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El arquitecto chileno que llegó al MoMA

sábado, 25 de abril de 2015

Economía y Negocios

El Mercurio

Desde fines de marzo dos obras suyas forman parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York: la silla Puzzle y el proyecto de una casa en La Dehesa. Obras que resumen bien el afán creativo y la constante búsqueda por el diseño de excelencia que ha caracterizado la carrera del arquitecto y docente Juan Ignacio Baixas Figueras.



Fue a comienzos de la década de los 70, cuando como profesor de taller de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Santiago les pidió a sus alumnos que realizaran, en forma paralela al proyecto de una casa, el diseño de un mueble para ella, que construirían a escala uno a uno. "La idea era que por lo menos una parte del trabajo del semestre no quedara solo en planos, dibujos y maqueta, sino que pudiera concretarse", explica Juan Ignacio Baixas (73) en la oficina que actualmente tiene en el Campus Lo Contador de la PUC, donde es académico. Durante uno de esos talleres, recuerda que planteó a un alumno la posibilidad de realizar una silla cuyas piezas no estuvieran unidas por cola, clavos o tornillos sino por la tensión de una lona que fuera, a su vez, el asiento. A partir de ese concepto es que en 1975 él mismo originó la silla Puzzle, hoy exhibida en la exposición "Latin America in Construction: Architecture 1955-1980" que está presentando el MoMA de Nueva York hasta junio de este año.

Pero lo más singular es que este modelo, que tal como su nombre lo indica se arma ensamblando sus componentes de madera de eucaliptos y lona sin necesidad de nada extra, que nunca fue fabricado en serie ni vendido en una caja en el supermercado, tal como su creador lo soñó, fue seleccionado por la curaduría de ese importante museo para formar parte de su colección permanente. Un reconocimiento a su originalidad y calidad, y también a su valor técnico constructivo. "Es fantástico que esté ahí, pero, aunque parezca una brutalidad, no me importa demasiado. Las obras se juegan en que sean buenas obras. Ahora, si esto va a resultar en que alguien se interese en producir la silla y que se venda a mucha gente, bienvenido", señala Baixas con la modestia y discreción que lo caracterizan y que le han valido el rótulo de un hombre de bajo perfil.

Recién titulado de arquitecto de la Universidad Católica de Santiago partió a Francia con una beca para profesionales que consistía en una serie de visitas a industrias de la construcción por seis meses. Como le resultó un programa poco atractivo, se contactó con el ingeniero y diseñador francés Jean Prouvé, quien entonces trabajaba en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios y con quien se había escrito mientras hacía su proyecto de título, para pedirle que lo guiara en el estudio de sistemas constructivos prefabricados. Con él desarrolló un método que, a su regreso a comienzos de los años 70, se utilizó en algunas construcciones de la Ciudad Abierta de Ritoque, un proyecto que entonces estaba recién comenzando y en el cual Baixas, como académico de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, participó activamente, sobre todo en la construcción del cementerio. "Fueron años entretenidos, con experiencias al pie de obra muy interesantes", recuerda.

A fines de la década de los 80 se radicó definitivamente en Santiago y formó junto con Enrique del Río su propia oficina de arquitectura, en la que han desarrollado una variedad de obras, desde casas particulares hasta edificios institucionales y empresariales, entre ellos el del Museo Interactivo Mirador y el de la agencia de publicidad Prolam Y&R, además de iglesias, colegios y conjuntos habitacionales como Las Puertas de La Reina, conformado por 500 departamentos. Varios de estos proyectos han sido motivo de publicaciones y han recibido premios en bienales de arquitectura y concursos. "El MoMA me pidió para su colección permanente la primera casa que construí, que la hice en conjunto con mi mujer, Rita Mingo, también arquitecto. Se trata de una obra ubicada en La Dehesa, conformada por una serie de espacios, todos muy distintos en cuanto a alturas y dimensiones, unidos por un manto de curvas que forma el techo", explica.

¿Cómo aborda sus proyectos?

-Cada obra tiene un guión, una historia, pero siempre los puntos de partida tienen relación con el lugar, el uso que el edificio va a tener y las personas que lo van a ocupar. En base a eso se da forma al programa, y el resultado siempre es diferente, por eso digo que cada proyecto es original al tener un único origen. Por ejemplo, para el MIM pensamos en qué podía hacer la arquitectura frente al descubrimiento de los fenómenos del mundo, que es el tema de ese museo, y entonces nos planteamos las dos situaciones arquitectónicas extremas: la del laberinto que implica recorrer un sitio sin saber a dónde se va a llegar, y la de la basílica, que es un gran espacio donde se ve todo de una vez. Con esos dos elementos armamos el edificio, compuesto por una serie de volúmenes rectangulares dispuestos en zigzag y unidos por un gran techo curvo.

-Todos los proyectos -agrega- se abordan de dos maneras: de adentro hacia afuera, en el sentido de cómo se arman los espacios para que respondan bien a su uso y con cierto lujo en materia de superficies y luz, y de afuera hacia adentro, buscando que la construcción ordene el sitio y sea un aporte a la ciudad.

¿De dónde surgen estas formas curvas que caracterizan su trabajo?

-La idea de trabajar con estas superficies curvas surgió durante mi viaje de luna de miel a Chiloé. Allí, al entrar a la catedral de Castro, que es de una especie de estilo Gótico pero en madera, me sorprendí con la posibilidad de ver ese material haciendo curvas y encontrándose con otras curvas.

En su arquitectura se nota una búsqueda constante por el diseño.

-Cuando haces un espacio que no es rectangular, estándar, tienes que empezar a diseñarlo todo, porque ya no tienes un encuentro de ángulo recto de un volumen con otro. El trabajar con formas que no son las habituales exige un esfuerzo de diseño grande.

Pero también en el ámbito universitario, donde Baixas ha desarrollado parte importante de su carrera, ha estado estrechamente vinculado con el tema del diseño. Desde sus inicios a comienzos de la década de los 70 dirigió talleres de muebles, tanto en la Escuela de Diseño aquí en Santiago como en la de Arquitectura en Valparaíso. "Mi trabajo docente ha sido un 70% de arquitectura y un 30% de diseño", aclara de inmediato.

¿Cómo surgen sus propias creaciones?

-Siempre me ha entretenido desarrollar muebles, casi como un hobby, y los he proyectado en muchos materiales distintos, desde cartón a madera. Dentro de ellos, la silla ha sido la pieza por excelencia porque hacerla une dos mundos: el de la anatomía, porque tiene que calzar al cuerpo humano casi como un aparato ortopédico, y el de la escultura, porque habita junto contigo y por tanto debe ocupar el espacio elegantemente, con cierta belleza. Además, tiene un tema estructural fuerte, que me interesa mucho.

¿Cuántas sillas ha diseñado?

-Ocho o nueve y cada una es una pieza diferente y única, y al igual que mis obras de arquitectura, cada una surge de un guión distinto. La Puzzle, por ejemplo, nació en la búsqueda de hacer un sillón cómodo en el cual no quedaras enterrado, sino en una actitud más libre. Y entonces vi que estas lonas muy tensadas quedan como un plano, pero con cierta elasticidad. El modelo de cartón que recién desarrollé y que lo llevé a placas de policarbonato alveolar, nace buscando el concepto de liviandad y de desarmable. Es la diversidad de situaciones la que conduce a esta variedad.

¿Se han producido a gran escala?

-Algunos se han vendido, pero siempre en número muy pequeño. Por ejemplo, la Puzzle y la Cubo se vendieron un tiempo en la desaparecida tienda Árbol Color, y hubo también una línea que se fabricó a mayor escala para un hotel, pero no sé si todavía está en uso. Los muebles más bien han sido entretenciones mías.

¿Cómo surgió este contacto con el MoMA?

-Es una historia larga. En algún momento, a comienzos de los 90, me pidieron un artículo para la revista que edita la Escuela de Arquitectura de Harvard, y lo escribí sobre la obra profesional de los arquitectos de la Universidad Católica de Valparaíso. Lo envié y aunque no se publicó, un estudiante lo leyó, le gustó y viajó a Chile. Aquí me llamó y me pidió trabajar en mi oficina. Él es Patricio del Real, hoy día asistente de Barry Bergdoll, curador del MoMA, quien conoció a través de él nuestra obra.

Su labor académica ha estado ligada al ramo de taller, con énfasis en los temas constructivos y estructurales. En 2003 publicó el texto de estudio "Forma Resistente".

Entre 2004 y 2014 fue director de la Escuela de Arquitectura de la PUC.

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