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Y ahora, una admirable Butterfly

domingo, 28 de junio de 2015

Juan Antonio Muñoz H.
Cultura
El Mercurio




Una segunda mirada a la controvertida puesta en escena de Hugo de Ana para "Madama Butterfly" (Puccini) no cambia la incómoda sensación de extrañeza que trae aparejada y tampoco resuelve a carta cabal el asunto del sentido de sus múltiples imágenes. Sí parece más claro, sin embargo, que su idea persigue demostrar que son la confusión cultural -esa mixtura de teatro Noh, ninjas, abanicos, banderitas gringas e incluso Disney- y la confianza pueril y tozuda que reinan en Cio Cio San los motivos que gobiernan el desarrollo de la trama, que termina con la protagonista aplastada tanto por su origen, del que no puede escapar, como por la falta de criterio y de piedad de los abusadores extranjeros Pinkerton y Kate (esta última, convertida en una mujer fría, nada fina y altanera, cuyo retrato hacer temer por el futuro del hijo de Butterfly). Todo, a través de una exploración pesadillesca que transfiere el estremecedor drama íntimo a una órbita diferente, sumiéndolo en una nube onírica enrarecida, turbia. Se desplaza la tragedia "geisha-marine yanqui" por la violación norteamericana del espacio civil y cultural nipón post Segunda Guerra. Interesante, como siempre, el trabajo de De Ana, que da para estas discusiones, posiblemente bizantinas.

El director José Luis Domínguez se mostró atento a las sutilezas y a los detalles de la compleja partitura y supo transmitir, a través de ciertas inflexiones y de variaciones en dinámica e intensidad, la emoción que le da vida. Su lectura, si bien no del todo acabada aun en términos de estilo, tuvo altura y convicción, y respetó las voces en escena.

La soprano española Carmen Solís cantó una admirable Butterfly. Con un material lírico de potencia media, algo débil en los graves, pero seguro en centros y agudos, su compromiso musical -cuidada línea de canto, dosificación en la entrega, afinación incólume- fue tan radical como la naturalidad con que supo trazar la curva expresiva de Cio Cio San, desde la levedad casi infantil del inicio al pathos final. El público la ovacionó. El tenor Gonzalo Tomckowiack (vestido con una suerte de guayabera y una polera negra en el primer acto) conoce al dedillo las complicaciones del frívolo Pinkerton y su voz sonó segura y flexible en todo el registro. Cantó muy bien, pero como es "el malo" de la historia, fue cariñosamente abucheado. La mezzo Evelyn Ramírez hizo una excelente Suzuki, de presencia vocal plena y dramática, y con un trabajo escénico contenido y profundo. Javier Arrey, con su atractiva voz de barítono lírico, ofreció un noble Sharpless; como actor, acertó en el punto justo de prudencia y severidad del cónsul. Gonzalo Araya repitió su excelente, intrigante y fastidioso Goro, y esta vez los roles comprimarios fueron abordados, con toda corrección, por Arturo Jiménez (Bonzo), Roberto Díaz (Yamadori) y Pamela Flores (Kate).

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