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Propuesta de la Universidad de Concepción:

Un viaje por otra "Flauta mágica"

sábado, 29 de agosto de 2015

Juan Antonio Muñoz H.
Cultura
El Mercurio




La ópera corre grandes riesgos en nuestros días y eso mantiene vivo el género. Es interesante ver puestas en escena -controvertidas, muchas de ellas- que hacen aportes o bien que dan cuenta de elementos que a veces pasan inadvertidos. En esto, todo vale si hay un trasfondo de peso o una idea imaginativa sorprendente. La versión de "La flauta mágica" (Mozart) que ofrece la Corporación Cultural de la Universidad de Concepción queda en una zona extraña, a medio camino, como si el propósito no estuviera aún maduro o hubiera sido forzado.

El director de escena Gonzalo Cuadra propone que hay una Compañía de "La Flauta Mágica" de Astrid Flamante (por Astrafiamante, el nombre de la Reina de la Noche) y de Sarastro Solleben, cuyos integrantes tienen características y problemáticas análogas a las de los personajes de la obra mozartiana. Ellos, según explica el programa de mano, aprovechan de descansar y ensayar los números musicales de esa noche, pero les falta el personaje principal. Sarastro anuncia que "El Gran Arquitecto" seguramente tendrá a alguien en vistas como complemento ideal para su hija Pamina, y entonces aparece Tamino Príncipe (nombre y apellido), quien viene a llenar la falta.

Desde ese punto, los actores-cantantes entran y salen de sus roles como miembros de la compañía y como parte de la ópera. Todo esto, entreverado por diálogos escritos por el régisseur -dichos en castellano- en los que tanto se narra lo que sucede como se avanza en la trama. Los personajes, por tanto, tienen una doble militancia, que se explicita en sus nombres; Papageno, así, es Papageno Pérez, por ejemplo.

El problema es que nada calza muy bien en este juego de metateatro, partiendo porque se pretende que la pareja de padres que dirigen la compañía en cierto modo se llevan bien y están de acuerdo, mientras que Sarastro y la Reina de la Noche no están conformes en absoluto el uno con el otro (ella incluso quisiera verlo muerto). Los diálogos nuevos tampoco ayudan porque resultan no tanto infantiles como pueriles, con expresiones como "nunca falta un roto para un descosido" o "los pajaritos cantan, la vieja se levanta", que no sirven sino para lograr la risa fácil. Ya el libreto original mismo tiene algo de eso (en alemán, claro), mezclado con reflexiones ontológicas y dictámenes valóricos, pero todo junto resulta como mucho.

En cambio, las ideas de régie , desligadas de tales inventos, son de verdad imaginativas, como es habitual en los trabajos de Gonzalo Cuadra. En especial su tratamiento coreográfico para las tres damas; el baile que improvisa en su aria de entrada la Reina de la Noche; el matrimonio de Papageno y Papagena, con lanzamiento del ramo incluido; la fiesta de magia con la que se resuelve el paso por el fuego y el agua de los protagonistas; los aspectos circenses delirantes que pone en escena (convierte a los hombres armados en una pareja de siameses). Con pocos elementos, usando incluso la pared posterior del edificio y con la maquinaria del teatro exhibida (focos, tramoya, poleas), Germán Droghetti firma un trabajo escenográfico que funciona de maravillas, y ayudado por la iluminación de Álvaro Torres consigue crear las atmósferas necesarias. El colorido y variopinto vestuario, también de Droghetti, subraya la doble naturaleza de los personajes (los actores y los roles que deben interpretar).

Notable el armado musical. Julian Kuerti -al frente de la impecable Orquesta Sinfónica Universidad de Concepción- fue siempre preciso y consciente de las voces que tenía a su cargo, y también supo viajar por la nobleza melódica de esta música, atendiendo tanto a la solemnidad como a la ligereza. También excelente el trabajo del coro (dirección de Carlos Traverso), certero y comprometido con el desarrollo teatral. Por voz, convicción y espíritu festivo, Ricardo Seguel se luce y conquista como Papageno. Luis Rivas entrega la dulzura de su canto y su musicalidad como Tamino, pero como actor tiene que avanzar, mientras que Yaritza Véliz cuenta con la voz y la línea de canto ideales para Pamina. Carla Domingues despliega el temperamento de la furiosa Reina y da todas las notas, mientras que Mateo Palma, bien en la autoridad propia del papel, se escucha complicado con los descensos abismales por el pentagrama que exige Sarastro y también con los textos que debe declamar. Muy bien David Gáez como el orador y el sacerdote 1, lo mismo que Roni Ancavil como Monostatos, y las tres damas (Andrea Aguilar, Regina Sandoval y Gloria Rojas).

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