martes, 25 de agosto de 2015
Jorge Marshall Economista y Ph.D. Harvard
El Mercurio
El debilitamiento del escenario externo en los últimos dos años ha sido paulatino, pero profundo. El peso de China en el crecimiento mundial se ha reducido en más de un 30% y su reciente inestabilidad anticipa que esta tendencia podría continuar. El precio de la libra de cobre se había encumbrado sobre los 4,4 dólares en 2011, mientras que ahora bordea los 2,5 dólares. Estados Unidos se encamina a ajustar su tasa de política monetaria generando mayor volatilidad en los mercados financieros. Este nuevo entorno tiene importantes consecuencias sobre la economía chilena y el rumbo que sigamos tendrá efectos decisivos en el anhelo de alcanzar el desarrollo. Dos consecuencias directas de esta nueva realidad es que el crecimiento de tendencia del país experimentó una baja significativa y los recursos fiscales disponibles para las reformas que impulsa el Gobierno se reducirán en cerca de un 40%, aun considerando la reforma tributaria. El principal desafío que tenemos en la actualidad es adaptarnos a estas nuevas condiciones, lo cual requiere de un diagnóstico realista de lo que ocurre y una estrategia coherente. Hasta ahora los gobiernos no están aportando a renovar la hoja de ruta que nos lleva al desarrollo. En los años de abundancia se recurrió excesivamente a la riqueza transitoria para resolver los conflictos sociales. Ahora, en cambio, esta fórmula ya no se puede aplicar y muchas de las políticas que se han seguido no dialogan con la nueva realidad, lo que genera una incertidumbre adicional en las decisiones de consumo e inversión. La disciplina fiscal que se anticipa en el presupuesto de 2016 fortalece los fundamentos de la economía, pero no ofrece una proyección de crecimiento. En estas condiciones es fundamental iniciar un diálogo social y político que conduzca a un cambio en la fórmula para crecer. Hasta ahora hemos considerado que basta con el cuidado de los fundamentos, porque el resto del trabajo lo ha hecho la economía internacional. En cambio, en el futuro debemos plantearnos seriamente aumentar la capacidad transformacional de la economía. La agenda para el crecimiento en esta nueva etapa incluye diversas materias, como la inversión en proyectos de energía para llevar los precios al nivel que tienen nuestros competidores en el mundo. Lograr un nuevo salto de modernización en la infraestructura productiva del país. Enfrentar el déficit en capital humano especializado en las áreas de frontera tecnológica. Lograr una mejor inserción en el mercado mundial de nuestras exportaciones, especialmente de los alimentos y del turismo. Profundizar en la integración física y económica con los países vecinos. Sin embargo, hay que reconocer que avanzar hacia una nueva estructura productiva es una tarea compleja, que necesita articular el esfuerzo público y privado. En ambos sectores hay resistencias para adoptar más decididamente un nuevo estilo de trabajo. Los gobiernos se obstinan en sus ideas y las empresas prefieren los ambientes en los cuales puedan prescindir del gobierno. Esta condición genera un círculo vicioso que impide abordar las nuevas políticas de crecimiento. Otro factor que agrega complejidad a la situación actual es la necesidad de incorporar las transformaciones sociales que han ocurrido en el país, las cuales se deben en gran parte a los buenos resultados que hemos logrado. En síntesis, lo que el país necesita es plantearse un nuevo ciclo en su camino al desarrollo, que no es el triunfo de un sector político sobre el otro, sino la instalación de una nueva forma de enfrentar los desafíos colectivos, reconociendo la nueva realidad económica y social. Esto requiere construir un círculo virtuoso en la relación entre el gobierno, la sociedad civil y las empresas, el que se apoya en la colaboración para emprender acciones que la gobernabilidad vertical o el mercado no logran concretar.
