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A 25 años de la caída del Muro de Berlín: De Honecker a Merkel y Gauck

martes, 11 de noviembre de 2014

Klaus Schmidt-Hebbel
Economía y negocios

Klaus Schmidt- Hebbel Profesor Titular, P. Universidad Católica de Chile

Hace 25 años fue derribado el Muro de Berlín. Y luego fue demolida la Cortina de Hierro, la valla alambrada de miles de kilómetros que encerraba a cientos de millones de personas en la Unión Soviética y sus colonias en Asia y Europa.

El clamor por libertad, bienestar y derechos humanos de sus pueblos, unido a la decisión humanista de Gorbachov, llevó a la mayor y más veloz implosión de un imperio totalitario en la historia universal.

La “República Democrática Alemana” o RDA (que no fue ni república, ni democrática, ni alemana; solo fue la “joya en la corona” de la URSS) estuvo gobernada por la oligarquía comunista del partido SED, encabezada por la pareja Honecker.

Erich construye el Muro de Berlín en 1961, dando la orden de asesinar a toda persona que intenta pasarlo. Cientos son fusilados en el intento de traspasar el mayor monumento histórico al comunismo, mientras pocos alcanzan la libertad. Erich, el gran constructor, es premiado con el cargo de supremo dictador, que ejerce entre 1971 y 1989.

Margot, socia conyugal de Erich, es la ministra de Educación de la RDA entre 1963 y 1989, imponiendo el entrenamiento militar obligatorio a los escolares de 15 años, forzando las adopciones obligatorias de hijos de disidentes y prohibiendo el acceso a la universidad de los disidentes, entre los que se encuentra el presidente de Alemania, Joachim Gauck. Después de su expulsión por el propio SED en plena disolución del régimen totalitario, Erich y Margot comienzan un periplo de huidas, asilos políticos y extradiciones, que los lleva por Moscú, Berlín y Santiago, donde Erich fallece en 1994. Margot lo sobrevive hasta la fecha.

¿Qué fue la RDA? Constituyó la continuación del nazismo bajo otro signo ideológico. Para la URSS previa a Gorbachov, fue una colonia ejemplar, practicando un totalitarismo extremo. La RDA encarceló exitosamente a su población entera detrás del muro, violando todos sus derechos humanos, imponiendo una economía estatista que distribuía igualitariamente la pobreza entre casi todos sus habitantes, exceptuando a la clase dominante: la reducida nomenclatura que gozaba de extraordinarios privilegios económicos y políticos.

Al cabo de 40 años de la RDA, los alemanes orientales, al igual que los polacos, checos, húngaros, rusos y tantos otros pueblos, hartos de su explotación, y a través de crecientes protestas pacíficas que contaban con la venia de Gorbachov, echaron abajo sus dictaduras opresoras. Millones de explotados y perseguidos derribaron el Muro de Berlín y los miles de kilómetros de la Cortina de Hierro, en aquellos breves meses de los años 1989 y 1990.

¿Qué quedó de la RDA? Después de la unificación alemana ocurrida en octubre de 1990, bajo el clamor de “NOSOTROS somos el pueblo” (no lo son los dictadores del proletariado), simplemente no quedó nada. Absolutamente nada. Nights. La unificación significó que, a través de elecciones democráticas, el pueblo alemán oriental votó por hacer suya la organización política, económica y social que caracteriza a la democracia liberal y social de la República Federal Alemana. Escasos son hoy los vestigios de la pasada pesadilla totalitaria. Por cierto, sobreviven los amargos recuerdos y las secuelas síquicas de los millones que fueron violados en sus derechos humanos, tan bien reflejados en la película “La vida de los otros”. Porque el costo humano de los “socialismos reales” —al igual que el costo humano de los regímenes nazi, fascista y de otras dictaduras de derecha— ha sido inmenso e irreparable. 169 millones de seres humanos fueron víctimas de asesinatos masivos (incluyendo genocidios) cometidos por las dictaduras del siglo XX; de estos, 110 millones fueron liquidados en regímenes comunistas.

El costo socioeconómico de los socialismos reales queda reflejado en décadas de estancamiento económico y pobreza generalizada. La experiencia de las dos Alemanias separadas constituye el caso comparativo por excelencia, porque ambas partieron en condiciones igualmente pobres al término de la Segunda Guerra Mundial, compartiendo idioma, cultura e historia comunes.

Mientras que Alemania Occidental se desarrollaba aceleradamente en democracia y en una economía social de mercado, Alemania Oriental quedó congelada en una economía socialista y totalitaria. De hecho, entre 1944 y 1989 el crecimiento del PIB por habitante de la RDA fue nulo. En 1990, el año de la unificación alemana, el PIB por habitante de Alemania Oriental había descendido a un 31% del PIB por habitante de Alemania Occidental.

Con reformas estructurales profundas, que transformaron una economía de planificación central y propiedad estatal en una economía de mercado y propiedad privada, la brecha socioeconómica entre el este y el oeste se ha ido cerrando gradualmente. Así, el PIB por habitante del este ya alcanza en el año 2012 un 71% del PIB por habitante del oeste (ver gráfico). Alemania Federal paga la factura del esfuerzo de sacar a la ex RDA del subdesarrollo comunista, habiendo desembolsado en dos décadas más de dos billones de euros (que equivalen a la mitad del PIB anual de Alemania unificada). Alemania Federal financia inversión, educación, subsidios y transferencias en Alemania Oriental —incluyendo las pensiones de los ex dictadores de la RDA radicados en Chile—.

Por ironía de la historia, el pago de esta gigantesca cuenta corresponde a los alemanes occidentales, con un gobierno encabezado desde 2005 por la Canciller Angela Merkel (hija de un pastor luterano radicado en la RDA) y un Estado encabezado desde 2012 por el presidente Joachim Gauck (un ex pastor luterano en la RDA). Merkel y Gauck fueron líderes de los movimientos populares que derribaron el Muro. Antes de ello, Gauck y su familia fueron perseguidos por el totalitarismo comunista. Así como —primera sincronía que quiero destacar— la Presidenta Bachelet fue perseguida por la dictadura chilena.

¿Tuvo algo de bueno la RDA? Sí, para los tres mil o más chilenos, quienes huyendo de la persecución y la violación de sus derechos humanos bajo la dictadura chilena, fueron acogidos por la RDA como refugiados políticos.

Aunque la RDA recibió a pocos chilenos —no más del 2% del total de refugiados, porque la mayoría se asiló en países democráticos y capitalistas— debe reconocerse este hecho.

Por cierto, “los chilenos que llegamos a la RDA recibimos muchos privilegios.

Apenas llegamos nos dieron casas amobladas; no sabíamos que eso era algo por lo que los ciudadanos alemanes tenían que esperar años” (Leonardo Rodríguez, “El Mercurio”, 2 nov. 2014). Por supuesto, la entrega de dichos privilegios se hacía a cambio de una lealtad ciega a la dictadura del SED, basada en un contrato implícito firmado por los exiliados, que requería de ellos denunciar la dictadura de Pinochet, mantener silencio respecto de las violaciones de los derechos humanos en la RDA y usar el lenguaje políticamente correcto de su régimen (por ejemplo, evitar el término “Muro de Berlín”, suplantándolo por “barrera de protección antifascista”).

Hasta ahora, son pocos los ex exiliados chilenos en las dictaduras comunistas que se han referido críticamente al carácter totalitario de los países que los acogieron. Una de las notables excepciones es Roberto Ampuero, quien acaba de publicar “Detrás del Muro”, su magnífica autobiografía novelada. La gran mayoría de los ex exiliados en los regímenes comunistas sigue callando, porque es tuerta en su ojo derecho. Así como es tuerto —segunda sincronía—, pero en su ojo izquierdo, aquel grupo de chilenos que firmaron su propio contrato implícito con nuestra dictadura criolla.

Finalmente, la tercera y más notable sincronía histórica, en 1989-1990, es el derrumbe completo del régimen totalitario de la RDA y la unificación alemana, que ocurren simultáneamente con la transición ordenada desde el régimen militar a la democracia en Chile. Ello es parte de un extraordinario renacimiento de la democracia en el mundo, cuando pasamos rápidamente de 50 naciones en democracia en el año 1988 a 78 países democráticos en 1992.

La caída del Muro fue un hito excepcional en la historia de la humanidad, que debería inspirar urgentes transiciones democráticas en tantas dictaduras que aún sobreviven, como China, Corea del Norte y Cuba.

Nota del autor: Dedicado a Joachim Gauck, Angela Merkel y Mikhail Gorbachov

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