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La ruta circular de Chiloé

domingo, 14 de febrero de 2016

Texto y fotos: Sebastián Montalva Wainer, desde el archipiélago de Chiloé.
Domingo
El Mercurio

Lejos de las grandes ciudades y de los turistas, que por estos días repletan la Isla Grande, decidimos salir de Castro para explorar -en auto, en lancha, en taxi y en bus- las otras islas del archipiélago. Un viaje que en cierta forma emula las históricas misiones circulares de los jesuitas y que nos llevó hacia sitios como Quinchao, Quehui, Chelín y Lemuy, donde aún se respira el Chiloé más auténtico y rural.



Hace tiempo que no se muere nadie en Peldehue. O al menos eso parece, a juzgar por los candados que cierran a rajatabla la capilla de madera de este sector rural en la isla de Quehui, a tres horas de recorrido en lancha desde Castro, en Chiloé.

"Estas capillas abren solo para los funerales", explica Carlos Subiabre, nacido y criado en Quehui, pescador de erizos y alguero, tras saltar una reja de alambre púa y caminar con el pasto hasta las rodillas hasta una de las tres iglesias que hay en esta isla de verdes colinas, donde no viven más de 900 personas. "Cuando se muere alguien hay que llamar a un cura de Castro para que haga la misa. Viene y la hace cortita. El catolicismo ya no es lo de antes", dice. 

Es una tranquila mañana de febrero -tan tranquila como solo puede ser aquí: lo único que se escucha es el canto de pajaritos- y vamos con Carlos Subiabre recorriendo Quehui en su destartalada camioneta roja doble tracción, con el parabrisas quebrado de punta a punta, pero que -asegura- nunca lo ha dejado tirado. La idea ha sido salir desde el sector de Los Angeles -el "centro" de Quehui- hasta Peldehue, en la parte occidental de la isla, para luego proseguir, entre la polvareda, hacia el humedal del estero Pindo y la colina de San Miguel, donde se tiene una linda vista de la curiosa forma de "u" de Quehui.

Todo como parte de un viaje que el otro pasajero que va en esta camioneta, Patricio Alarcón, fundador de Turismo Quehui -la única agencia turística de la isla- ha bautizado como "Ruta circular", es decir, un recorrido de dos días en 360 grados desde Castro hacia las islas de Quinchao, Quehui, Chelín y Lemuy, cruce a Chonchi y regreso a Castro, que de cierta manera emula las históricas misiones circulares de los jesuitas cuando se lanzaron a evangelizar Chiloé, a comienzos del siglo XVII.

Por eso, las iglesias y capillas de cada sector son parte fundamental de este viaje.  Y muchas veces, el único atractivo "convencional" que se puede ver en sitios como este, Peldehue, donde salvo por nosotros y por una familia que hoy vino a terminar de construir una tumba en el cementerio local -caracterizado por unas pequeñas casitas de tejuela y latón junto a las lápidas-, no circula prácticamente nadie.

"Para mí, Quehui está injustamente olvidado", dirá más tarde la señora Marta Díaz, dueña del Hospedaje y Restaurante Señora Marta, el otro emprendimiento turístico de la isla. "Antes había más trabajo. Estaban los salmones, hubo un criadero de ostras, yo trabajaba en la oficina de correos, que cerraron durante el gobierno de Lagos. Mis hijos ya se fueron, como la mayoría de los jóvenes, que se van de las islas y no vuelven más. Por eso, para mí el turismo es hoy una oportunidad".

Patricio Alarcón, que también es de Quehui y apostó por quedarse aquí, cree lo mismo. "La idea es que esto mueva al campesino que cultiva papas, al ganadero que tiene corderos, al que tiene caballos para paseos, al lanchero que transporta pasajeros. Que si a mí me va bien, ellos también sientan los beneficios", dice convencido justo antes de volver a subirse a la destartalada camioneta de Carlos Subiabre mientras dejamos atrás la pequeña capilla de Peldehue, la misma que alguna vez fue un lugar de devoción y esplendor, pero que hoy no es más que un recuerdo de madera que se resiste a caer.

El viaje original

La historia dice que Melchor Venegas y Juan Bautista Ferrufino, los primeros jesuitas que llegaron a Chiloé, se establecieron en 1608 en Chequián, el extremo sur de la isla de Quinchao, la tercera más grande del archipiélago, con 160 kilómetros cuadrados de superficie, que hoy es alcanzable fácilmente en transbordador desde Dalcahue.

Entonces comenzaron su trabajo de evangelización: en 1612 fundaron la primera iglesia de Castro y luego, con la llegada de más misioneros, fueron levantando otras en Quinchao, Chonchi y Cailín. Año tras año, durante ocho meses, los sacerdotes se lanzaban a recorrer los canales en frágiles canoas de madera, ayudados por remeros chilotes, con el objetivo de llegar a los puntos más remotos del archipiélago. Partían al comienzo de la primavera, a mediados de septiembre, y volvían en mayo del año siguiente, en una travesía que realizaban contra viento, lluvia, truenos y marea, y que repetían sagradamente y en forma matemática todos los años. De esta forma de viajar viene el nombre "misiones circulares".

"Este monumento recuerda a los jesuitas que llegaron a Chequián", dice Patricio Alarcón, mostrando un monolito con una cruz de madera que está en dicho sector de la isla. El viaje hasta aquí ha sido así: salimos a mediodía en auto de Castro, viajamos hacia Dalcahue, sacamos la foto de rigor a su iglesia -que hoy luce como nueva: fue restaurada en septiembre del año pasado-, engullimos una empanada de manzana en una de sus clásicas cocinerías y luego nos subimos al transbordador, que en cinco minutos nos dejó en la isla de Quinchao.

Llegar allí, en especial viniendo desde Castro, es un alivio. Por estos días, las calles en la capital de Chiloé -que este mes celebra 449 años de vida y se prepara esta semana para su tradicional y masiva fiesta costumbrista- están repletas de autos, y como son chicas, cerca de la plaza se vuelven intransitables. Por eso, una vez en Quinchao, subiendo y bajando por sus colinas, todo resulta expedito. Sin tanto comercio, sin farmacias, sin mall, el paisaje cambia rápidamente de lo urbano a lo rural.

Entramos a Curaco de Vélez, con su pequeña iglesia verde, sus casonas históricas en las calles Galvarino Riveros y Errázuriz -donde están quizás los mejores ejemplos de arquitectura chilota que subsisten en el archipiélago- y su feria artesanal, con productos ciento por ciento locales, como dice María Cárdenas, una de las veintiuna artesanas que vende sus tejidos aquí cada verano.

 "Todo lo que ve está hecho por nuestras manos, nada revendido ni traído de otro lugar", asegura. "Yo aprendí a tejer de chica. A los 10 años ya tejía frazadas y choapinos con mi mamá. Uno antes aprendía con los papás y los abuelos. Nos sacaban la mugre trabajando. Hoy no es así: los niños estudian y están todo el tiempo fuera de la casa. No saben nada de agricultura, ni de tejidos".

Tras pasar Curaco de Vélez, las próximas escalas son Achao, antiguo puerto alercero -hasta aquí llegaban la mayoría los alerces que se cortaban en Chaitén y alrededores-, hoy convertido en un pintoresco y ordenado balneario costero y donde está la iglesia más antigua que subsiste en Chiloé: data de 1740; y el pueblo de Quinchao, cuyo mayor hito, por cierto, también es religioso: su iglesia es la más grande del archipiélago, con 1.022 metros cuadrados de superficie, 52 metros de largo y 18 de ancho. Una estructura monumental que no se condice con lo pequeño del pueblo, aunque la señora María, la encargada de las llaves, que también vende kuchenes a la entrada del templo, diga lo contrario: "Ahora puede que esté vacía, pero para el 8 de diciembre (cuando se celebra la fiesta de la Virgen de la Inmaculada Concepción) se repleta. Ahí es cuando sobra gente y falta iglesia".

Y entonces llegamos a Chequián, donde está el monumento a los primeros jesuitas. Como el viaje está organizado desde antes, una lancha nos viene a buscar para llevarnos a Quehui (de lo contrario, no podríamos irnos desde aquí). Pero a última hora hay cambio de planes: por el viento que se acaba de levantar, el lanchero avisa por celular que nos recogerá en el sector de Coñao, un par de kilómetros más atrás. Hacia allá vamos. Casi una hora después, sorteando el vaivén de las olas, pero seguros por la estructura de la "Bahía Fátima", la lancha a motor que nos lleva -a fin de cuentas, los tiempos han cambiado, y no somos sacerdotes navegando en canoas a remo-, ponemos finalmente los pies en Quehui, la isla de Patricio Alarcón.

En su casa, su madre nos espera al más puro estilo chilote: de su cocina a leña sale un suculento cordero trozado con papas nativas, tomates y pepinos cultivados en su propia huerta, y pan recién amasado, que despachamos como Dios manda, sin pausas ni contemplaciones.

Hágase la luz

Quehui está fuera del circuito más típico de las islas chilotas. Desde Castro o Dalcahue, lo común es ir solo a Quinchao, porque está muy cerca, o tomar los tours que navegan desde Tenaún a Mechuque, una isla de postal, pues tiene palafitos y se organizan curantos al hoyo, todo diseñado para turistas.

Por lo mismo, Quehui es un grato descubrimiento en este recorrido, sobre todo si lo que uno busca es un lugar simple y quitado de bulla. La luz eléctrica llegó recién hace seis meses. Antes, aquí se usaba un generador que daba cuatro horas de luz al día. Así, era difícil conservar las cosas refrigeradas. Casi nadie veía tele. Los niños muchas veces tenían que estudiar con vela.

"Lo bueno es que la cuenta me bajó: yo tenía generador propio y gastaba como 80 mil pesos mensuales. Ahora pago 18", dice Carlos Subiabre, el de la camioneta, conversando sobre los problemas que aún aquejan a la isla. Como el tema de la basura, que incluso motivó un reciente reportaje-denuncia de Canal 13, que todos los lugareños comentan. Hace una semana, después de un mes de espera, finalmente llegó la lancha municipal de Castro a recoger los contenedores que ellos mismos habían traído para la llamada Fiesta del Cordero, a la que vino mucha gente... que dejó kilos de basura. En Quehui ya no sabían qué hacer, porque no todo se puede quemar o enterrarse.  Y el hedor ya se estaba poniendo peligroso.

A quince minutos en lancha de Quehui está una isla aún más pequeña: Chelín, con alrededor de 300 habitantes. Si hubiera kayaks en Quehui, sería genial irse remando, pues la bahía suele estar calma. Pero todavía no hay. En Chelín, como en todas estas islas, la gente se dedica o a cultivar choritos o a extraer algas. Los más viejos, a la agricultura. Unos pocos, al turismo, como la señora Lidia Godoy y su marido Tirso Vera, que van a cumplir dos años preparando curantos al hoyo en sus dos fogones que tienen para turistas. Uno se llama El Trauco. "En el verano viene un catamarán con turistas los martes, jueves, viernes y domingo. Hay bastante movimiento. Claro que lo hacemos de 30 personas para arriba, si no se sale para atrás. ¿Los mariscos? Se compran o los saca el Lucho, que es buzo, que vive allí en la casa blanca".

Comer curanto, caminar por la playa de piedras y ver su iglesia blanca y celeste -que acaba de ser restaurada y tiene, entre sus detalles, un precioso armonio recuperado por un músico chilote local- es lo que se hace en Chelín. También se puede mirar el mar.

Cerrando el círculo

Durante todo el recorrido, Patricio Alarcón ha ido diciendo cuantos grados del círculo imaginario que traza esta ruta llevamos recorrido. Cuando llegamos al sector de Puchilco, en la isla de Lemuy, tras navegar 15 minutos desde Chelín, Patricio anuncia, moviendo los piernas como un compás, que esta es la última parte. "Ya estamos completando los 360 grados", dice con emoción.

Lemuy es mucho más grande que Quehui y que Chelín. Tiene una ondulada carretera principal que la recorre por completo, muchos caminos interiores donde meterse, y una serie de localidades "con su iglesia, su placita, su negocito", como dice Luis Santana, el taxista que nos lleva desde Puchilco hasta Chulchuy, donde tomaremos el transbordador hacia Chonchi, ya volviendo a la Isla Grande. Hace casi tres años que hay taxis en Lemuy, lo que habla de que la isla se está moviendo. "Nos ha ido bien, aunque de repente hay muchos piratas", reclama Luis, que es uno de los cinco oficiales.

En Quehui mismo, la señora Marta Díaz, del Hospedaje y Restaurante Señora Marta, había alabado a Lemuy, porque estaba bien organizado turísticamente, con miradores, señalética. Este verano, la noticia en Lemuy ha sido la inauguración del Parque Hueñoco, a siete kilómetros del embarcadero de Chulchuy, que tiene módulos de artesanía, gastronomía y un jardín de variedades de papas nativas, todo atendido por los agricultores de la Agrupación Delicias de Lemuy. Es decir, una nueva "atracción" para ver en Lemuy, aparte de sus iglesias, como la de Aldachildo, otra de las 16 que son Patrimonio de la Humanidad y una de las más lindas de este recorrido, sobre todo por su ubicación, a pasos del mar.

El transbordador nos espera en Chulchuy. Subimos. El cielo azul, sin nubes, hace resaltar la belleza del canal Yal, con las colinas de Lemuy tapizadas de verde. Y así llegamos a la turística Chonchi, casi cerrando los 360 grados. En unos minutos volveremos a Castro. Ya habremos completado nuestro recorrido. Nuestra propia y confortable "misión" circular.

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