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Cine

La maison Nucingen

sábado, 29 de agosto de 2015

Por Ascanio Cavallo
Agenda
El Mercurio




La casa Nucingen es el título de una de las numerosas novelas que Honoré de Balzac incluyó en su gigantesca La comedia humana en la primera mitad del siglo XIX. Raúl Ruiz tomó solo el título y el comienzo de esa novela para la película que filmó en el 2008: un hombre que cena con su esposa escucha a unos comensales vecinos que cuentan la historia de él, con datos incorrectos e interpretaciones fantasiosas.

Sin relación con el especulador financiero de Balzac, el hombre de la película es William Henry James III (Jean-Marc Barr), un escritor adicto al juego que ha ganado una vieja casona familiar en el sur de Chile, muy lejos de París. A partir de la conversación ajena se inicia un extenso racconto que parte en el momento en que William llega con su primera esposa, Anne Marie (Elsa Zylberstein), a la mansión campestre, un lugar cuyos dueños han sido austríacos -pero también chilenos- y han impuesto la regla de que en la casa solo se habla francés; para otros idiomas hay que salir al jardín.

La casa está a cargo de un hijo del dueño -que se suicidó tras perderla-, Bastien (Laurent Malet), y viven también en ella la adolescente Lotte (Laure de Clermont), el joven pianista Dieter (Thomas Durand) y la sirvienta Ully (Miriam Heard), todos atormentados por el espectro de Léonore (Audrey Marnay), una muchacha que murió salvajemente asesinada y ahora pulula, mitad carne y mitad esqueleto, en una rara condición vampírica. Hay muchos más moradores en la casa, aunque la mayoría son fantasmas establecidos en épocas desconocidas, porque allí "el tiempo se ha detenido". "A veces resultan un poco molestos", reconoce Bastien, "pero uno se acostumbra".

William cree pasar una estancia feliz, pero Anne-Marie se siente cada vez peor, hasta que Léonore logre dar cuenta de ella. Como siempre en Ruiz, el relato se desdobla, se multiplica y se desvía, porque La maison Nucingen es, aún más que otras cintas ruizianas, un conjunto de evocaciones, una reunión de imágenes y sensaciones venidas desde muy lejos, desde la infancia y desde el sur remoto.

Y también venidas desde el cine. Los inquietantes travellings por cuartos y pasillos vacíos son la clara huella del Vampyr (1932), de Carl Theodor Dreyer, las piezas acechantes evocan a El gato negro (1934), de Edgar G. Ulmer, y la dinámica de sombras y vacíos tributa a Jacques Tourneur y La mujer pantera (1942) y Caminé con un zombie (1943). Estas son las viejas cintas que Ruiz hizo ver a su equipo antes del rodaje y configuran, mucho más que la novela de Balzac, el verdadero espíritu de La maison Nucingen: una percepción sobre la cercanía de la muerte que ya no es tan cómica ni tan lúdica (ni tan "moderna") y no se puede expresar en la jugarreta, sino en un delicado pavor, un sentimiento de pérdida y melancolía. Esta puede ser la más sombría de las películas de Ruiz en la etapa final de su filmografía.

La maison
Nucingen
Dirección:
Raúl Ruiz.
Con: Jean-Marc Barr, Elsa Zylberstein, Laurent Malet, Laure de Clermont, Luis Mora, Miriam Heard. 94 minutos.

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