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Perfil | A un año de su muerte:

Juan Rivano, el maestro exiliado de la filosofía chilena

domingo, 15 de mayo de 2016

Juan Rodríguez M.
Biografia
El Mercurio

Crítico y polemista, protagonista de la Reforma Universitaria, su obra va desde la lógica a la filosofía social y la reflexión sobre la tecnología; murió en Suecia, donde vivió después del golpe de Estado, pero nunca olvidó a Chile. Por eso, tres amigos y exalumnos publican un libro para recordarlo.



En los impasibles y a veces gélidos patios de la filosofía chilena, hubo un período, entre fines de los 50 y principios de los 60, que podría llamarse los años salvajes de la filosofía chilena. Años de teoría y praxis, en medio de las luchas políticas y sociales que revolvían a Chile, América Latina y el mundo; años en los que los filósofos chilenos tomaron partido y agitaron sus bucólicos jardines. Y que tuvieron entre sus protagonistas a Juan Rivano Sandoval (1926-2015).

Muerto el 16 de abril del año pasado en Lund, Suecia, tres filósofos y exalumnos de este hombre exonerado, encarcelado y exiliado tras el golpe de Estado de 1973, acaban de publicar un libro que se aproxima a la obra de su maestro: "Miradas sobre la filosofía de Juan Rivano" (Bravo y Allende), se titula. Quienes lo firman son Andrés Araya, Antonio Vargas y Rogelio Rodríguez. "Tuve con Rivano una estrecha relación durante más de cuarenta años. En su exilio nos comunicábamos primero por carta y después por casetes. En los últimos años, cuando ya por salud no podía viajar a nuestro país, lo hacíamos por Skype, y todavía no me convenzo de su muerte. De pronto, cuando pasa alguna cosa importante en Chile pienso que se la voy a contar... y ya no está", confiesa Rodríguez.

Rivano, se ve, era carismático. Y todavía apasiona. La filósofa Cecilia Sánchez, estudiosa de la filosofía local y responsable de una historia sobre su institucionalización -"Una disciplina de la distancia"-, recuerda que el año pasado fue invitada a la Universidad de Concepción para dictar una conferencia. Le pidieron que pusiera énfasis en Humberto Giannini, pues había muerto a fines de 2014, y ocurrió que alguien del público se paró y dijo: "Hay otro muerto, ¿por qué no habla de Juan Rivano?".

Arrastrar canastos

El número 111 de la calle San Diego, en Santiago, es un clásico de la literatura chilena. Allí está la librería del escritor Luis Rivano. Allí llegaba su hermano, Juan, cuando visitaba Chile. "Se entretenía mucho conversando con los clientes. Era un tipo muy agradable, muy receptivo a la gente", y le gustaba intrusear en los libros, cuenta Luis Rivano: "En una ocasión compré una biblioteca que pertenecía a un librero norteamericano y venía un libro muy extraño, no recuerdo cuál, que él había encargado en Francia, Inglaterra, en todas partes. Y resulta que este libro me llega aquí, a San Diego... Casi se volvió loco. Pero no me aceptó que se lo regalara: 'No', me dijo, '¿cómo se te ocurre?, este libro vale mínimo $200 mil'. Y me obligó a recibirle los $200 mil".

Juan Rivano pasó su infancia en Cauquenes; él y Luis son dos de trece hermanos que se repartieron en casas de familiares luego que su madre muriera. "Yo soy el menor", dice el librero. "Juanito era de los menores, habíamos tres o cuatro después de él". "La infancia yo la pasé creyendo que mis hermanos eran mis primos. De modo que la primera relación con Juanito, cuando yo era niño, y él era más adolescente, era de primo a primo. Después, cuando supe que era mi hermano, seguimos siendo siempre muy, muy cercanos". Lo fueron todos los hermanos, agrega, "todos querían mucho a Juan".

En una entrevista, Rivano -el filósofo- cuenta que ya de adolescente leía filosofía. Aunque antes de las ideas, lo primero fue trabajar: a los 19 años, dice, cuando "tendría que haber sido universitario", "todavía arrastraba canastos por las calles de Santiago". Pero también leía a Platón y, siguiendo los consejos de este, decidió estudiar primero matemáticas y luego filosofía, ambas carreras en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. A mediados de los 50 lo llamó el filósofo Jorge Millas: "Fui su alumno, ayudante, profesor auxiliar y después lo sucedí en la cátedra de Teoría del Conocimiento". Rivano fue nombrado profesor a fines de los 50 y, hasta su exoneración en los 70, estuvo a cargo, además de Teoría del Conocimiento, del curso de Lógica y de Introducción a la Filosofía. Edison Otero -filósofo y profesor de las universidades Diego Portales y del Desarrollo-, que fuera ayudante y colega de Rivano durante diez años, recuerda que fue él quien introdujo en el Departamento de Filosofía la tradición anglosajona: desde Hume a Russell, pasando por Berkeley y los idealistas británicos.

Además, en los muchos seminarios que dictó, algunos de ellos entre la universidad y su casa, comenzó a enseñar a Hegel y a Marx. Lo que era otra novedad en un sitio donde la atención la acaparaban los autores clásicos y, por el lado contemporáneo, la fenomenología y el existencialismo, con Martin Heidegger a la cabeza.

Quienes estudiaron con Rivano lo recuerdan como un profesor abierto a dialogar con sus alumnos. Sus cursos se llenaban, se lo veía caminar por los pastos del Pedagógico rodeado de alumnos. En su libro "Desde las palabras" (1981), su colega Humberto Giannini dice que "despertaba una admiración francamente inusitada entre los estudiantes; lo seguían no solo en su pensamiento sino también en su modo de vestir, de caminar; lo seguían en su estilo de hablar y discutir e, incluso, podía reconocerse a los discípulos de Rivano por las muletillas con que solía apoyar sus palabras igual que el maestro".

La filósofa Patricia Bonzi se relacionó con él, como alumna y ayudante, desde mediados de los 50 hasta principios de los 60. "Carismático yo no sé si es la palabra", dice, "él era muy buen profesor". Porque su argumentación era "perfecta", pero sobre todo porque hacía clases sobre las materias que él estaba aprendiendo: "Entonces era muy fresca la clase, se veían las preguntas, las dudas, los titubeos... Nos hacía pensar junto con él". Sin embargo, lo que más recuerda Bonzi son las "oncecitas" que compartieron casi a diario, por años. Ella vivía con su marido en Pío Nono y Rivano en Recoleta y, cuando venía del Pedagógico, "al parecer" él se bajaba en Plaza Italia y pasaba para compartir un "tecito" y "pancito" con mermelada. "Era una persona bastante sola en ese tiempo", dice.

Muy temprano -en libros como "Entre Hegel y Marx" (1962), "El punto de vista de la miseria" (1965) o "Contra sofistas" (1966) y, claro, en su actividad docente- Rivano desafío a sus colegas a dejar de lado la filosofía como lugar de resguardo del espíritu frente a la sociedad de masas. Quería una filosofía social: "los obreros están en huelga; las autoridades llaman a un fenomenólogo que hace la fenomenología de la huelga y... la huelga sigue como si nada".

Los años salvajes

Por eso no extraña que en 1966, cuando estalló el proceso de Reforma Universitaria en la U. de Chile, se pusiera del lado de quienes querían hacer de la universidad un "agente del cambio social". Sin embargo, según Edison Otero, nunca estuvo de acuerdo con ponerla al servicio de los partidos políticos. De hecho, dice, luego "participó activamente" en el frente que aglutinó a los opositores de la Unidad Popular, desde miristas (algunos de ellos discípulos de Rivano) y anarquistas hasta democratacristianos.

Rivano se desencantó con los resultados de la Reforma. Su visión crítica del proceso se plasmó en el "número negro" de la Revista de Filosofía, de 1969; el nombre viene del color que se eligió, con simbolismo, para su cubierta. En él, los rivanistas ajustaban cuentas con la Reforma -algunos hasta auguraban un futuro en el que la universidad, si es que existía, sería "un recinto en que solo queden inválidos"- e insistían en la necesidad de que la filosofía fuera política. Además, Rivano aprovechó el número para volver a tocarles la oreja a sus colegas más tradicionalistas. Hizo traducir y publicar una selección de los discursos que dio Heidegger mientras fue nazi. Por ejemplo: "Ya no gobernarán vuestra existencia la doctrina ni las 'ideas'. El Führer mismo, y sólo él, es la realidad actual y futura de Alemania, y su palabra es vuestra ley".

"Después del 68 la situación se hizo muy confusa", cuenta Patricia Bonzi. El 71 y 72 todo se volvió "muy caótico", agrega Otero: "Los rivanistas se enfrentaban incluso a golpes con la Brigada Ramona Parra y las Juventudes Comunistas". Muchos apuntaban a Rivano como inspirador de todo este desorden; el Departamento de Filosofía de la U. de Chile se quebró, y un grupo de profesores y estudiantes, liderados por Humberto Giannini, se fueron y crearon la Sede Norte del mismo. Tras el golpe de Estado, Rivano fue expulsado de la universidad. Pasó un año y medio preso en los centros de detención de Cuatro Álamos, Tres Álamos y Puchuncaví. En 1976 partió al exilio junto a su mujer y sus cuatro hijos. Primero a Israel, pues su esposa era judía, y luego a Suecia, donde se convirtió en profesor e investigador de la Universidad de Lund. Ciudad en la que están sus cenizas.

Lucidez e impotencia

Rivano no perdió el contacto con sus discípulos. Antonio Vargas recuerda: "Hablábamos de Chile, de política, de nuestra situación como profesores de filosofía, de los hijos". De su vida en Lund: "Tengo un casete que hizo en bicicleta, en el que me va contando los detalles de la ciudad". Tampoco dejó de investigar, por eso cuando pudo visitar Chile, desde los 90, llegaba con manuscritos que se convirtieron en libros como "La vertebración de la filosofía" (1994), "Los dichos en el habla chilena" (2002) y "Sobre el vínculo cultural" (2014).

Durante la UP Rivano se alejó del marxismo y comenzó a reflexionar sobre la tecnología: "Se asesina a Trotsky, se pacta con Hitler, con Roosevelt, se asesina a los polacos, se transa Yugoslavia, se entra en Hungría y Checoslovaquia (...), todo esto y mucho más", escribió, "en nombre de la metafísica definitiva, la praxis, la lucha final, y (no podía faltar) la Historia". Según dice Otero en su artículo "Al rescate de Juan Rivano", su maestro transitó hacia "un depurado realismo y a un desencanto sin disimulos". Ahora, sentado en una cafetería de Las Condes, junto con acusar que hay "un manto de silencio" sobre Rivano, agrega que se volvió un ejemplo del intelectual con "lucidez e impotencia". Dejó de confiar en la "capacidad transformadora del pensamiento" más allá de un ámbito estrecho. Lo que se expresa en su interés por pensadores como Diógenes, Montaigne y Maquiavelo.

En una entrevista que dio a este diario en 1993, Juan Rivano, el mismo hombre que pensaba que la filosofía no valía nada mientras hubiera un niño mendigando, dijo: "Cuando la catedral se viene al suelo, tengo a Diógenes para apoyarme. Cuando voy a dar a la cárcel, también tengo a Diógenes".

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