Kintsugi

sábado, 09 de marzo de 2019

Rodrigo Pinto



El título del libro  alude a una técnica japonesa para reparar fracturas de la cerámica mediante la aplicación de distintos tipos de barnices. La idea es que las grietas sean visibles, porque forman parte de la historia del objeto. La referencia es doble. Por una parte, es una novela compuesta de retazos, de narraciones que se sostienen plenamente de manera autónoma; de hecho, dos de los capítulos aparecieron como cuentos en Lugar , uno de los dos libros previos de María José Navia, y otro fue publicado previamente en una revista. Las líneas del ensamblaje son los puntos finales, los nombres de los relatos, los cambios en el tiempo y en los personajes protagónicos, quiebres siempre a la vista, líneas de costura que no ocultan el carácter fragmentario de cada pieza. Y, por otra, todas las historias refieren a una sola familia, cuyo origen ya es anómalo: el encuentro entre dos personas solitarias que ya han pasado por acontecimientos que quiebran el futuro. "Estaban rotos. Y habían decidido quedarse juntos", dice Caro, esposa, madre y abuela del resto de los personajes. Caro y José; Tomás, Sofía y Eduardo, los hijos; y Ema, la nieta, asumen alternadamente el foco de la narración y revelan cómo la visible grieta inicial, la unión entre dos personas rotas, no hace más que seguir fragmentándose.

El kintsugi narrativo es posible gracias a la omisión del contexto temporal. No hay marcas de fechas o de asuntos característicos de una determinada época. Ello permite pasar limpiamente del matrimonio de Caro y José al paseo de Sofía con su sobrina. La excepción es el último relato, arrojado hacia el futuro tanto porque la protagonista es Ema como por la rareza de la premisa en que se asienta. Y la costura más fuerte está dada por el estilo medido y dosificado que asume la voz narrativa, con abundante uso del punto seguido y del punto aparte entre frases cortas para marcar los énfasis. Tal vez ahí radique un defecto del libro; a veces, esa estructura sorprende; otras, sobre todo hacia el final de los relatos, parece indicar con demasiado énfasis lo que el narrador quiere que el lector vea. Con todo, esa unidad de estilo y las obligadas referencias entre los relatos le otorgan una unidad "rara" que vence en el desafío de componer un argumento sobre la base de trazos. En algún capítulo -"Hojas", por ejemplo- se echa de menos la continuidad.

María José NaviaKindberg Editorial, Valparaíso, 2018.141 páginas.