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ENSAYO Buscando al autor tras el personaje:

El rescate de Miguel de Cervantes

domingo, 17 de abril de 2016

Hoy escribe Jorge Edwards. Premio Cervantes
Cervantes 400 años
El Mercurio

La creación de don Quijote y Sancho Panza ha sido tan fuerte, de vida tan larga y sólida, que ha proyectado una niebla sobre la figura de su creador. Cervantes, el escritor, ocultado por el éxito inmediato, empieza a reaparecer en forma gradual en los sucesivos trabajos biográficos solo a partir del siglo XVIII, con un hito importante en Unamuno y Azorín a fines del XIX, y en Américo Castro en el XX.



Miguel de Cervantes ha tenido menos existencia en la crítica, en los comentarios, en el ensayo, que sus dos creaciones mayores, el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza. La creación ha sido tan fuerte, de vida tan larga y tan sólida, que ha proyectado una sombra, una niebla, sobre la figura de su creador. En las primeras etapas, en las numerosas ediciones de los siglos XVII y XVIII, fue un fenómeno natural, no deliberado. Se habló a menudo de lo quijotesco y muy pocas veces de lo cervantino. Se escribieron biografías de Cervantes, la mayoría de las veces por encargo de los editores, para prologar las ediciones mayores, pero no fueron trabajos separados, autónomos, elaborados en profundidad. Alguien tenía que haber escrito el libro, y alguien tenía que encargarse de explicar quién había sido el autor.

Uno de estos primeros biógrafos preliminares de Cervantes fue el ilustrado valenciano del siglo XVIII Gregorio Mayans y Ciscar. Lo hizo por encargo de un aristócrata inglés, para una edición monumental del Quijote en español, en cuatro tomos, preparada desde Inglaterra a comienzos de ese siglo. No entro en detalles; no tengo la menor pretensión de incorporarme a la especie humana escogida, restringida, sin duda admirable, de los cervantistas. Soy un lector desordenado, un simple aficionado, pero tiendo a pensar que la afición suelta, libre, algo deshilvanada, tiene ventajas. Los árboles, a menudo, impiden ver el bosque, y el cervantismo es una selva tupida, llena de gruesas enredaderas, de pantanos, de senderos que se bifurcan en formas imprevisibles. El señor de Mayans y Ciscar se equivocó en más de algún detalle, pero su texto es amable, ágil, ameno, y sus interpretaciones de la obra de Cervantes son siempre sensibles, intuitivas. En otras palabras, Cervantes, el escritor, ocultado por el éxito inmediato, sorprendente, de sus dos grandes personajes -don Quijote y Sancho Panza-, empieza a reaparecer en forma gradual en los sucesivos trabajos de Mayans, de Navarrete, de Astrana Marín, de muchos otros. Los escritores de la generación española del 98 -Miguel de Unamuno y Azorín, en primera línea- hacen un juego intelectual ingenioso, sugerente, perfectamente arbitrario. Son pirandellianos antes de Pirandello, o cerca de Pirandello: inventan a un Quijote y Sancho en busca de autor. En "Niebla", publicada por primera vez en Madrid en 1914, el personaje de la novela, Augusto Pérez, ante las dudas de su autor, Miguel de Unamuno, acerca de su existencia, contesta:

"-... no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una, sino varias veces, ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?".

Por ese camino llegamos a la noción de un creador creado por sus creaciones. O a la de un Dios unamuniano proyectado, imaginado, construido por sus criaturas. La existencia antes de la esencia: seres contingentes que de alguna manera provocan o exigen el ser necesario.

Tengo la impresión de que los cervantistas modernos trabajaron en la recuperación de un Miguel de Cervantes de carne y hueso, en el rescate del personaje "más versado en desdichas que en versos", como sostiene el barbero en el capítulo del escrutinio de los libros. Cervantistas modernos, hombres de reflexión, de cultura clásica, de notable talento literario: Américo Castro, sobre todo en "El pensamiento de Cervantes"; Martín de Riquer en "Para leer a Cervantes", algunos ingleses y norteamericanos. El Cervantes de don Américo es una mente crítica, un moderno, un irónico, admirador de Erasmo de Rotterdam, partidario del libre examen. Un apasionado de la lectura, en aquella época, tenía que moverse a gusto en el universo intelectual de Erasmo, de Michel de Montaigne, de Maquiavelo, quizá de William Shakespeare. "Yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles", confiesa Cervantes. Y el capítulo VI de la primera parte del Quijote, el del escrutinio de sus libros practicado por el barbero del pueblo, el cura, el ama y la sobrina, es un inventario irónico, sátira de los espíritus de inquisición y de censura de su tiempo. La pasión de la lectura, su evidente exceso, llevaron al hidalgo a creerse personaje de sus libros: "Leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio". El hidalgo, el de la Triste Figura, es un precursor: he conocido en la vida y he compadecido a más de un enfermo de la lectura y la escritura. Es probable que la especie entera de los escritores, de los "letraheridos", como suele decirse en España, majadera, patética, entrañable, a veces admirable, no sea más que eso.

¿Y los poetas? ¿Adolecen los poetas de una enfermedad diferente? En la tradición clásica, los poetas son seres inspirados, locos de una categoría superior. Platón aconsejaba escucharlos, premiarlos con ungüentos, con coronas de laureles, y a la mañana siguiente expulsarlos de los muros de la República. Nosotros, mezquinos, ingenuos, les damos premios escasos y a veces los escuchamos más de la cuenta. Cervantes comprendía a fondo la delicadeza, la belleza armónica, el espíritu superior de la gran poesía. Y sufría de sentirse un poeta sólo mediano, de no alcanzar las grandes cumbres líricas. A pesar de que existen momentos en que la poesía de Cervantes consigue niveles mayores. Pero la autocrítica del personaje no fallaba nunca: no era un egotista desorbitado. Cuando se habla de "La Galatea" en el capítulo del escrutinio, el cura dice: "Su libro tiene algo de buena invención: propone algo y no concluye nada...". Nadie ahora, que yo sepa, es capaz de hablarnos de ese modo, con esa distancia, con esa sonrisa discreta, de su propia obra.

Al contrario de lo que pensaba o pretendía pensar Unamuno, Cervantes tenía una fuerza permanente, una presencia firme y a la vez moderada, incluso burlona, un dominio completo de sus personajes y sus situaciones, permitida por una asombrosa maestría verbal, por una libertad de escritura pocas veces vista. Su probable equivalente europeo fue el verso de las grandes tiradas de Shakespeare: el de Hamlet, el de Macbeth: "And all our yesterdays have lighted fools / the way to dusty death...".

La ficción de Cervantes deja caer fragmentos dispersos, heterogéneos, orientadores y desorientadores, de autobiografía. Los cervantistas tienen abundante material para ejercitarse y a menudo para equivocarse. En episodios cruciales de su vida, Cervantes nos demostraba su temple verdadero, único. El día de la batalla de Lepanto está encerrado en su camarote, con fiebre alta. En una información solicitada por su padre en 1578, cuando Miguel estaba cautivo en Argel, cuatro testigos cercanos prestaron declaración sobre su conducta durante la batalla. Como el gran novelista estaba enfermo, don Diego de Urbina, el capitán de su galera, la Marquesa, le pidió que bajara debajo de la cubierta porque "no estaba para pelear". Los dos principales testigos, los alféreces Mateo de Santisteban y Gabriel de Castañeda, citaron la respuesta enojada del escritor. Quería que lo pusieran en un lugar de peligro, para combatir en defensa de su Dios y su Rey, y recibió en un esquife de asalto un arcabuzazo en el pecho y otro en la mano izquierda. Don Juan de Austria y su jefe inmediato, don Diego de Urbina, le dieron cartas de recomendación para su regreso a España, y eso determinó que durante su cautiverio en Argel las autoridades argelinas exigieran un rescate demasiado alto. Fue liberado gracias a los esfuerzos de su familia y a la gestión y el dinero reunido por dos padres trinitarios que llegaron hasta Argel. De ahí su deseo de ser enterrado en la iglesia de los trinitarios, que no quedaba lejos de su casa de Madrid.

Miguel de Cervantes era un hombre agradecido, consecuente, de sentimientos nobles. Fue víctima de resentimientos, pullas, acusaciones mezquinas de muchos de sus contemporáneos, y entre ellos de Lope de Vega, "Fénix de los Ingenios", escritor talentoso, pero vanidoso, mal intencionado. En una reunión literaria de sus años finales en Madrid, Cervantes tuvo el gesto de prestarle sus anteojos de lectura a Lope, quien se había olvidado de llevar los suyos. Lope comentó más tarde que las gafas de Cervantes eran como "huevos mal estrellados". Lope, que a veces era gran poeta, era también uno de esos personajes de mala uva, de espíritu amargo, que suelen aparecer en todas partes, incluso en nuestras tierras lejanas.

El Prólogo del "Persiles y Sigismunda" es una de las despedidas más conmovedoras de la literatura de nuestra lengua. El autor describe un encuentro con jóvenes amigos y admirativos lectores en los últimos días de su vida. "Adiós, gracias, escribe; adiós, donaires; adiós regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!". Era un hombre amistoso, alegre, profundamente humano, a pesar de su vida siempre difícil. El Quijote es un libro de enorme delicadeza, de humor finísimo, de maravillosa fantasía. Creo que las especulaciones unamunianas, pirandellianas, aunque ingeniosas, son perfectamente injustas.

El Quijote es un libro de enorme delicadeza, de humor finísimo, de maravillosa fantasía.

'' El Cervantes de don Américo Castro es una mente crítica, un moderno, un irónico, admirador de Erasmo de Rotterdam, partidario del libre examen...".

'' Los escritores de la generación española del 98 hacen un juego intelectual ingenioso, sugerente, perfectamente arbitrario. Son pirandellianos antes de Pirandello, o cerca de Pirandello".

'' Uno de (los) primeros biógrafos preliminares de Cervantes fue el ilustrado valenciano del siglo XVIII Gregorio Mayans y Ciscar. Lo hizo por encargo de un aristócrata inglés...".

'' Al contrario de lo que pensaba o pretendía pensar Unamuno, Cervantes tenía una fuerza permanente, una presencia firme y a la vez moderada, incluso burlona, un dominio completo de sus personajes...".

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