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¿Un Estado de élites?

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Juan Cristóbal Nagel
Profesor, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Los Andes


Philip Yeo es un notable gerente singapurense. Entre otros méritos, es uno de los creadores del sistema de archivos “float,” una práctica gerencial mediante la cual los informes de una organización son comentados por otros miembros de la organización. Los comentarios se hacen públicos, mejorando así los flujos de información en las organizaciones y la calidad del conocimiento que éstas generan.

Gracias a sus contribuciones y su trayectoria, Yeo ha recibido numerosos premios y distinciones en el mundo entero. Lo notable es que Yeo … es un burócrata del sector público.

Yeo entró a la burocracia de su país en los años 70. En los años 80, llegó a liderar el mítico Economic Development Board, desde donde ayudó a germinar la idea de que Singapur podría ser un centro de ciencias biomédicas, atraer a la industria aeroespacial, y competir en grandes proyectos de infraestructura en otros países. Actualmente lidera la agencia SPRING Singapore, encargada de promover nuevas industrias en la isla.

¿Qué gerentes públicos en América Latina tienen una trayectoria similar? ¿Conocemos el caso de algún gerente en alguna agencia estatal que tenga una página de Wikipedia tan cargada de honores y méritos como la de Yeo?
En columnas anteriores, he abogado por el estudio de las políticas que han llevado a Asia al desarrollo. Sin embargo, un colega me encaró hace poco con una pregunta importante: ¿quiénes, dentro del estado chileno, van a ser los encargados de implementar estas políticas?

Es una pregunta interesante, y apunta al hecho de que algunos de nuestros servidores públicos no dan la talla. Ya sea por fallas en las estructuras burocráticas o por simple falta de preparación, lo cierto es que la burocracia estatal en todo nuestro continente deja mucho que desear. Sus fallas son una de las principales fuentes de resistencia a cualquier idea de que el Estado deba estar involucrado en la promoción del desarrollo.

¿Cómo hacer para mejorar esta situación? Primero que nada, el Estado debe reclutar a los mejores alumnos de las mejores universidades y colegios.
¿Cuántos de nosotros, profesores universitarios, recomendamos a nuestros alumnos estelares que consideren una carrera en el sector público? Pocos. Puede que nuestros alumnos tengan ciertos anticuerpos a una carrera en el sector público, pero también es cierto que, salvo honrosas excepciones, el Estado no ofrece a nuestros mejores alumnos y alumnas un desarrollo óptimo de sus carreras.

La idea de atraer a las élites a los estados se remonta hasta casi el nacimiento del Estado mismo. Basta recordar que la palabra “aristocracia” proviene de los griegos, que promovieron el gobierno de “los mejores” o “los más virtuosos,” en contraposición a la idea de monarquía. Más recientemente, las burocracias asiáticas se han convertido en modelo de cómo gobernar con los mejores.

El sociólogo Peter Evans, en su libro “Embedded Autonomy,” detalla cómo ciertas sociedades asiáticas gobiernan con los mejores estudiantes de las mejores universidades. En Corea del Sur y Japón, los mejores alumnos consideran una carrera en el sector público como una de sus principales alternativas. El Estado, a su vez, los premia, otorgándoles salarios competitivos, educación continua, y posibilidades de ascenso basadas en méritos.

Los organismos estatales asiáticos encargados de promover el desarrollo industrial son instituciones fuertes que garantizan los derechos de propiedad, pero que también saben identificar oportunidades de negocios y tienen el poder de eliminar las trabas que impiden el desarrollo. Son instituciones ágiles y altamente técnicas, frecuentemente conformadas por ingenieros, con acceso directo al presidente o primer ministro. Sus vínculos con el sector privado son lo suficientemente cercanos como para saber canalizar la información que fomente la innovación. Pero las instituciones son lo suficientemente autónomas como para no dejarse atrapar por grupos de intereses económicos o políticos.
La clave para lograr instituciones así es buscar entre los mejores – tanto desde el punto de vista técnico como desde el punto de vista humano. Consiste en tener técnicos preparados, honestos, y que recuerden que trabajan por una meta más grande que ellos mismos.

La idea de que una institución estatal deba ser “elitista” nos genera resquemor, sobre todo en esta sociedad de participación, de cuotas, de igualdad.

Sin embargo, ¿quién de nosotros no quisiera que nuestros maestros sean los mejores de los mejores? ¿Acaso no convendría que nuestros policías y jueces fuesen las personas más inteligentes? ¿Acaso no queremos que nuestros agentes de inteligencia sean los más brillantes? No cabe duda que nuestro Banco Central, modelo para el mundo, es lo que es en parte porque recluta de entre los mejores profesionales de Chile.

Con la institucionalidad necesaria para el desarrollo debe ocurrir lo mismo. No hacemos nada implementando políticas de desarrollo industrial si no las ponemos en manos de instituciones novedosas, conformadas por equipos técnicos y humanos de primer nivel, y que tengan medidas de desempeño claras basadas en criterios técnicos. De lo contrario, la política industrial fracasará, ya sea concentrando esfuerzos en industrias poco productivas o cayendo en manos de grupos de poder.

La idea central del libro “Why Nations Fail,” que ha causado tanto impacto, es el conflicto entre el estado extractor y el estado inclusivo. Los países que se desarrollan tienen, generalmente, instituciones inclusivas, capaces de crear las condiciones necesarias para el emprendimiento, la innovación, y el descubrimiento de nuevas potencialidades.

Las instituciones inclusivas requieren de una cierta sabiduría en las personas que las dirigen, sabiduría que es poco común y, por naturaleza, elitista. Hay que preguntarse si como sociedad estamos en capacidad de asimilar esto.

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