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Luis Eduardo Covarrubias

Un caballero de la moda chilena

martes, 27 de octubre de 2015

Por Juan Luis Salinas T. FOTOS CARLA DANNEMANN.
Entrevista
El Mercurio

Lleva más de cuatro décadas vistiendo a las mujeres más elegantes de Chile, pero reconoce que no le gusta hablar de moda, de tendencias y colores. Con su etiqueta Wales y sus legendarios vestidos de novia, Luis Eduardo Covarrubias, se reconoce uno de los últimos clásicos de la moda chilena. Aquí, este diseñador que nunca aprendió costura y rehúye de las entrevistas, revisa su historia.



-¿Qué estará de moda este verano?

-¿Me preguntas por algún color, alguna prenda?... No entiendo.

-Le estoy consultando por las tendencias de la moda.

-¿Tendencias?... no me interesan las tendencias. No me gusta hablar de lo que se usa y tener esas preocupaciones; no es mi estilo.

-¿Y cuál es su estilo?

-Me gusta lo clásico. Yo soy un hombre clásico. Y a la gente como yo no le interesa la moda que dura una temporada. Ni los colores de moda, ni el largo de las faldas. No me gusta la moda al callo, no me parece elegante.

-Es extraño escuchar a un diseñador de moda que no esté preocupado de la novedad.

-Así soy yo. Así he subsistido durante todos los años que llevo haciendo moda.

Lunes. Vitacura. Calle Alonso de Monroy. Mediodía. En una casa estilo inglés, Luis Eduardo Covarrubias está vestido de negro -suéter y pantalón de cashmere, zapatos relucientes-, se pasa la mano por su pelo entrecano y fuma uno de los diez cigarros que asegura consume a diario. Está sentado en el salón de recepción de "Wales", el taller de modas que inició hace más de cuatro décadas. Ya es mediodía y en el lugar reina la calma. En el segundo piso,  su equipo de costura trabaja en los diseños de primavera. A las dos de la tarde tiene una prueba con una novia y después con una madrina.

-Me gusta darles todo el tiempo del mundo. Escuchar lo que quieren, lo que piensan. Por eso después todas las mujeres a las que he vestido vuelven, por eso ahora atiendo a sus hijas y a sus nietas.

En la entrada de esta sala hay tres percheros. Están atiborrados de diseños de noche. También hay varios vestidos de novia listos para entregar. En unas mesitas, cerca de unos sillones, hay varias revistas de moda.

-Las miro muy poco. Me aburren -dice con sinceridad y sin culpa.

Su socio, Ricardo Lavín, con quien se unió comercialmente hace 18 años, lo ratifica:

-Al Pollo le aburren. Yo soy el que las compra.

Luis Eduardo Covarrubias Ovalle es conocido en el mundo de la moda nacional simplemente como el Pollo Covarrubias. Así lo llaman sus clientas y amigas y todos los que transitan por su taller. Desde su socio comercial, el diseñador Ricardo Lavín, hasta las seis costureras de su taller. Con ese nombre lo presentan en los cada vez más escasos desfiles de moda en los que participa.

El apodo es una herencia familiar que lo ha perseguido por el tiempo y que ahora, a sus 75 años, lleva con orgullo. Se lo puso "una mamá" porque era el menor de cinco hermanos, muy blanco y tenía el pelo amarillo ("decían que parecía un pollito"). Pollo lo siguieron llamando sus compañeros del colegio The Grange y luego el apodo lo replicaron los compañeros que conoció durante el semestre en que estudió ingeniería comercial en la Universidad Católica.

-Yo quería estudiar arquitectura, pero mi padre insistió con que probara con ingeniería comercial. Di un buen bachillerato y entré, pero yo sabía que no era mi camino. Las matemáticas, las fórmulas, los logaritmos, siempre me costaron. Voy a contar un secreto: cuando iba a las pruebas, que se hacían frente a un profesor, individualmente, en una sala de la casa central de Universidad Católica que daba a la calle, mis compañeros me dibujaban las fórmulas con tiza en la vereda para que yo las copiara. Por eso dejé esa carrera. Uno sabe para lo que es bueno.

La ropa no fue su primer interés. Antes estuvieron la decoración y los muebles. A mediados de los 60, después de su fugaz paso por la universidad y de trabajar durante unos años en la editorial Zig-Zag ("hice de todo, desde planillas de pago hasta pertenecer al departamento de diagramación de las revistas Eva y Ecran"), Luis Eduardo Covarrubias abrió una tienda de muebles y decoración en Apoquindo con Enrique Foster.


-Ese fue su primer emprendimiento. Eran muebles que diseñaba yo mismo y mandaba a hacer con un grupo de maestros. Inicié ese negocio porque era lo que me gustaba; un día cuando todavía trabajaba en Zig-Zag encontré un local comercial que arrendaban, pedí un préstamo al banco y me instalé con la mueblería.

Ahora, tal como repetirá tres veces a lo largo de la conversación, dice: "yo entonces no sabía ni sé nada de diseño, pero siempre he tenido muy buen gusto. Buen ojo".

La mueblería era un local pequeño, con un letrero que decía "Luis Eduardo Covarrubias", y una campanita en la puerta de entrada. Lo primero que puso a la venta fue un conjunto de living: sofá, mesa de centro, unas lámparas, algunos grabados. Decoró todo como si él estuviera viviendo ahí mismo y se sentó a esperar. Y tuvo suerte:

-Al poquito rato sonó la campanita y entró un caballero, que para mi sorpresa era un francés, que estaba en Chile por esos trabajos esporádicos de dos años y venía sin nada. Me dijo: "Necesito armar mi casa, porque no tengo nada y me gustan las cosas que veo". Y se llevó todo lo que tenía y encargó otras cosas.

En el negocio de los muebles y la decoración estuvo por casi cinco años. Funcionó bien, tuvo clientela exclusiva. Vendía todo lo que fabricaba con sus maestros.

-Pero llegó la Unidad Popular, vino la crisis de materiales y me fue imposible continuar. No había donde conseguir un clavo o madera. Y ante esa situación pensé en hacer algo con la moda, que era otra cosa que me interesaba.

-¿Por qué cambiarse a la moda si también entonces era difícil encontrar materiales?

-Porque necesitaba trabajar en algo y era la otra cosa que me gustaba.

-¿Pero usted sabía de costura?

-Nada. No tengo idea tampoco. No coso ni un botón. No sé dibujar bien. Nada.

-¿Nada?

-Bueno sé bordar en punto cruz. Lo aprendí de mi madre, Ana Ovalle de Covarrubias, que era muy buenamoza, muy elegante, muy bien vestida. Yo creo que de ella heredé el ojo para la costura, para saber cuando algo funciona y se ve bien.

Más allá de su gusto por la costura y la moda, dice que el complejo escenario social y económico de la época también lo impulsaron hacia la moda. Necesitaba hacer algo rentable.

-Con la reforma agraria, a mi padre, un gran agricultor, de familia de hombres de campo de toda la vida, le expropiaron los terrenos en Purranque. Mi hermana que con su marido y sus seis hijos estaban a cargo de esos terrenos quedaron con los brazos cruzados. Entonces, se me ocurrió abrir un taller de moda con ella. Yo me encargaba de la ropa, de arreglármelas con las costureras y los sastres; ella, de atender y estar en la tienda.

Despuntaba 1972. Un poco antes Luis Eduardo había pensado partir con una tienda solo de ropa de hombre -sastrería, camisas, complementos-, pero, cuando decidió asociarse con su hermana, amplió sus colecciones al vestuario femenino. Lo que nunca cambió fue el concepto de moda que quería hacer: ropa sencilla, cosas para todos los días, pero elegantes y con buenos materiales.

-Moda clásica. Fina. Elegante -dice mientras enciende otro cigarro.

-¿Qué abarca eso?

-Ropa simple, pero bien hecha. Trajes dos piezas, lo que estaba en ese momento de moda. Chaquetas, pantalones, blusas, eso. Pero hoy son pocas las mujeres que se hacen ese tipo de ropa con un diseñador. Prefieren comprarlo en tiendas. Porque existe esa estupidez en Chile de que las mujeres que se visten bien, con cada detalle, con ropa linda, son siúticas. Antes era lindo ver cómo hasta en los sectores populares las mujeres se hacían cosas interesantes con una costurera. No me gusta la masividad, encuentro horrible la ropa que hay en las tiendas de los malls.

-Convengamos que hoy las mujeres no tienen tiempo para andar todo el tiempo arregladas.

-Es cierto. Las cosas han cambiado. Las mujeres ahora trabajan, todas andan en auto, llevan a los niños al colegio, al doctor, qué se yo. Ya no tienen mucho tiempo, pero eso no justifica que se despreocupen. En Chile, en todos los sectores económicos, hay mujeres lindas y que pueden sacarse partido dentro de sus posibilidades.

A sus espaldas hay un enorme escudo de madera. El emblema está dividido en cuatro cuarteles y en cada uno de ellos hay un león. Es el escudo oficial de Gales, una de las naciones constitutivas del Reino Unido. Covarrubias escogió ese nombre para bautizar a su tienda que partió en la calle Suecia, en Providencia. Y mandó a tallar con uno de sus antiguos maestros de la mueblería ese escudo que lo ha acompañado durante todos estos años.

-La idea original era ponerle "Prince of Wales", por el género, pero cuando fui a hacer la inscripción del nombre, el caballero de la oficina me dijo: "Señor, ¿no considera usted que es un poco como muy desafiante, en este momento que estamos viviendo en el país, ponerle Prince of Wales, pensando en el gobierno de Allende?". Le encontré toda la razón y le borré lo del Prince.

Fuma y explica:

-No me gusta provocar por provocar.

La presentación oficial de Wales en los círculos de la moda nacional ocurrió en diciembre de 1972, cuando, el modelo reconvertido en productor de modas, Fernando Pizarro, lo invitó a participar en la Exposición Nacional de la Moda, la reedición del evento que se había realizado dos años antes. Covarrubias ya tenía su boutique. En poco tiempo había conseguido clientela, pero ya entonces, tal como ahora, no era una tienda que apostara por la ropa masiva. Pero en ese evento -que se realizó en el Salón Dorado del Teatro Municipal y donde solo participaron dieciocho boutiques- la colección de Wales ganó el primer premio.

En ese desfile-concurso, el diseñador presentó un diseño que hoy califica de curioso. Una propuesta unisex: una pareja, un hombre y mujer, con ropa similar, en la misma silueta y la misma tela.

-Utilicé el mismo tweed del traje Chanel para los dos. Fue bien comentado.

Por esa misma época, empezó a hacer vestidos de novia, que a la larga se transformaron en su prenda distintiva. Todo partió casualmente. Una amiga cercana a una muy amiga de su familia lo llamó para pedirle que le hiciera el traje de novia a su hija mayor. Aceptó hacerlo como un favor especial: jamás había hecho un modelo de esas características.

-Eso fue terrible. Además, estaba la falta de telas. En uno de mis recorridos encontré en una fábrica una pieza de cotelé de mil rayas de color clarito. Me guiñó el ojo y yo me dije: "esto es". Le avisé a ella y le dije: "Mira, lo único que te puedo conseguir es esto". Le encantó. Ese fue mi primer traje de novia.

Ese mismo año lo volvió a llamar otra amiga y le pidió lo mismo. Entonces le diseñó un vestido que hizo en piel de durazno -una textura similar, pero más suave al tacto que la mezclilla- que bordó. Ese fue el inicio de su fama como diseñador de trajes de novia. Hoy ya no tiene la cuenta de cuántas novias ha vestido. Pero comenta, llevándose la mano al pecho, que le gusta hacerlo.

-Me encanta la relación que se establece con las niñitas que al principio no conoces, pero que terminan siendo amigas de por vida, es una relación que no se olvida. Pueden pasar 20 años, nos encontramos y sigue habiendo el mismo cariño que hubo en ese momento.

-¿Cuánto tiempo le toma hacer un vestido de novia?

-Harto tiempo. Por lo general, se empieza a conversar tres o cuatro meses antes, a veces un poco más. Luego viene todo el proceso, las reuniones, las pruebas. Y, cuando hay bordado, puede tomar 15 días, 20 días, a veces más. Pero hemos hecho vestidos de novia en 15 días también, por motivos excepcionales: que les falló otra tienda, les quedó feo el vestido... miles de inconvenientes.

Ricardo Lavín, su socio y el encargado de vigilar directamente la costura de los vestidos, interviene:

-Al Pollo no le gusta hablar mucho de las clientas de Wales. Pero en temporada alta de matrimonios, es decir, octubre, no ha pasado un fin de semana que de la lista de matrimonios que aparece en la vida social no aparezcan cuatro novias de acá y cinco madrinas de acá. Eso no lo puede decir ningún otro diseñador.

Luis Eduardo Covarrubias lo escucha, respira hondo, hace un gesto de desgano y protesta:

-Ahora vas a decir que soy el diseñador de las novias chilenas. Mejor no digas eso, porque asusta a la gente. Piensan que aquí cobramos caro, y no es cierto. Yo no encuentro cuerdo gastarse millones en un vestido de novia. La gente no puede tirar la plata en eso. Es de mal gusto.

Al Pollo Covarrubias ya no le gustan los desfiles de moda. En los últimos años ha rechazado las invitaciones para participar en semanas de la moda o eventos por el estilo. Dice que lo agotan. Que son un aburrimiento. Que ya no son como los que hacían en los años 80 y a mediados de los 90.

-Los desfiles de moda bonitos se acabaron. Para mí estos desfiles de ahora, que son colectivos y donde nadie tiene idea de quién es la ropa, son una tontería. La gente que mira no tiene idea de quién es el vestido rojo que pasó y de quién es el que viene después. Es un enredo. Lo que pasa es que antes había todo un cuento. La Carmen Amunátegui, ponte tú, organizaba los más pitucos desfiles de Santiago.

-¿Las alfombras rojas qué le parecen?

-No es lo mío. Yo nunca he sido de farándula, nunca fui de figuras de televisión, tampoco de reinas de belleza.

-¿no le gustan las lentejuelas?

-No. Para qué me pregunta cosas que son obvias. No me gusta el brillo por el brillo.

Covarrubias termina la frase y se queda pensativo con una sonrisa. Y, como si fuera una declaración de principios, lo dice sin modestia alguna:

-No hago vestidos para las que llaman estrellas, pero sí a mujeres para grandes recepciones y cosas más elegantes. En la época de los eventos sociales en las embajadas, en los años 80, yo vestía a seis de las diplomáticas más importantes de Chile. Venían a hacerse todo a mi tienda. El resto de los diseñadores me decía: ¿Por qué las tienes tú y nosotros no?

Covarrubias se niega a hablar de su secreto. Dice que simplemente no lo hay. Cree que puede ser el estilo de su ropa, la forma con la que trata a sus clientas, la amistad.

-Evito decir cosas que me hagan parecer pretencioso. A mí nunca me ha gustado la competencia, ni ponerle el pie a nadie.

-¿Pero entre los diseñadores hay mucha competencia?

-Claro, pero yo nunca he entrado en ese juego. Conmigo ocurre algo muy curioso, nunca he hecho propaganda de nada, tampoco doy entrevistas, ni nombro a mis clientas, porque me carga. Me encanta ser discreto. Y, gracias a eso, creo que, no he peleado con nadie dentro del ambiente.  Por eso la gente llega, no me preguntes por qué, pero llega. Hasta señoras de 80, y mientras pueden caminar, siguen viniendo.

-Algunos de sus colegas se jactan de que han salido mujeres llorando de sus ateliers.

-Jamás se me ocurriría decirle a una señora que no le haré un vestido si no baja diez kilos. Lejos, la gente más agradecida es la gente real, la que no parece modelo ni quiere serlo. Es impagable trabajar en un vestido de una novia o madrina que es más bien gordita, que en el diario anda normal, porque cuando prueba el diseño y se ve espléndida se ilumina por completo. Llama la atención muchísimo más que la mujer que a ojos de todos es muy estupenda. Aquí no rechazamos a nadie. Ni por cuerpo ni por estrato social ni por color político. Los verdaderos diseñadores no tienen ni política ni religión ni raza.

A mediados de los 90, Luis Eduardo Covarrubias quería hacer un cambio. Dejar la ciudad. Se había comprado una parcela en Frutillar. Quería hacer un jardín. Criar animales.

-Era una época de mi vida curiosa, en que me vino la locura y me compré un sitio y me hice una casa en el sur. Quería alejarme un poco, dejar la tienda acá y venir de vez en cuando a Santiago. Ese era el plan.

Mientras armaba el plan, Pollo Covarrubias conoció en una comida a Ricardo Lavín, un diseñador de alta costura formado por Laura Rivas. Conversaron. Lavín estaba trabajando en un vestido de novia y Covarrubias en el de la madrina del mismo matrimonio. Fue en ese momento cuando surgió la idea de asociarse. Que Lavín se integrara a Wales.

-Yo creo que él fue la persona que me solucionaba la vida. Era joven, estaba empezando el cuento, sabía de costura.

-¿Se quería retirar?

-Fue una etapa. Ahora no. Estoy feliz de la vida trabajando. Yo no tengo el síndrome del día lunes, no. Me gusta lo que hago, estar con la gente, recibir a las clientas.

Luis Eduardo Covarrubias se levanta. Su figura vestida de negro se refleja en un gran espejo.

-Usted es uno de los últimos costureros de la antigua generación...

-Que no están muertos -dice,  termina la frase con una sonrisa, y recuerda a José Cardoch y Laura Rivas, con quienes tuvo cercanía.

-Igual quedan otros diseñadores, costureros clásicos como Los Click, Rubén Campos y Luciano Brancoli, pero somos distintos.

-¿Y cómo es usted?

-Yo no creo en la moda por la moda. No me gusta presentarme como diseñador o costurero. Rehúyo de las luces. No me gustan las entrevistas... Creo que he hablado demasiado.

"son pocas las mujeres que se hacen ese tipo de ropa con un diseñador. Porque existe esa estupidez en Chile de que las mujeres que se visten bien, con ropa linda, son siúticas".

"Yo no tengo el síndrome del día lunes, no. Me gusta lo que hago, estar con la gente, recibir a las clientas, pensar en los vestidos".

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