se registró un patrón de interrupciones masculinas: ellos sentían que podían aportar mejores soluciones e ideas.

En la Universidad de Yale, la doctora en psicología social Victoria Brescoll, quien trabajó en 2004 con Hillary Clinton, investigó el potencial de avance profesional en mujeres con mal genio y exceso de asertividad versus sus colegas hombres. El estudio concluyó que un hombre mal genio y directo es premiado profesionalmente. Una mujer igual es catalogada de "incompetente y poco merecedora de estatus y poder".

Brescoll estudió también el efecto de la crítica en la volubilidad (la cantidad de tiempo que se habla). Observó en su investigación de 2012 -para la cual escrutó al cuerpo de senadores de Estados Unidos- una directa relación entre el poder y la mayor volubilidad en los hombres, un efecto que no existe en las mujeres. Los análisis científicos a que recurrió esta psicóloga social confirmaron que el temor al backlashing es el principal factor que impide que más mujeres se expresen en público.

Hay algo más. Janet Holmes, académica de la Universidad de Wellington en Nueva Zelandia, se centró en escrutar cuánto y cómo contribuían los dos sexos al discurso formal en seminarios, programas de televisión y salas de clases. Analizó las preguntas formuladas en cien mitines públicos y seminarios: 75% provino de hombres. "No es raro que constituyan mayoría en instancias formales y públicas, pueden ser 66% de todas las audiencias". Una de las explicaciones para este predominio del verbo masculino es que expresarse formal y públicamente otorga estatus. Las mujeres están más preocupadas de la solidaridad y conexión. Los hombres se interesan en el estatus, asevera Holmes.

Y en Harvard, Catherine Krupnick -fallecida en noviembre de 2015- se centró en estudiar cómo el género influye en la calidad de la enseñanza y del aprendizaje en su universidad. Para esto armó un equipo de trabajo investigativo, que pasó un año entero revisando videos de clases. Una de las conclusiones fue que los estudiantes hombres hablaban mucho más tiempo en salas con profesor y mayoría de alumnos masculinos. "Fue importante porque no solo esto es común en Harvard, sino en la mayoría de las universidades coeducacionales". Por otra parte, las alumnas hablaban tres veces más en clases dirigidas por una mujer, que era sentida como una figura inspiradora.

La profesora Krupnick demostró con datos estadísticos que el género de un profesor juega un rol definido en las discusiones a nivel universitario: en el actual predominio masculino, las ventajas de este diálogo de aprendizaje están desigualmente distribuidas entre los dos sexos. "La tendencia a que los hombres dominaran las conversaciones no nos sorprendió. Todos los estudios revelan que ellos dominan en los grupos de discusión, en las salas de clases y más allá".

Pero el problema es mayor, dice Krupnick. "El ambiente en la sala de clases, el desarrollo de la autoestima y, más tarde, la seguridad a nivel profesional pueden estar conectados". El estudio revela que hasta abogadas y fiscales pueden sentirse inseguras en un juicio al enfrentar a sus pares hombres. Según una investigación de 1984 de la socióloga Bettyruth Walter-Goldberg, las abogadas sienten menor satisfacción con sus discursos de cierre frente a un jurado, en relación con los litigantes masculinos.

Porque -dicen los investigadores en todo el mundo- la sala de clases y lo que pase en ella influirá en el futuro. Y mucho depende de la cantidad y calidad de lo que algún día se habló.

"Las mujeres hablan menos tiempo y con expresiones menos asertivas que sus pares hombres, por temor a ser criticadas".

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