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Libro reciente Grandes correspondencias amorosas del siglo XX

Monólogos de fantasmas

domingo, 07 de febrero de 2016

Mario Valdovinos
Revista de Libros
El Mercurio

En ninguno de los epistolarios examinados en esta compilación de Armando Roa aparecen las respuestas de sus inspiradoras. Son monólogos de fantasmas destinados a desaparecidas. El corolario es una interrogante: ¿escribe las más hondas cartas de amor el más enamorado?



Se escriben cartas cuando el amado(a), el objeto de deseo, las suscita porque no está próximo o porque se pretende establecer un puente levadizo, de papel y palabras, para retenerlo o para decirle adiós. ¿Son las cartas la marginalidad de la literatura? ¿El residuo de Eros? Es lo que intentan responder cinco ensayos sobre intensos epistolarios, a propósito de un ciclo de conferencias relativas a correspondencias amorosas realizado en la Universidad del Desarrollo. Cada una de ellas acotada en un tiempo y en un espacio problemáticos; todas asediadas por los espectros del desamor, la culpa, las barreras, y sin excepción mediatizadas por un lenguaje literario, estetizado, que desea expresar la profundidad de lo vivido.

El ensayo inaugural, "Cartas de Kafka a Milena Jesenská", de Roberto Aedo, despliega las imposibilidades del encuentro. Él, inhabilitado por autodecreto para la vida conyugal; ella, casada. La única autoridad que soportaba Kakfa era la de la literatura. La sombra del padre lo atormentó como símbolo de todo poder: el que aparece en el trabajo, en la familia, en la vida social. Una relación amorosa podía adquirir fuerza y subyugarlo. La carta era el medio -y el miedo- para establecer lazos verbales. Más que vivir las relaciones, era imperativo metamorfosearlas en literatura, como lo hizo consigo mismo, con sus padres, con sus parejas, con su enfermedad, con sus hermanas y con Praga.

En las "Cartas de Fernando Pessoa a Ophélia Queiroz", el lector comprueba que toda relación tiene un entorno. Rodrigo Bobadilla, autor del ensayo, describe con detalles la Lisboa de los años treinta, ciudad fundadora de la saudade, debido al esplendor de un imperio ruinoso. "Miré los muros de la patria mía", dice el soneto de Quevedo. Comienza la caída de lo que fue áureo, surge la nostalgia. Allí, en Lisboa, un pobre y espléndido poeta, literalmente, se inventa una relación cuya reciprocidad es dudosa. Él es mayor y feo, con destino perdulario; ella, mecanógrafa de la oficina donde ambos trabajan. La tesis es: más que vivir la vida, Pessoa la escribió, dibujándose máscaras que, cuando quiso retirarlas, estaban adheridas a su rostro: los heterónimos, de los que se rodeó como de una familia para combatir la soledad. El estudio de Bobadilla convoca a una sombra, sentada a la mesa de un café lisboense, bebiendo una copa de oporto, mientras le escribe a su hamletiana novia, de papel.

"Cartas de Pasternak a Renata Schweitzer", poeta y traductora alemana. Son los años postestalinianos, pasó el gran terror, pero no la delación y la sospecha. La persecución sigue siendo un delirio. El escritor es un disidente, mayor, enfermo. Ella, una arrebatada lectora de su obra, que llega tarde a la vida del poeta, como ocurre a menudo. El idilio imposible funda "una guarida epistolar", que los preserva a ambos de las hostilidades del contexto. La lectura del ensayo lleva a una reflexión del autor, el poeta Armando Roa: Se escriben cartas, como un imperativo, cuando ya no es posible hablar ni callar.

"Cartas de Henry Miller a Anaïs Nin", de Edison Otero. El escritor de novelas eróticas Henry Miller, autoexiliado en Francia, era un transgresor que abogaba por la liberación sexual en un París represivo, previo a la Segunda Guerra. Se cruzó con una autora que intentaba lo mismo. Anaïs era hombreriega. Se enamoraron de ella Miller y June, su esposa. Acudió al siquiatra Otto Rank, quien también cayó bajo el influjo de la escritora. El texto de Otero es la transcripción de una brillante conferencia. Lo que importa, a fin de cuentas, son las cartas por sobre la intimidad que, desbordada en su momento, frente al papel se evoca. Acallada la pasión devoradora, queda otro reguero de fuego: las cartas.

"Correspondencia entre Heidegger y Hannah Arendt", de Gabriela Gateño. Todo los separaba y todas las condiciones de la tragedia estaban dadas: el filósofo era su profesor, nazi y casado: Hannah, su alumna, menor, judía. El ensayo de Gabriela Gateño es más intuitivo que explicativo; más impresionista que analítico, como el material que examina. Sutil como escribir una carta destinada a quemarla o a no ser enviada. Una carta a la que pasarle los dedos sobre la tinta dibujada, hasta que solo queden manchas y significados indescifrables.

En ninguno de los epistolarios aparecen las respuestas de sus inspiradoras. Son monólogos de fantasmas destinados a desaparecidas. El corolario del volumen es una interrogante: ¿escribe las más hondas cartas de amor el más enamorado? Al parecer no. Ese tiembla y enmudece.

Kafka menciona en una de sus innumerables cartas que los seres amarrados por ellas están condenados a perderse, pues el material de que están hechas es el predilecto de los fantasmas que las acechan cuando van en camino a sus destinatarios y las devoran.

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