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La libertad en serio

martes, 16 de septiembre de 2014

Axel Kaiser
Director ejecutivo Fundación para el Progreso


¿Cuál es la creencia sobre la que se funda el auténtico liberalismo? Una muy simple: el respeto irrestricto por los proyectos de vida de los demás. Si usted está de acuerdo con eso, entonces es liberal.

Por qué un liberal respeta los proyectos de vida de los demás tiene que ver con una convicción profundamente igualitarista en el sentido ético de la expresión: todas las personas, independientemente de su origen social o condición, poseen la misma dignidad y, por tanto, les reconocemos el derecho de diseñar su plan de vida asumiendo las consecuencias de sus decisiones. En este contexto, decir que alguien, por carecer de recursos, no tiene libertad, equivale a negarle la capacidad de hacerse responsable por su vida. Todo paternalismo deriva de esa idea.

La ingeniería social es una forma de paternalismo, pues presupone que un cierto grupo de expertos conoce mejor el bien de un grupo determinado de individuos que esos mismos individuos. En política económica y social, esa actitud de desprecio hacia las decisiones y capacidades de otros es el origen de lo que William Easterly ha llamado “la tiranía de los expertos” en un libro en que ha demostrado que el problema de los pobres en el mundo no es la falta de asistencia económica, la cual incluso ha profundizado la pobreza, sino el precario reconocimiento de sus derechos fundamentales, incluido el derecho de propiedad sin el cual es imposible el progreso.

Quien cree en la libertad, entonces, no acepta ni el paternalismo moral ni la ingeniería social, confiando en el potencial de los individuos para salir adelante y en la sociedad civil como principal motor de resolución de problemas. Esto no excluye, desde luego, que el Estado pueda jugar un rol subsidiario apoyando a quienes se encuentran en situación de extrema necesidad.

Pero sí excluye a un Estado “mamadera” que asegura a todo el mundo derechos a prestaciones de todo tipo, pues ello implica eliminar la responsabilidad de las personas por su propia existencia, lo que es igual a privarlos de su libertad y de la dignidad de pararse sobre sus propios pies. Un Estado así no solo convierte en infantes dependientes del poder político a muchos individuos, sino que no puede sostenerse sin afectar dramáticamente la propiedad de otros. Y eso no es compatible con el respeto por los proyectos de vida ajenos, pues la libertad de elegir qué hacer con lo que es propio es parte esencial del plan de vida de cualquier persona. Esto significa que si bien en una sociedad de personas libres podemos acordar un mínimo bajo el cual nadie caiga, no puede existir un techo sobre el cual nadie pueda subir.

La búsqueda política de la igualdad material en cualquier sentido, por lo tanto, no es ni puede ser compatible con un orden social basado en el respeto por los proyectos de vida de los demás. El economista francés Thomas Piketty, por ejemplo, es igualitarista y no liberal porque propone una tasa marginal de impuestos de 80% a todos quienes ganen más de 500 mil dólares al año bajo el argumento de que ese tipo de ingresos “no deberían existir”. Quienes así piensan desean obligar a las personas por la fuerza a seguir cursos de acción que estas no han elegido. No reparan en examinar que si Alexis Sánchez o Bill Gates ganan lo que ganan es porque millones de personas libremente, y como parte de sus proyectos de vida, han decidido que tanto Sánchez como Gates ofrecen algo que estas valoran y quieren disfrutar.

Oponerse entonces a que alguien gane mucho dinero solo porque otros ganan menos es oponerse a que las personas elijan libremente qué harán con los medios que les pertenecen. Y esa postura igualitarista es paternalista y autoritaria, porque asume que las valoraciones de millones de personas que condujeron a la desigual distribución de ingresos son inferiores moralmente a las de quien por la fuerza quiere impedir o reducir significativamente esa desigualdad solo porque le causa indignación.

Pero la libertad, es decir, el respeto por el otro, no termina aquí. Esta también obliga a respetar las decisiones de los demás en el ámbito privado.

Tomemos el caso de la eutanasia, por ejemplo. Así como nadie debiera limitarle a usted la posibilidad de enriquecerse y disponer libremente de lo que es suyo por ser parte consustancial de su proyecto de vida, usted no puede, si cree en el respeto por las decisiones de otros, prohibir a un adulto en pleno uso de sus facultades mentales y en estado terminal que este ponga fin a una existencia que considera indigna e intolerable. Lo mismo ocurre con el consumo de drogas. Es verdad que hacen daño a la persona que las consume, pero eso no es argumento suficiente para limitar la libertad de elegir. Es a cada uno que corresponde juzgar su propio bien, no a los demás ni a algún burócrata de turno. Usted puede intentar persuadir a alguien, pero no forzarlo a llevar otro estilo de vida. Si hay daño directo a terceros la discusión cambia, pero el principio de una sociedad libre es que debemos respetar las decisiones ajenas aunque nos parezcan indecentes o estúpidas.

En el caso de las cuotas para la música nacional el principio es el mismo: ¿No corresponde acaso a la libre interacción de personas responsables por su vida el decidir de acuerdo a lo que estas valoran qué música quieren oír y a través de ello qué música será transmitida? ¿Acaso imponer por la fuerza un porcentaje de música a ser transmitida no es despreciar las valoraciones de millones de personas bajo el supuesto elitista y antidemocrático de que estas no saben qué es realmente lo que vale la pena?

Si nos vamos a tomar la libertad en serio, debemos respetar los proyectos de vida de los demás en todos sus ámbitos y no buscar excepciones cuando estos no se ajusten a nuestras preferencias estéticas o morales y menos aún cuando estos se contrapongan a nuestros intereses.

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