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sábado, 25 de junio de 2016


Tierra de nadie
El Mercurio

Antes de esperar que la ciudadanía tenga respeto, aprecio y voluntad de cuidado colectivo por la ciudad, esta debe percibir que sus propias autoridades tienen esas convicciones.



Publicidad descontrolada y grafiti; es desolador el paisaje de algunas comunas chilenas. En casi todas las ciudades del país, en espacios de significación metropolitana, como cruces de avenidas importantes, bandejones o bordes de parques, existen enormes estructuras publicitarias fuera de toda norma y carácter, malogrando el espacio público (que nunca fue concebido con tal propósito) y las vistas al horizonte. Tamañas estructuras representan el triunfo del negocio publicitario descontrolado por sobre el pudor de alcaldes y concejos municipales. Pero no habiéndose jamás consultado a los ciudadanos sobre el trato que queremos se dé a la ciudad, ¿qué diferencia habría entre la imposición arbitraria de publicidad enorme y vociferante y la imposición de un anónimo grafitero en un lugar cualquiera? Ninguna.

Igual cosa con la incipiente "moda" de vandalizar vagones del Metro de Santiago. Pues cuando vemos llegar al andén un convoy completamente forrado en publicidad, generalmente estridente y de mal gusto, la desazón es igual a que si viniera pintarrajeado por grafiteros, e incluso peor, pues en este caso nos damos cuenta de que la proverbial dignidad del Metro ha sido sacrificada al mejor postor por sus propios custodios.

Es que esta es precisamente la doctrina de "ventanas rotas" del alcalde Giuliani, que parece fascinar a algunos compatriotas, aunque sin comprender lo que implica: que para prevenir la degradación y el crimen, para efectuar un cambio moral, es la autoridad la que debe predicar con el ejemplo. La ciudad debe estar siempre impecable, la publicidad y otros tipos de contaminación ambiental siempre bajo escrupuloso control, el espacio público siempre valorizado y el peatón siempre privilegiado absoluto en la calle, lo que significa no solo defender el uso del suelo público, sino también condicionar qué se permite construir junto a la calle para que esta tenga máxima potencia y atractivo. Malls no, ni edificios con fosos, obviamente, pues ambos representan la máxima mezquindad con la vereda. Antes de esperar que la ciudadanía tenga mayor respeto, aprecio y voluntad de cuidado colectivo por la ciudad, esta debe percibir que sus propias autoridades tienen esas convicciones. Una vuelta por las comunas de la metrópolis y, salvo escasas excepciones, lo que vemos es lo contrario: un paisaje urbano innecesariamente degradado, producto de la improvisación, indiferencia o ambición miope de la autoridad local.

En época de elecciones y recuentos, sería interesante saber cuántos alcaldes, cuántas reparticiones públicas, cuántos inversionistas inmobiliarios y cuántos ciudadanos están dispuestos a dar el ejemplo de una mejor ciudad. ¡Pidamos que lo declaren en voz alta!

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